XXII

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Antes de que abrieran la puerta de la torre, ella ya los había oído.

Nunca había conocido a unos inmortales tan ruidosos, literalmente. No quería imaginar lo que debía ser vivir con alguien así de molesto, ella terminaría tirándoles un jarrón en la cabeza para que se callaran. Lo habría hecho.

Pero desde hacía cinco días que no podía mover muy bien sus brazos, al menos no como ella quisiera. Podía moverse lo suficiente como para haber trabajado cada mañana desde hace cuatro días. La habían dejado encerrada un día y medio sin agua ni comida.

Cuando la llevaron a la torre luego de azotarla treinta y siete veces solo había una camisa nueva, un tazón y tres trapos que ella usó para limpiarse la espalda, como pudo claro está. Había tenido que esperar al menos una hora para poder comenzar ya que sus brazos no podían funcionar ni para moverse a menos de un centímetro de su cuerpo; pero luego de eso había limpiado su espalda, había raspado para quitar la mugre y había mordido un pedazo de tela mientras echaba agua caliente con sal en sus heridas.

La habían tenido encadenada con los brazos abiertos mientras la azotaban, y además de que todo su cuerpo estuviera adolorido y ardiendo, podía sentir el adormecimiento en sus dos extremidades, no solo por como habían estado durante un largo tiempo, sino por el frío que había hecho su trabajo también durmiendo todo a su paso.

Quería pensar que el frío la había ayudado mínimamente en que doliera un poco menos de lo que debía haberlo hecho. Porque le había dolido como el mismo infierno que siquiera conocía.

Por un momento se había sentido de nuevo en Ikhia; donde la azotaban a ella y al resto de los prisioneros si se detenían más de dos segundos para descansar. Donde la torturaban simplemente porque el Rey le pagaba a los centinelas para hacerlo, donde la había marcado una y otra vez con hierros calientes y grilletes. Donde había vivido un infierno físico que la había hecho querer morir.

Se lo había pedido a Nolan el primer día que lo vio, había sonado como un chiste; pero esa vez ella hablaba muy en serio, le había rogado que la asesinara. Y estaba segura que aunque no había visto el rostro del Comandante para asegurarse, él la había entendido debajo de todo ese sarcasmo.

Cuando oyó que introducían la llave en la puerta se movió rápido sentándose contra la pared mientras apretaba la mandíbula para no quejarse del dolor que eso le causaba. Podía ser que le doliera hasta el alma, ¿pero porque tenían que saberlo el resto del mundo?

La puerta se abrió finalmente y por ella cruzó una mujer en vez de un soldado. Y no era humana, tampoco inmortal, mucho menos una mezcla entre ambos...

Era la misma mujer que la curaba con magia luego de los interrogatorios con Ero. Observó el cabello castaño oscuro que le caía hasta la cintura de manera despeinada acompañado de rastas, trenzas y plumas de colores brillantes con gemas.

Su rostro era claro como el resto de su piel, sus labios eran del mismo color que la sangre y sus ojos negros estaban delineados con negro. Luego estaba su ropa que parecía no ser de Azkar de ninguna manera, se vestía extraño, no había otra forma para calificarlo, pero también se vestía como si no sintiese frío.

Esa mujer tenía algo que era extremadamente familiar en ARani, pero que solo recordaba querer saber cuando la veía.

La mujer la observó atentamente, Arani no usaba más que la venda sucia y ensangrentada que le rodeaba el pecho, el roce con la tela de la camisa la dañaba, así que si no tenía la necesidad de que la sacaran de la torre se la había pasado así. El frío la aliviaba un poco también.

—Te vez deplorable —dijo la mujer, supo que su idioma no era el mismo que de Arani, aunque lo hablaba a la perfección mantenía una especie de acento o algo así.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora