CAPÍTULO 71

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Como su valedora, Sheena junto a Soreigh, flanqueaban a Lucía. justo en medio de la plaza más grande de NovaOrbe, la misma que les vio aterrizar tres días antes apenas.

Frente a ellas otras tres mujeres, Ebeiretj, con una armadura estilizada de plata profusamente adornada con volutas, incluido un casco con tiras de tela parecida a la seda terráquea, tanto coronando su casco, como una falda con aberturas laterales lisa, que le llegaba a las rodillas del mismo color. Llevaba, como imaginaba una lanza con dos puntas, finas como cuchillas curvadas en su final.

Toda ella refulgía frente a la negro y el rojo que vestía Lucía. Laminas de cuero y acero milenario, pulido y engrasado superpuestas. Una katana en su cintura bajo el grueso y ancho cinturón de piel de más de dos palmos con varias capas que alternaban cuero e hilo de acero. Un casco sobre su cabeza que le protegía de los destellos y parte de su rostro. Un sol de oro macizo coronaba el frontal, con puntas afiladas y curvas. Ni seda, ni adorno alguno, más que los cordones necesarios trenzados, que no fuera la armadura en los colores de la familia de Sheena.

En realidad no se sintió incómoda, al contrario. El amplio cinturón disimulaba y a la vez protegía su tripa incipiente. La katana había sido afilada, tanto que cortaba como una navaja de afeitar, pero era fuerte como la roca y ligera como la pluma

Ambas se miraban, frente a frente. La plaza se encontraba llena de curiosos ante tamaño acontecimiento, la hija de la familia más prominente de NovaOrbe, contra una esclava que se decía era la mandataria del pueblo terráqueo.

No se permitió más que a Sheena asistir a la lucha, ni siquiera a Laura. Deigh tuvo que hacer su mayor esfuerzo para encerrarla en una de las habitaciones hasta su vuelta. Esta lloraba por asistir, con todo el dolor de su corazón el guerrero la dejó atrás, montando en la nave que les llevó a la capital con una dotación de guerreros. Maddeck se unió a ellos nada más llegar, había viajado junto a Lucía, las otras dos mujeres y Rioeigh.

Este echó a Tarigh una mirada de desprecio antes de ponerse en un escalón más bajo del atrio que daba sombra a los Consejeros reunidos. Estaban todos, incluyendo esposas e hijos. Nadie quería perderse el acontecimiento de ver derramada la sangre de la orgullosa terráquea, er la forma de humillarles al fin y que no se resistieran a la esclavitud.

Laiccetr se instaló a la diestra de Tarigh, con un ligero movimiento de su cabeza le saludó, a la vez de lanzar una mirada inteligente, dirigiendo sus ojos alrededor. Entre el pueblo había una cantidad notable de guerreros armados para la batalla que en el bullicio pasaban desapercibidos. Las mujeres vestían con vaporosos vestidos de gala, como si asistieran a una fiesta en vez de a la muerte de uno de las contrincantes o de las dos.

Tarigh no supo si respirar aliviado de que todo aquel contingente estuviese de su parte o temer por la vida de Lucía y las demás mujeres que asistían a tal acontecimiento, el cual seguro que no olvidarían jamás ni por lo inusual ni por lo que vendría después. Ya había dado las órdenes pertinentes a Maddekj y a dos más de sus más fieles guerreros, su única misión sería proteger y sacar de allí a esas tres mujeres que estaban en esa plaza y que debían de sobrevivir a toda costa.

Maddekj no tuvo más remedio que inventar un engaño para que su compañera le perdiera de vista el tiempo suficiente para tomar la nave que llevó allí a Lucía. No era de su agrado, pero no podía asistir nadie terráqueo, aunque tampoco quería disgustarla. Así que pidió a la diosa que todo se desarrollase como había planeado el comandante y con la mano disimulada, sobre su arma, mientras cruzaba sus brazos permaneció a menos de diez metros de la nave. Al lado contrario estaban los otros dos hombres que se encargarían al igual que él de que ellas pudieses salir vivas de allí.

Tarigh no soportaría perder a Lucía, pero tampoco a Soreigh ni a esa otra terráquea de ojos oblicuos y piel blanca que como el testo de los demás habitantes de Alfa 1, se había prometido proteger por encima de todo.



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