XVI

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Cuarto Mes de Encierro

Una nueva noche, una nueva aventura ¿no? Debía de ponerle algo de emoción a todo esto o definitivamente querría darse en la cabeza contra el muro de piedra.

Hacía apenas cinco minutos, le había dado la última mirada a Ihan antes de adentrarse a la profunda oscuridad de su celda. Ya habían oído al carcelero cerrar la puerta y ambos podían oír sus ronquidos fuera de los calabozos.

Tanto tiempo juntos en el mismo lugar y con la imposibilidad de hablar mucho habían hecho que crearan un lenguaje privado.

Un golpe, si o bien. Dos golpes, no o mal. Tres golpes, ¿cómo estás?.

Se valían de los golpes al suelo o de las cortas miradas que se daban entre ellos.

Arani se había acercado a la pared de piedra como solía hacer últimamente y apretó la piedra haciendo que el muro se desplegara y le mostrara el hueco que la llevaba siempre a los pasadizos. No le había contado a su sobrino sobre ellos, ninguno de los dos sabían si los escuchaban o algo así, era peligroso, pero al parecer Ihan sabía que algo ocurría con la celda de Arani y eso era suficiente, no había preguntado nunca nada ni había dicho nada.

Una vez que entró por la apertura se deslizó con cuidado e intentando no caerse de boca al suelo como hacía tres días que perdió las pocas fuerzas que tenía y se cortó mínimamente el mentón. Tener las muñecas esposadas no era de mucha ayuda tampoco.

Cuando sus pasos tocaron el suelo se paró y comenzó a palpar la pared donde había dejado la antorcha la noche anterior. La tomó y la encendió con el simple roce de la piedra granulada contra la piedra del muro.

En serio agradecía que aún hubiese una de esas antorchas especiales, de esas que Mary le había hablado de pequeña. Suspiró antes de comenzar a caminar por el mismo pasillo oscuro, ya sabía a la perfección donde estaban las piedras rotas que podrían hacerla tropezar donde había alguna que otra roca pesada y demás. Ya lo conocía prácticamente de memoria. Caminó durante unos minutos hasta que llegó a la pequeña habitación donde estaba la mesa de madera mohosa y vieja; la silla en el mismo estado y el cofre sucio con el diario de su madre. Se quedó en el medio de la habitación dándole un vistazo al lugar.

A su izquierda, estaba el pasillo que podría llevarla a la libertad de su pesadilla, Arsel se lo había dicho la primera vez que se encontraron aquí, siguiendo ese corredor encontraría una salida directa del palacio.

A su derecha, el pasillo que la llevaba a otras dos habitaciones con algunos cofres llenos de diarios escritos y repletos, también de su madre. Pero también llevaba a la Cripta de los Kainhet. Donde estaba el cuerpo de su madre, y de todos los inmortales que estuvieron antes que ella.

Y justo frente a ella una pared tapada, como si estuviera sellada. Había intentado abrirla, había tocado todas las piedras con la esperanza de que tuviese el mismo mecanismo que la entrada de su celda, pero no. Era solo un muro.

Se acercó a la mesa, intentando esquivar los charcos de agua que se filtraban entre las piedras. Debajo de los pasadizos se extendía un brazo del mar.

Hizo lo mismo que siempre, dejó la antorcha cerca de la mesa y buscó el cofre para abrirlo y dejarlo en la hoja que debía leer ahora.

Ya había leído las historias de su madre con su hermano Kiro, el Príncipe de estrellas, lo nombró ella. Parece que había sido el inmortal más sabio en el castillo aún siendo tan corto de edad, su madre había escrito que su hermano sabía todo de cada libro de la biblioteca dorada arriba en el palacio, iba a ser el perfecto Rey, aunque ella hubiese nacido cinco minutos antes.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Where stories live. Discover now