XVIII

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—Vamos, ¡Levántate que no tengo todo el día para esperarte, vaga asesina! —le gritaron a pocos metros.

Era un nuevo apodo, increíble. Aunque siquiera se había esforzado un poquito en ser más creativo... "Vaga asesina" siquiera rima.

Esas eran las cosas simples que Arani pensaba en algunos momentos, para no pensar en cosas horrendas. Muerte, sangre, golpes, torturas, entre muchísimas cosas más. Nunca se sabía que nuevas cosas horrendas se les podían ocurrir a los Kainhet que se encontraban en el salón del trono.

Arani separó mínimamente la cabeza de su brazo para ver la figura vestida de dorado y piel grisácea del guardia que le gritaba en ese momento. Debía ser un soldado un poco importante, no a todos les daban pieles para que se abrigaran, muchos conseguían alguna pieza de cuero para hacer sus ropas más abrigadas, lana o telas más abrigadas. Pero pieles... solo los importantes podían llevar puesta una prenda de piel encima de la armadura de escamas doradas.

—¿Acaso no me oíste? ¿O debo gritar más fuerte? —preguntó sarcásticamente el soldado.

—No, gracias, tu voz es una de las muchas cosas que no quiero oír justo ahora. Eres muy amable —respondió ella con voz ronca mientras se sentaba contra el muro de piedra fría para así mirarlo.

Si, de repente, el soldado decidía que era buena idea golpearla no le convenía estar acostada en el suelo. Mantenerse sentada tampoco sería de mucha ayuda pero quizá le daba un poco más de esperanzas de conservar sus diez dedos.

—No te hagas la graciosa si quieres seguir teniendo la piel en su lugar —Arani quiso torcer la boca al oír esa frase.

Varias veces la había oído en esos mismos corredores, de parte de muchos soldados. También la había oído en Ikhia, mil veces más, por parte de los centinelas que custodiaban las cuevas hechas celdas. Y ella había visto que esa frase no se refería verdaderamente a despellejarla parte por parte, si no a algo que era mucho peor.

Ella no contestó nada, el asco que comenzaba a formarse en su garganta se lo impedía. El golpe que le habían dado en el mismo lugar la tarde anterior también lo hacía.

La habían golpeado por todos lados el día anterior en la zona de trabajos, pero el golpe de su cuello era el que más le dolía.

—Entren —ordenó el soldado, y el cuerpo de Arani se tensó duramente por un instante, pudo ver la sonrisa en la boca del soldado, le divertía haber visto su reacción —. Dejenla limpia, el Rey quiere ver todas esas manchas moradas.

Al instante que dijo eso, un grupo de tres mujeres entraron a la habitación de la torre, entre las dos cargaban un pequeño cubo con agua con un cepillo de tiras de kipia.

Eran dos mensajes. Uno, el cepillo estaba hecho de madera de kipia, la más dura de Azkar y la que ella misma había cortado en sus dos años en Ikhia.

Y dos, le dolería y mucho cuando ese cepillo pasase por su piel. La dañaría y rasparía.

La otra mujer llevaba en un hombro una camisa marrón y un pantalón que parecía ser del mismo material, mientras que en una de sus manos llevaba un trapo negro y un jabon verde, un verde extrañamente brillante.

Incluso Arani se sorprendió al ver que a los jabones también se les ponía neutralizador.

Escuchó en el fondo como la puerta se cerraba de manera brusca, pero ella no despegaba su mirada de las tres mujeres humanas.

Sus ropas eran harapientas, llevaban unos vestidos raídos y marrones con delantales grises al frente, en su cabeza había una especie de gorros que les cubrían gran parte de la frente y toda la cabeza, mientras que por un costado de sus hombros caía una trenza perfectamente idéntica en las tres. Sus rostros estaban manchados de tierras y lo único que podía notarse era el color de sus ojos.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora