XXVII

62 11 3
                                    

712 años atrás

Todos los días de su vida trataban de exactamente lo mismo.

Sus ojos se abrían cada día y lo primero que veía al entrar nuevamente al mundo eran el techo empedrado de la torre en la que dormía desde hacía cincuenta y cinco años.

Como cada día, se reprendía por haber despertado, pero luego se arrepentía de ello al recordar quien la esperaba detrás de esa puerta.

No podía dejar a su pequeño hijo sólo, no con su padre cerca. Ellos podrían compartir el mismo nombre, pero Brianna, en los cinco años de vida que llevaba junto a su pequeño hijo, había dado su mayor esfuerzo por alejarlo lo más posible a terminar como su padre.

Se sentó en la cama doble quedando justo en el medio, rodeada de mantas y almohadas. Uno de los pocos lujos que podía tener siendo la Reina de Kainhet. Que irónico... Se preguntó si algún día ese título tendría sentido en ella.

No se sentía ni remotamente cerca a ser una Reina. Incluso sentía que era un insulto hacía tal nombre relacionarlo con ella. Ella no era una Reina, comenzaba a aceptar que mientras Ero estuviera con vida tampoco lo sería.

Salió finalmente de su cama y suspirando e intentando esconder el dolor que se expandía por todo su cuerpo caminó al cajón donde estaba su ropa. Lentamente, comenzó a quitar el camisón azulado de su cuerpo para reemplazarlo por un vestido blanco. Se sentó frente a la pequeña mesa con espejo y cepilló su cabello dorado.

Brianna, siempre intentaba ignorar lo demacrado de su rostro, sus ojos color oro no querían verse por miedo a la imagen que ella había dejado hacía décadas.

Si bien, cuando se casó aún siguió creciendo hasta llegar a un aspecto más adulto hubiera preferido no hacerlo. No si crecer significaba parecer un ser muerto en vida.

Porque ella no se observaba a sí misma desde hacía mucho, muchísimo tiempo, lo ignoraba, pero en el fondo de su pobre y triste ser lo sabía, no quedaba nada de la niña de quince años que fue obligada a casarse para mantener a su nación unida y en paz.

Pronto, terminó de peinar su cabello, asegurándose de quitar un poco de este de su rostro. Aunque siempre le gustaba tenerlo algo escondido, sobre todo ahora. Luego de eso, suspiró y tomó el pequeño frasco con maquillaje que había pedido a una de las humanas de la cocina hacer con suma cuidado de que nadie se enterara.

Tomó el frasco y luego de que sacó un poco del producto con los dedos se lo aplicó en la mejilla comenzando a esparcirlo para tapar la mancha morada en su rostro. Luego hizo exactamente lo mismo con el que había en su cuello tragándose el quejido de dolor, siguió con sus brazos y una de sus piernas. Eran las zonas que más se notaban, las otras estaban cubiertas con tela, no debía preocuparse por ocultar un golpe en su torso o espalda.

Además de que no podía gastar maquillaje en algo innecesario. Nadie la veía, daba igual si salía con todos los golpes a dar vueltas por el castillo, nadie prestaría atención y voltearían la mirada. Pero su hijo si la miraría.

Una vez que estuvo lista, se miró a los ojos a través del espejo y sin asegurarse de si lo había logrado o no, fingió la mejor de sus sonrisas. Cuando hizo eso, suspiró y se levantó acercándose a la puerta. Limpió el sudor de sus palmas en la tela del vestido intentando tomar la poca seguridad que le quedaba dentro del cuerpo. Tomó la cerradura y abrió encontrándose con los mismos dos guardias de siempre.

Ambos hombres inmortales giraron a verla al oír la puerta abrirse, ya no quedaba un solo humano que defendiese el reino, todos eran tomados para trabajos de construcción, esclavos, peleas.

En cincuenta y cinco años, el Kainhe que Brianna había conocido en su niñez había desaparecido por completo, no quedaba ni una sola sombra de lo que algún día había sido.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Where stories live. Discover now