XIV

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Tercer Mes de Encierro

Estaba harta de los abucheos.

Jamás los había odiado tanto como ahora. Sus oídos pitaban como si estuvieran furiosos con ella y con las personas que los rodeaban. Arani se quitó el mechón de cabello que le caía justo frente a sus ojos borrosos.

Levantó la cabeza intentando dejar de mirar sus manos repletas de sangre rojo oscuro, pero aunque no se veía los dedos, podía sentir el líquido carmesí correr por toda su piel hasta juntarse en las puntas de sus dedos hasta caer por su propio peso a la arena rosácea

En su mano derecha había una especie de espada corta que goteaba de la misma manera que sus brazos y manos, una mezcla de sangre propia y de la mujer que yacía tiesa en el suelo.

Esta vez había sido una mercenaria que no había cumplido con exactitud los requerimientos del Rey. El trabajo se había cumplido, pero no con los pasos que su majestad había solicitado, y por esa misma razón la habían encarcelado.

La mujer la había atacado en un principio, pero Arani supo que había sido simplemente para aparentar, una mercenaria de Walbrook no ataca de una manera tan descuidada. Supo bien porque era cuando ella le rogó que la asesinara.

Que la liberara de todas las cosas que los soldados le hacían cuando salía de las arenas.

Y Arani la había asesinado. Ahora sus extremidades temblaban con la sensación de haberse llevado otra vida simplemente para que no la mataran aún.

Los abucheos seguían oyendose a su alrededor, y lo único que ella deseó fue arrancarse las orejas de una vez para dejar de oirlos, y con la esperanza de dejar de oír todo.

La mano que sostenía la pequeña espada tembló un poco más antes de caer a la arena haciendo saltar varias partículas de esta.

Pronto los abucheos lejanos dejaron de oirse haciéndole saber que al fin se habían callado, pero eso solo sucedía cuando el Rey hablaba luego de cada pelea.

—Espero que sus apuestas hayan sido fructuosas, hijos de Kainhet —dijo con el mayor tono de júbilo posible.

Arani aún no podía entender cómo alguien podía apostar monedas de oro por la vida de una persona que debía asesinar para no perder.

Se limpió la mejilla cubierta de sangre con la esperanza de que no se notara que de hecho lo que había limpiado eran sus propias lágrimas.

—Llevense a este ser despreciable, he visto suficiente de ella por un día —hizo un gesto despreciativo con la mano.

Al instante de que la orden del Rey dejó su boca, las puertas de hierro en la arena se abrieron dejando pasar a varios soldados armados y listos para defenderse en caso de que ella quisiera atacarlos.

Pero, ¿de que le servía gastar energía en algo que no podría pasar nada?

Los soldados se acercaron rápidamente a ella y la tomaron por todos los lados que ella pudiera mover para liberarse y atacar; pero Arani ya no los atacaría, ya había dejado de intentar matar al Rey. Era absurdo....

Al menos por el momento, por el momento era absurdo matarlo a él y a sus cuatro hijos.

Se dejó sostener y controlar por los soldados que la sacaron de la arena dejando huellas de color rojo carmesí ya que debajo del cuerpo de la mercenaria había un enorme charco de sangre que cada ver se extendía más y más.

A veces, Arani se sorprendía al ver que tanto podía sangrar un inmortal o un humano, lo que fuese, ambos sangraban lo mismo. Se preguntaba cómo una cantidad tan enorme entraba en un cuerpo.

El Trono de Hielo #2 (TERMINADO) Where stories live. Discover now