XIII

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Las noches en la celda siempre eran frías y largas.

Siempre había hecho frío en su celda, cuando lo metieron dentro pudo conocer por primera vez que era verdaderamente el frío. Ihan pensaba antes que el frío quizá había sido ese invierno hace un par de años cuando el techo de su hogar se rompió por toda la temporada y no podían arreglarlo porque era riesgoso para toda la casa... o cuando había ido a cazar con su padre hace tres años, ese había sido un invierno duro...

Pero él estaba completa y totalmente equivocado, todo eso no era frío. No se acercaba ni por asomo a lo que significaba tener frío de verdad.

Para él, tener frío ahora era acostarse en el centro de su celda, en el suelo y acurrucarse para juntar el mayor calor posible. Era sentir como la punta de sus dedos se congelaban con una lentitud tortuosa, sentir como no podía desviar con su poder el viento que entraba entre las piedras de los muros; estaba muy débil...

Había perdido bastante peso en los ocho meses que llevaba encerrado en ese calabozo. Por un momento, casi agradecía haber estado allí dentro mucho antes del invierno, había podido al menos, adaptarse un poco al frío asesino de los calabozos.

O es lo que se decía a sí mismo para alentarse.

Aunque el clima de otoño con el que vivió no era ni por asomo parecido a un invierno... Mucho menos a un invierno eterno, como lo llamó su tía.

Sentía que su piel se había curtido mucho más desde que lo habían metido allí, se sentía distinto, de cualquier forma en que lo pensara.

Y aunque el invierno también tenía mucho que ver, Ihan sentía frío, pero de otra forma. Sentía frío en su interior.

Si bien conocer a su tía Arani había sido como un salvavidas que lo salvó de hundirse en el agua, algo le faltaba aún...

Como libertad y mamá, pensó.

Se obligaba a pensar lo menos posible en su madre, el simple hecho de hacerla aparecer en su mente le hacía doler el pecho. Pero aun así, por más que se mentalizase y se obligase a no pensarla, ella siempre rondaba por allí... Cada maldito segundo del día.

Ella estaba sola allá fuera, seguro que muerta de miedo y preocupación por él y porque no había vuelto a casa hace más de medio año.

Ihan temía con locura que ella hubiese venido a buscarlo al castillo... Eso habría terminado de manera catastrófica. El Rey y sus hijos la hubiesen matado a la primera en que ella les hubiese hablado por él, y por más que ella hubiese peleado, nada habría hecho efecto. Su sangre habría corrido por el suelo.

Y ese simple pensamiento casi lo hizo vomitar.

Lo puso a pensar que quizá si jamás hubiese querido conocer a su familia paterna nada de esto habría sucedido. El seguiría trabajando en el taller de la modista donde pasó largas horas durante todos los años de su vida, estaría con su madre superando uno junto al otro la pérdida de su padre...

Porque a pesar de que habían pasado dos años, su madre jamás había podido recuperarse de la muerte de su esposo...

Ihan recordaba a la perfección esa noche. Cuando de sorpresa su padre apareció en la puerta de su casa, pero esta vez no sonreía como siempre, ni hacía bromas, ni regalaba besos o abrazos.

Esa noche solo estaba allí, parado, con la expresión seria y el cuerpo tenso. Les había dicho a ambos que había sucedido algo importante en el castillo y que debía ayudar, y hacer lo correcto, también les dijo que los amaba y los abrazó por un largo tiempo. También dijo que todo saldría bien...

Es claro que nada salió para nada bien.

Pero en ese entonces, a sus apenas quince años, Ihan no lo había entendido. Para él, su padre no vendría a verlo por unas cuantas semanas ocupándose del problema, jamás se puso a pensar en la despedida escondida detrás de sus palabras.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Where stories live. Discover now