Capítulo 19

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El tiempo pasó lento pero consciente para Tarigh. Dejado caer inmóvil en ese camastro notaba que su fortaleza aumentó hasta su potencial habitual. Lo único que no sanó tan rápido fue su rostro, ni siquiera se lavó las sangre de las heridas. Si hacía notar su capacidad de reposición tras una paliza, y una exposición desnudo al clima del planeta, podría generar un miedo bien fundamentado entre sus captores.

Una raza casi invencible hubiese hecho cundir el miedo, su supervivencia y la de Lucía dependía que le creyesen débil y mermado en sus fuerzas. Siguió con los ojos cerrados, la pequeña luz sobre el alto techo no había sido apagada en todo ese tiempo, ¿Una forma de tortura? Ni siquiera era una simple molestia.

Escuchó al otro lado de la puerta voces terráqueas, una discusión. Vaya, sus captores parecían no ponerse de acuerdo en algo. Su estómago sintió la mordida del hambre. El agua de la botella que le habían proporcionado estaba casi acabada. ¿Sorteaban entre sus vigías, quién entraba a servirle el desayuno? No quiso sonreír, pero casi lo hizo.

Pobre del idiota que entrase primero, pensaba acabar con él en menos de un secoether, avalanzarse sobre el que permaneciese guardando la puerta, arrancarle su arma y obligar a todo el que estuviese en el pasillo a darle sus armas y comunicadores, si los tenían y encerrarlos en esa misma celda. No quería muertes innecesarias, solo lo haría por su supervivencia y la de Lucía. Su cuerpo podía resistir algunas de esas balas que lanzaban las armas usadas por los humanos. Aunque el traje que llevaba no era de batalla, también era bastante seguro. Solo debía evitar ser disparado en la cabeza, pero debido a su altura en comparación, les sería más difícil a los que estuviesen cerca.

Los que estuviesen a distancia, si estaba rodeado de humanos intentando reducirle, podían cometer el error de disparar y herir a un compañero. Esperaba que aún hubiese la semilla de la lealtad entre esos hombres, o tendría un problema más.


Maddekj llamó a la puerta de la enfermería dónde se encerraba ella misma por la noche la joven terráquea, su protegida. Sorprendido de como pensaba en ella se rio de sí mismo, no, era su vigía, no su guardaespaldas.

Pero tampoco permitiría que nadie le hiciese daño. Había trasladado su jergón de campaña y dormido sobre el duro suelo ante su puerta a escasos metros de ella. Tan pocos que el olor de la pequeña mujer se colaba bajo la puerta, pues no era estanca. Desde el día anterior parecía haber cambiado. Estaba sangrando, al principio creyó que se había herido, pero al verla aparecer tras la doctora con sus mejillas sonrosadas y pasar sin querer mirarle a su lado, como avergonzada, le dio las pistas necesarias.

El apenas había vivido su vida en el planeta de origen, demasiado joven se había embargado en la aventura de buscar y descubrir nuevos mundos en una nave repleta de hombres. Pero eso no quería decir que no fuese consciente de la anatomía femenina, no conociendo cuándo volvería había aprovechado sus últimos días en buscar mujeres liberales y complacientes. No abundaban mucho en su planeta, salvo que fuesen viudas o jóvenes sin esposo aún y estas guardaban su primera vez para su verdadero compañero.

Pero entre las de otros mundos, dependiendo de su cultura, si accedían de buen grado a una noche de pasión con un guerrero. Todas sabían que eran incansables y que acabarían bien satisfechas en la cama de alguno de ellos. En ese tiempo era un sangre pura, sin ninguna señal ni daño en su rostro o cuerpo. Guardaba bien al fondo de su equipaje los brazaletes de compañeros, joyas que ahora, con su lastimosa apariencia, ninguna mujer estaría dispuesta a aceptarlo, por mucho que vibrasen esos malditos artilugios. Las pocas mujeres que podían quedar en su planeta, solo querían lo mejor, no material dañado para parir sus futuros hijos.

Sus sangrados menstruales, no le eran material tabú. Sabía bien que no era tema que se hablara a las claras, muchas hembras se negaban a practicar sexo durante unos días por ello.

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