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Primer Mes de Encierro

Arani abrió los ojos.

Todo era oscuro y frío.

El cuerpo le dolía como si hubiese estado corriendo por horas sin parar ni respirar, como si la hubiesen golpeado sin piedad. Como si le hubiesen quitado toda la energía del cuerpo de un solo golpe.

Bajo la vista a las cadenas que descansaban, apretadas, en sus muñecas y tobillos destilando un brillo verdoso que iluminaba mínimamente la celda de piedra mojada en la que estaba. Su túnica negra estaba sucia y rasgada en algunos lugares, y las botas en sus pies habían desaparecido. Al igual que todas y cada una de sus armas.

Se dobló en dos para tocar su rostro, como si quisiera asegurarse que lo que había visto había sido verdad. Si era cierto que la máscara se había caído. Y cuando sus dedos helados se acercaron a su rostro pudo sentir la piel de sus pómulos dañados. La primera capa de su piel de su mejilla había desaparecido, seguro se había herido cuando la lanzaron en esa asquerosa celda.

Estaba en Kainhet.

Estaba en Kainhet.

Oyó un chillido cerca de ella y vio a la rata negra acercarse a ella corriendo, desesperada seguro por un poco de comida, o sea ella. Arani la pateó con su pie y asustada la rata desapareció; ese simple movimiento la había hecho encogerse un poco por la molestia. Pero cuando intentó enderezarse el dolor se movió por todas partes de su cuerpo, como si la quemaran desde el interior hacía el exterior.

Sólo entonces soltó un quejido.

—¿Qué mal hiciste para terminar encadenada de esa manera y en esta cárcel asquerosa? —oyó una voz lejana que le erizó todo el vello del cuerpo.

Con toda la fuerza que pudo reunir, gateó por el suelo de piedra sucio hasta la puerta de barras de hierro, también brillantes de color verde, y se acercó lo más que pudo, para ver que frente a ella había otra celda. Vio unos pies en la inmensa oscuridad en la que estaba sumergida esa cárcel.

Era tal cual la recordaba.

—¿Quién eres? —susurró, tuvo que decirlo dos veces ya que su voz no quiso salir la primera vez.

—Un idiota.

—Ese no es un nombre muy bueno, ¿Eh? —respondió intentando ser graciosa, cualquier cosa para olvidarse de donde estaba.

—¿Por qué tienes las cadenas?

Arani volvió a ver las cadenas en su cuerpo.

—Simple decoración, pienso que el verde es un color bastante bonito —dijo con sarcasmo mientras rodeaba los ojos.

Las celdas se mantuvieron en silencio por unos minutos dejando de lado los tosidos y quejidos que se oían de lejos, ella intentó apoyarse en el muro de piedra, todo su cuerpo dolía. Ni cuando la enviaron a Ikhia estaba tan, tan adolorida.

—Si vas a mantener ese sarcasmo, guárdalo, solo vas a hacer que te maten, eso pasó con el último.

Ella hubiese querido decir que no la matarían tan pronto, no sin antes divertirse a costa de ella.

—¿Cómo llegaste aquí, idiota? —lo llamó ella como si fuese su nombre, eso había dicho él, aún que no se asomaba por la puerta ni había visto su cuerpo.

Escuchó también una risotada sin una sola pizca de gracia, deseó ver la cara de su nuevo compañero. Podía sentir que era un inmortal, como ella.

—Como si para terminar aquí se necesitara una excusa.

—Buen punto.

Y es que él tenía razón, en Kainhet, cualquier acción, incluso la más mínima terminaba con alguien en la prisión o en el mejor de los casos, muertos. Si era humano o mitad humano, no importaba la edad, moría. Era el peor de los pecados. Muchas veces ella vio cómo lanzaban a los recién nacidos y a los niños pequeños al mar o a las fuentes para que se ahogaran.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora