CAPÍTULO 6

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Los vehículos de Beta 1 llegaron al altozano, casi estaban a la vista de la torre del arca, pronto se haría de noche de nuevo. Frederic alcanzó la radio del automóvil. Sintonizó el dial hasta encontrar la emisora exacta en que se comunicaban con Alfa 1. Brevemente anunció su cercanía y recibió el permiso para entrar por una de las puertas inferiores, una de las que accedía directo al garaje del tremendo edificio.

Acercándose a él, quedaron por fin a la vista de la gigantesca construcción cubiertas de placas cerámicas, algunas resquebrajadas por la acción del tiempo, pero que permanecían en su sitio. La compuerta se abría ante ellos, ascendieron la rampa despacio, para quedar ambos camiones blindados en la sala de limpieza y purificación de aire por casi diez minutos.

Tras esta común costumbre pudieron acceder por una de las puertas pequeñas laterales para asearse del camino, y cambiarse por ropas limpias, quedando las de viaje para ser higienizadas en su debido momento.

Juan no esperaba tener que asumir las obligaciones de alcalde sustituto todavía, el resto de la torre ni siquiera se había dado por enterados de la salida de Lucía, por lo que nada más saludar a los recién llegados, carraspeó con incomodidad. Frederic, al que conocía desde hacía demasiado tiempo, un hombre que rozaba los cuarenta y astuto como nadie le miró de arriba a abajo.

––¿Está demasiado ocupada vuestra alcaldesa para recibir a los amigos de Beta 2?

No había manera de engañar a ese tipo. Tomó una profunda inspiración.

––La alcaldesa Lucía se haya en una misión, esperamos que vuelva en unas horas. Pero es un asunto que ha de permanecer en secreto

Frederic aceptó el asiento que le ofrecía Juan en una sala apartada del comedor comunitario, donde en unos minutos le sirvieron comida caliente. Al retirarse los encargados de servirles en esos momentos, reanudaron la conversación.

––¿Ha ido a comprobar la zona dónde se observaron esos extraños fenómenos?––inquirió el jefe de la expedición Beta 2.

––No ha habido manera de convencerla de dejar ir a otro en su lugar––respondió Juan.

––Vuestra nueva dirigente tiene arrestos, por lo que observo. Pero no debió exponerse de esa manera. Hemos visto con nuestros propios ojos la zona y lo que allí ha ocurrido no es natural. Tampoco nos hemos encontrado con la expedición de vuestra dirigente––tras decir esto, degustó la comida caliente a grandes cucharadas..

––Usaron caballería, por lo que habrán tenido que hacer día en algún refugio––dijo el sustituto de la alcaldesa sin apenas ganas de probar bocado..

––Eso espero, o sería la alcaldesa con el periodo más corto de mandato de la historia...––se carajeó el recién llegado.

Esas mismas palabras no hicieron ni pizca de gracia a Juan, su hijo mayor  también estaba en esos instante corriendo el mismo peligro que Lucía.



Deight se dio suma prisa en llegar a la sala a la que desembocaba el pasillo que había tomado la rehén. Maldigo que Soreigh no hubiese activado la seguridad de la habitación, y ahora estuviese dando tumbos por la nave y a saber en qué lío.

Nada mas llegar a la zona la vio, era bastante alta para ser terráquea. Estaba refugiada en una de las esquina y blandía entre sus manos una lanza de las que solían adornar las paredes de esa sala de descanso recogida de alguno de sus innumerables viajes. Su cabello ondulado y corto rebotaba contra su delicado cuello, pero los músculos de sus brazos sostenían con firmeza la rústica arma, sabía defenderse.

No lo hacía mal, mantenía a raya a ocho tipos, de los cuales no conocía a ninguno nada más que de vista, eran rescatados de otra de las naves que sufrieron un accidente hacia poco y acudieron en su ayuda, uniéndolos a la tripulación. Aunque aceptaban al comandante, formaban su propia camarilla y en ocasiones se mostraban reacción a obedecer órdenes directas.

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