III

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Abrió los ojos cuando sintió la humedad correr por su cuerpo, apenas pudo tomar una bocanada profunda de aire cuando otro cubo de agua helada cayó en su cuerpo, empapando su cuerpo por completo.

Ya había perdido la cuenta de las veces que le habían lanzado agua helada sobre las heridas, o cuantas veces la habían colgado en su celda. O cuantas veces Ero la había golpeado, o cortado en algunas ocasiones. Lo único que sabía era que habían pasado casi diez días desde que estaba en Kainhet. Lo sabía por una simple razón, le ayudaba contar cuando le daban de comer al prisionero frente a ella.

A ella la alimentaban con suerte cada dos días... con suerte.

Lo único que había probado había sido unos pequeños pedazos de pan que el prisionero frente a ella le lanzaba cuando el carcelero no veía o estaba dormido. Ella siempre le agradecía, pero aún no sabía su nombre, ni porque había terminado en los calabozos.

Solo sabía que lo alimentaban cada día y que no lo golpeaban, ni nada.

Cualquier otra persona, pensaría que era un prisionero con privilegios. En ningún lugar de Azkar un prisionero verdadero era alimentado y tratado de esa manera, ninguno. Claro, dejando de lado que seguía en una celda, encerrado.

Sacudió mínimamente la cabeza para despertarse por completo, siquiera había recordado dormirse, sus hombros y muñecas dolían por soportar el peso de todo su cuerpo, su estómago dolía por los golpes, al igual que sus piernas en las que había pequeños cortes hechos por la daga del mismo Comandante; los cuales sanaban tan lentamente, tan despacio, de una manera tan mortal.

Le había preguntado sobre Ilhea, muchas veces, sobre qué haría el Ejército, sobre que tenía pensado hacer Khowan para entrar al Reino, que fuerzas tenía el Ejército de los tres Reinos, que harían para burlar el escudo que rodeaba a todo el Reino. Había hecho todas las preguntas posibles, todas las preguntas correctas. Pero no había recibido nada a cambio.

Ella no había abierto la boca, no había dicho ni una sola palabra. No había querido, no se había atrevido.

Había aguantado cada golpe, cada corte, cada agonía que provocaba que él entrara a su mente e hiciera destrozos en ella desde dentro. Había aguantado absolutamente todo.

La puerta de su celda volvió a cerrarse cuando el carcelero se fue, ella soltó un quejido de dolor, seguro debían de ponerle algo al agua, porque no ardería tanto de ser así.

—¿Cuánto? —susurró aún colgada, podía sentir la presencia del prisionero frente a ella. Sentía sus ojos mirándola.

—Casi cinco horas —susurró el chico de vuelta.

Incluso en la penumbra de los calabozos, Arani podía verlo cerca de la puerta, mucho más cerca de lo normal, los últimos días lo había visto en el mismo lugar, ya no estaba escondido en la pared de piedra.

Ya pronto la descolgarían, siempre eran cinco horas. Por estúpido que sonara, la torturaban con el miedo de matarla en el proceso. Si quisieran matarla, la dejarían colgada hasta que sus brazos se desgarraran por el mismo peso de su cuerpo, o algo mucho peor.

—¿Te han hecho algo? —le preguntó ella, intentando ignorar el dolor que comenzaba a crecer en sus extremidades. Con un leve deje de preocupación, quizá le hacían lo mismo mientras ella no estaba consiente.

Estaba tan adolorida, dormir por un rato la había distraído del dolor. Solo había dormido una hora, tampoco fue mucho.

—Solo se metieron en mi cabeza para encerrarme aquí —respondió él con un susurro apenas audible —. Tú eres la que se está llevando la peor parte.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora