CAPÍTULO 53

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Las hermanas se tomaban de la mano por debajo de la mesa para darse mutuo ánimo. Tarigh volvió a sentarse ante ellas. El comedor había quedado vacío, ni Maddekj, ni Galia ni Accrush, por respeto, quisieron presenciar la conversación. Todos habían tomado sus respectivas bandejas y desaparecido.

El comandante plantó ambas manos con un golpe sobre la mesa, haciendo que ambas casi saltasen en sus asientos sobre el banco. Un buen golpe de efecto para ambas liantas. Elevó su voz para ser bien escuchado, incluso por quienes estaban ya fuera de la línea de tiro.

--Cuando se da una orden en una nave de la que depende la seguridad de sus habitantes y tripulantes, se obedece. Creí que todos los que aquí viajamos estamos bastante crecidos para comprender eso.

Las dos asintieron repetidamente sin apartar sus ojos enormes tan parecidos de su persona. No quería ser duro, pero ellas necesitaban comprender que solo el fallo de un eslabón, podía romper toda la cadena. Inspiró hondo.

--¿De cuál de ustedes dos partió la idea?--ni se le pasaba por la cabeza de que la pequeña pelirroja fuese la instigadora, era demasiado apocada en su presencia.

Lucía apretó la mano de su hermana y se irguió en su asiento.

--Fui yo--dijo sin que le temblase la voz , aunque por dentro era como un plato de gelatina.

--Pero Lucía...--susurró Laura, ambas eran culpables, pensó. Pero la mano de su hermana se apretó aún más en torno a la suya.

Tarigh miró a ambas. Estaban mintiendo, las dos eran igualmente culpables, pero si querían seguir jugando a esto, mejor. A quien correspondía disciplinar a su compañera era a su hermano. Tampoco quería disgustar a una mujer en su estado de embarazo.

--Laura, ve a tu habitación, tu compañero se encargará de ti--la mujer pareció reacia a abandonar a su hermana, el guerrero la miró con intensidad bajando su tono una octava--. Ahora...

Lucía soltó su mano y la empujó disimulada. Laura no tuvo más remedio que levantarse y salir de aquella sala, dejando a solas a Lucía y al comandante. Ella tampoco se libraría, pensó. Si Tarigh la mandaba a su camarote era porque el encargado de echarle una buena bronca sería Deigh.

Lucía se preparó a recibir una buena ración de reproches, nunca había visto a Tarigh tan enfadado. Sin embargo había algo con lo que no contaba, al quedarse sola con él. joder, esa voz profunda, esa actitud dominante... ¿Realmente una mujer con su cultura, su fuerte mentalidad, podía derretirse así? Joder si sus bragas no se estaban ahora humedeciendo. Somos animales, pensó, con cierta inteligencia, pensantes, pero con un maldito instinto.

Frente a frente, ninguno de los dos bajaba la mirada. Tarigh se sorprendió que Lucía, tras quedarse a solas, no se encogiera o suplicara. Nunca había visto una mujer que no agachase su mirada ante un regaño de su compañero. Pero ellos no lo eran, ella se había declarado su concubina, mucho menos que una esclava en los estándares de sus leyes. Al volver a respirar hondo, sin saber cómo continuar inhaló el perfume de ella, no, no le tenía miedo, estaba malditamente excitada.

En un arrebato, sin pensarlo siquiera se levantó de su asiento para llegar hasta ella, tomarla de la mano y casi arrastrar por los pasillos a Lucía con la velocidad que caminaba. Al llegar a su camarote y abrirlo la empujó a su interior.

--Sácate la ropa, o la romperé--él mismo desvestía su camiseta y la arrojaba a un rincón.

Lucía le miró confusa al principio, pero sintió como sus entrañas humedecían de inmediato. ¿Cómo demonios se podía sentir así? ¿No iba a ser castigada? Sacó su camisa desabotonando deprisa sus pantalones, quedando en topa interior y descalza.

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