CAPÍTULO 40

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El aroma de algo delicioso y caliente llegó hasta sus fosas nasales. Pero estaba tan a gusto dentro de su cama, envuelta en el aroma de Tarigh además de las suaves mantas...  remoloneaba. Se pateó mentalmente. Debería estar ya levantada, dispuesta, haciendo el equipaje, ayudando en el arca. Sin embargo allí estaba estirándose, en el lecho, con los ojos cerrados. Los cuales se abrieron de golpe al sentir hundirse el colchón a su lado de alguien pesado sobre su cama y sus labios besados con pasión.

Era la mirada plateada de Tarigh la que estaba sobre ella. Sonrió al separar su boca con una sonrisa sabia y masculina.

––Buenos días, dormilona, tienes que comer––se alzó de la cama, aunque quedó sentado en el colchón. Señaló el desayuno.

Lucía se incorporó despacio, sí tenia hambre. El sol estaba bien alto en los cielos.

––Creo que ya es hora del almuerzo. ¿Nadie ha preguntado por mí?––inquirió la alcaldesa.

––Por supuesto, les dije que habías acabado rendida después de pasar toda la noche copulando con un guerrero de mi posición y fuerza––respondió con tranquilidad Tarigh.

Uno de los cojines de la cama golpeó en pleno rostro la cabeza del comandante, al caer al suelo asustó a Bollito, este marchó ofendido a otra sala. La cara de sorpresa de Tarigh hizo que Lucía rompiera en carcajadas. La voz profunda del guerrero, resonó en tono cavernoso.

––¿Te has atrevido a golpear a tu amo, concubina?––respondió el guerrero en tono oscuro y cavernoso.

Ella sabía que Traigh estaba bromeando, se tapó la boca pero sus ojos seguía mirando al hombre sin una pizca de arrepentimiento. Asintió dos o tres veces. Él comenzó a reír.

––Come, Lucía y rápido, porque voy a volver a hacer el amor contigo antes de dejarte salir de esta habitación. Eres mía, ¿recuerda, hermosa?––prometió, poniendo una bandeja sobre las rodillas de la mujer

Ante tal promesa se dio buena prisa en comer, casi se atragantaba con el tercer bocado, tosió un poco y pregunto:

––¡No se te habrá ocurrido contar lo que ha pasado aquí esta noche!––dijo Lucía preocupada.

––No estoy tan loco, aunque estuve a punto de asomarme a una de las galerías y gritar a todos que eres mía al fin. No, para evitar problemas, cada uno de nosotros hablará y explicará nuestro problema a los suyos y pedirá discreción––alargó la mano para poner tras la oreja uno de los mechones rizados despeinados de Lucía que caía sobre su rostro––. Una vez en mi planeta, temo que tendremos que separarnos por un tiempo. Tendré que... cumplir con algunos deberes, los cuales sabes ya que. aunque no lo deseo, he de llevar a cabo.

Lucía puso un dedo en los labios de su amante.

––Ssst. Dije que aceptaba las condiciones, no necesito que volvamos a discutir del tema entre nosotros. Lo único explicar vuestras costumbres a los míos y los tuyos y dejar este tema zanjado. Pero ahora deja que termine de comer y al menos me de una ducha––sonrió Lucía mientras se llevaba a la boca una cucharada de cereales tostados y molidos con leche y miel.

––Come rápido, te ducharás luego, adoro mi olor sobre ti, mujer.

Elena casi tenía listo el equipaje que se llevaría junto a sí, ropas, zapatos, y sobre todo, algunos recuerdos, Su hija también había dedicado parte de la mañana en esa misma tarea, ahora estaba en la zona alta, tenían que pensar cómo llevarse a las abejas y que estas llegaran sanas y salvas. Soreigh había pasado a por ella y subido juntas.

Se sentó en la cama, en su mano un pequeño cofre con las joyas, más bien pequeñas fruslerías de las cuales no conocía el valor, aparte del sentimental. Los mismos anillos usados en su unión con su esposo estaban allí. Ambos, el que llevó él y el de ella en una cadenita fina dorada, unidos para siempre, aunque hiciese tiempo que había abandonado el mundo de los vivos en la última gran invasión de las hordas de los «Sin Pueblo». Si los guerreros venidos de las estrellas hubiesen estado allí solo diez años antes... quizás Damián aún estaría con ella, y no tendría que enfrentarse al desconocido futuro junto a su hija tan solas.

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