XLV

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Al principio todo era muy oscuro, como si las mismas sombras de la muerte la hubieran rodeado por completo. Una cegadora y profunda oscuridad.

Llegó a pensar que esta vez si estaba muerta verdaderamente...

Luego abrió los ojos y se sintió el ser más estúpido de todo el bendito universo.

Arani observó el suelo blanco entrecerrando los ojos debido al brillo que éste desprendía, un brillo casi incandescente, luego miró a sus costados, todo era blanco. Absolutamente blanco.

Suspirando y conteniendo un pequeño quejido se apoyó de sus codos y antebrazos para impulsarse y levantarse finalmente en el suelo o lo que fuese eso.

Había estado antes en un lugar así, cuando conoció a su madre, pero todo era negro.

¿Sería este el Reino de la Diosa Malie? ¿Habría muerto verdaderamente? Sinceramente, ella se sentía como siempre, algo adolorida, pero normal. Si le preguntaran si estaba viva o no ella seguramente respondería que sí lo estaba ya que no sentía que estaba muerta.

Claro que jamás había estado muerta como para decir que sabía cómo se sentía estar muerta, pero no creía que fuese algo así.

Se sacudió el polvo invisible de su ropa como un reflejo de nerviosismo y confusión, dio vueltas en sus talones observando todo su alrededor. Pero no había suelo, techo o paredes. Simplemente todo era blanco, no había nada más que eso.

O eso pensó hasta que volteó por completo.

Más allá de donde se encontraba ella había dos personas sentadas en unas especies de sillones o sillas, no podía descifrarlo. Eso sí, sin pensarlo un solo segundo, Arani caminó hacía ellos.

Debía descubrir dónde estaba.

Caminó lo más tranquila que pudo hasta ellos intentando no parecer desesperada por información, mucho menos nerviosa. Cuando estuvo algo más cerca identificó que era un hombre con una mujer, que casualmente la miraban fijamente, como si esperaran que ella llegara a ellos pronto.

Fueron apenas unos segundos más antes de que ella pudiera estar frente a ellos finalmente.

Observó al hombre, alto sin duda alguna, con cabello castaño que no estaba peinado en lo absoluto, pero que aún así parecía peinado cayendo perfectamente por los costados hasta unos pocos centímetros debajo de sus orejas puntiagudas; más que las de ella incluso. Encima de su cabello, estaba acomodada un estilo de círculo dorado y simple que apenas hacía peso sobre la mata de pelo.

Su vestimenta era bastante simple, una camisa blanca Y unos pantalones negros, decorando todo el conjunto, una cadena de oro con una piedra violeta reposaba en su cuello relajadamente.

Pero eso no era lo que más le importaba o impactaba. Sino los ojos verdes que él tenía. Arani estaba segura que jamás en su vida había visto unos ojos más verdes que esos, era el verde más brillante y vivo que había visto nunca.

Luego volteo hacia la mujeres junto al hombre. Pero ya la conocía, y mucho.

Era Glyn quien estaba frente a ella, la Lady de la Corte Hada.

Arani la observó con el ceño fruncido sin entender mucho de lo que estaba sucediendo. Glyn usaba un vestido verde del color idéntico que los ojos del hombre junto a ella, como siempre su cabello negro y ondulado caía a sus costados junto al círculo dorado idéntico al de él, sus facciones afiladas y simétricas, y sus ojos rasgados y negros la observaban con cautela, y dulzura.

Ahora, estaba cada vez más segura de que quizá si había muerto puesto que jamás había visto a Glyn fuera de la Corte.

—¿Glyn? ¿Qué haces aquí? ¿También has muerto? —pregunto ladeando la cabeza, ella por su parte, no respondió, pero intentó contener una sonrisa.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora