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Segundo Mes de Encierro

Ella dormía, pero sus oídos se activaron mucho antes de que abriera los ojos. Oía varios pasos, muchos pasos, y mucho ruido. Como si encima de su cabeza se estuviese dando la peor de las batallas.

Pero eso no era extraño en Kainhet, tampoco le importaba en ese momento, ese lugar era un infierno de constante guerra, odio, muerte y lucha por poder y prestigio. La palabra felicidad no era algo que se oyese seguido. Claro que no. Ella podía contar con los dedos de una sola de sus manos cuántas veces había oído esa palabra... y le sobraban unos cuatro dedos.

Arani tenía cosas más importantes que ocuparse del ruido de afuera, como aprovechar los minutos de paz para dormir aunque sea un poco. No era algo tan común. No quería perder tiempo valioso en cualquier cosa sin importancia.

Después de todo, en los dos meses que llevaba en Kainhet no habían sido precisamente para dormir. Ni mucho menos para relajarse, sobre todo eso.

Su cuerpo aun dolía por las arenas a las que la obligaban a participar prácticamente cada día. Ya llevaba la cuenta de dieciséis inmortales muertos por su mano. Siempre era lo mismo. La llevaban a ese lugar, en el cual también obligaban a Damir a pelear, se sentaba en la misma banca de madera, Arsel entraba a equiparla con un poco de armadura al igual que a cada luchador y una vez él se iba, ella esperaba a que fuese turno para tener que quitarle la vida a otro ser.

Se estaba convirtiendo prácticamente en una rutina.

No hablaba con Arsel desde que él se quitó la gema falsa del pecho esa noche en los pasadizos que conectaban increíblemente con su cueva. Arani no se molestaba en intentar llamar su atención, puesto que él debía estar cada momento junto al Rey si así lo necesitaban, debía parecer un muñeco moldeable y servicial. No podía preocuparse por ella.

Ella sabía que él se arreglaría en buscarla cuando fuese prudente, para hablar o para lo que fuese que él necesitara decirle.

Habían hablado bastante poco la noche en que él se descubrió frente a ella y le dijo la verdad, lo suficiente para contarle cómo había huido de la gema y como desde entonces espiaba lo que el Rey decía. Esperando el momento perfecto. Aún no sabía qué cosas él había oído, pero pronto las sabría. Ella estaba segura de ello.

Con respecto a las arenas, en todas las peleas que había participado, intentó matar al Rey, pero luego de la segunda vez, los soldados se quedaban en la arena y cuando la pelea acababa ellos se abalanzaban para sostenerla y así evitar algún peligro contra la vida de su amado y tirano Rey. Aun así, Arani lo miraba a los ojos y le mostraba la misma sonrisa que la primera vez que peleó, la vez en la que la lanza quedó clavada en su trono. Ella sabía que para su mala suerte jamás la matarían, estaba bastante segura de ello.

El primer Príncipe estaría gustoso de matarla de la peor manera posible al igual que sus hermanos, ella lo sabía a la perfección. Pero le tenían bastante miedo a su padre como para desobedecer en algo, y si algo quería el Rey distinto a los Príncipes era que ella viviese para ser su juguete por mucho tiempo. Así que aquí estaba, aprovechando el poco tiempo para dormir antes de que alguien viniera a buscarla, aunque oyese el ruido afuera.

Siempre venían a buscarla, a veces la colgaban del techo de la celda y la golpeaban hasta el cansancio intentando quitarle toda la información posible sobre Ilhea y el ejército de la alianza. Otras veces la llevaban a trabajar como al resto de los humanos que aún quedaban en Kainhet y demás prisioneros. Otras veces la llevaban a la arena, y si estaban de muy mal humor se metían en su mente para retorcer todo lo que ella tenía dentro en busca de información.

Pero Arani había tenido largas décadas para poder protegerse un poco del control mental del Rey y del primer Príncipe, así que la información estaba en el fondo de su mente, escondida en una caja. Al menos le gustaba imaginarla de esa forma.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora