IX

89 15 4
                                    


Observaba detenidamente al grupo de herreros. Hacía apenas unos minutos había terminado todas sus tareas, había terminado con la cantidad de papeles y cosas pendientes, y por fin, había hallado un momento para ir a la casona de los herreros que se encontraba cerca del jardín de entrenamiento.

Su cabello aún estaba mojado debido a la nieve que cayó sobre su cabeza de camino hacia la casona, pero no le importaba mucho eso, estaba muy concentrado observando como los herreros calentaban en un gran cuenco de piedra cientos de piezas de hierro traído por parte de los montañeses, como la roca se teñía de rojo por el calor y como una pequeña compuerta se abría debajo de ella llevando las placas para hacer las puntas de las flechas.

Observó cómo cientos de placas comenzaban a llenarse de hierro líquido, una detrás de otra.

Giró la cabeza cuando uno de los herreros se acercó a él. Era un humano quizá una cabeza más bajo que él, el cabello en su cabeza ya era bastante poco y lo poco que había era canoso... Llevaba pantalones anchos y reforzados de cuero para evitar una herida y estaba sacándose unos gruesos guantes. Su rostro estaba pintado de negro por su trabajo, Khowan se sacó un pañuelo de la ropa y se lo extendió para que él pudiese limpiarse el rostro.

El hombre tomó el pañuelo y lo pasó por su rostro dejando a la vista una piel semi bronceada y dañada por el tiempo y el trabajo duro, aun así le regaló una sonrisa.

—Muchas gracias, Majestad ¿está listo?

—Sí, Frank —asintió y dejó que el maestro de todos los herreros lo llevara a una sala un tanto apartada.

Allí había un cuenco tan grande como el que había visto apenas unos segundos atrás lleno de hierro derretido, solo que este no colgaba del techo, sino que estaba anclado en el suelo.

—Si no me necesita estaré afuera.

—Claro, gracias Frank —asintió.

El humano salió de la sala y Khowan suspiró antes de quitarse un poco de abrigo, hacía bastante calor allí dentro debido a la fragua. Se subió las mangas de la camisa negra que usaba y se acercó al cuenco que estaba repleto de puntas de flechas, cientos de ellas, a punto de rebalsar el cuenco. Se situó junto a él y extendió las manos. Cerró los ojos e intentó concentrarse profundamente.

Cuando la idea llegó a su mente, había intentado hacerlo por su cuenta, pero había sido un tanto imposible, hasta que Nova habló con él. Lo que intentaba hacer no era magia cualquiera, quería cambiar la composición de la flecha y un montón de cosas que tampoco había entendido.

Solo había comprendido que tenía que ir más allá de él, de su magia, de todo, por más raro que sonara. Tenía que fusionarse con el hierro de la flecha, formarla con sus sombras.

Suspiró nuevamente y movió los dedos de sus manos, sintiéndolos en cada fibra y gota de sangre, luego pudo sentir que las sombras salían por sus dedos. Pensó en lo que quería hacer, en las flechas impregnadas de su poder, en su función y en la letalidad que tendrían.

Pensó en las vidas que quizá salvarían, de donde y contra quienes serían usadas, pensó en lo mucho que quería la paz para Azkar.

En lo mucho que quería sacar a Arani de ese reino, de tenerla en Ilhea nuevamente, cerca de él, sentir ese aroma extraño que ella poseía y que varias veces lo había dejado pensando, intentando descifrar porque su aroma llamaba tanto su atención.

Pensó en las sombras enrollándose al metal frío, entrando en el metal, tejiéndose.

Abrió un solo ojo mirando como las sombras salían de sus manos como cascadas, cayendo al cuenco y desviándose para rodearlo por completo como una burbuja de jabón, notó que ya no había sonido dentro de allí, que la sombra que lo rodeaba había aislado todo. Vio las puntas de hierro brillar de pura negrura, y cuando cerró las manos y todo desapareció. Sonrió orgulloso de sí mismo.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora