CAPÍTULO 10

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Los hombres que formaban tras el comandante no desviaron su vista al frente, sin embargo sus ojos plateados seguían tomando buena cuenta de la situación estratégica en que se encontraban, rodeados de terráqueos, en una gran sala. La mayoría parecían mujeres y niños desarmados y curiosos.

Aproximadamente todos los soldados que componían la pequeña tropa tenían la misma altura, con mínimas variaciones. Sus colores de cabello si oscilaban entre el plateado, y diversos tonos de dorado y castaño. Sus armas apuntaban al suelo y su posición parecía relajada aunque siempre alerta.

Lucía se adelantó hacia la apretada formación de humanoides tan parecidos a ellos con una sonrisa, Juan y su hijo mayor J. la flanquearon de cerca.

––Sean bienvenidos. Se han reparado alojamientos para sus hombres en los pisos altos que están vacíos. Igual para usted, comandante.

––Agradecemos su preocupación por nuestro bienestar. Me gustaría hacerle una pregunta, Lucía. ¿Tienen almacén de armas? Las nuestras no serán necesarias mientras estemos dentro de la torre. A pocas millas sobre nuestras cabezas nos sobrevolará como defensa la nave que nos ha traído  hasta ustedes. Está en modo vigía. Avisará si nos acecha algún peligro. Mientras tanto, como muestra de buena voluntad, preferiríamos estar desarmados, sobre todo habiendo presencia de niños pequeños y a toda seguridad curiosos...

La alcaldesa asintió.

––J., si eres tan amable acompaña a la guardia del comandante para que puedan dejar sus armas en el almacén.



Sin demasiadas ganas, J, obedeció, seguido por el pequeño escuadrón que se movía en perfecta formación tras él. Que esos tipos dejasen allí sus armas era también darle información de dónde guardaban ellos mismos sus escasas defensas.

Uno de los que parecía de mayor rango se puso a su altura, le ofreció un pequeño objeto, igual al que llevaba desde hacia dos días en su oído Lucía. Antes que él pudiese cogerlo o rechazarlo, el mismo hombre se lo introdujo en su oído.

Ya no podía negarse a ello.

No bien lo hubo sentido introducirse en su interior, el hombre que estaba mas cercano a él le sonrió.

––Soy el capitán Jaiden, tercero de a bordo de la nave Pueblo Errante. ¿Tu nombre, por favor?

––J.––dijo con total simpleza el joven. El otro asintió. Antes de que los suyos se pusiesen los mismos dispositivos en el oído.

––Nuestro comandante ha pensado que mejor que llevar ustedes solos los comunicadores, como muestra de nuestra buena fe, todos nosotros lo usaremos, así el medallón alrededor del cuello de la alcaldesa Lucía, no será necesario que lo llevéis todos.

––Me alegra oírlo, parece más bien joyería de mujer lo que usa la alcaldesa. No seremos aquí demasiados hombres, pero aún conservamos ciertas costumbres... Y eso de llevar collares, no nos haría sentir muy cómodos.

El que estaba cerca de él sonrió, igual que los demás, parecían comprender.

––Sí, más bien parece adorno que usan las hembras, que los hombres igual en nuestra cultura––aunque omitió decir que era la forma que tenían de distinguir los esclavos tomados de otros planeta,  diferenciandos de los ciudadanos de pleno derecho.

––creo que no poseen demasiadas armas, pero sí algunos suministros, nosotros tenemos herramientas necesarias en nuestra nave. Quizás podamos entretenernos algunas horas en arreglar y poner al día vuestro armamento mientras esperamos el trasporte a nuestro planeta. Es bueno estar siempre preparado para cualquier contingencia––dijo Jaiden––. Todo eses tiempo pasado en nuestra nave nos ha hecho aprender mucho sobre como mantenerlas siempre listas. Pero nuestro suministro es mucho mas ilimitado.

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