CAPÍTULO 61

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La adrenalina que aún recorría las venas junto al extra de testosterona hacía que la cabeza de Doomey fuese un hervidero de malas ideas. Ellos estaban de vuelta, los que acabaron con la vida de su padre y de tantos otros de su pueblo. No iba a permitir que tal cosa se repitiese, ni que le fuese arrebatado el tesoro encontrado, su futura esposa.

Otra mujer de las estrellas vestida con un traje blanco, igual que aquellos primeros invasores bajaba de la nave se acercaba a ellos, llevaba el cabello recogido en lo alto de su cabeza y caminaba tranquila hacia ellos. Llevaba entre sus manos una lanza, la reconoció, había pertenecido a su padre, antes a su abuelo, siempre estuvo en su familia. Ahora la veía mancillada por esa mujer.

No, no era suficiente que fuese devuelta, él no dejaría escapar a Lucía, era su trofeo, su premio por lo sufrido por él, por su pueblo. La montaña brillante estaba llena de otras mujeres, todas hermosas. Él solo deseaba una, y la dejaría ir. Su mente no lo aceptaba, su parte más primitiva hizo que reaccionara con brutalidad.

Antes que la hembra vestida con ricos y vaporosos ropajes llegase hasta ellos , sacó su cuchillo de pedernal, abrazando la cintura de Lucía, le puso el filo contra su frágil cuello. Ella emitió un corto grito, elevando sus manos para intentar agarrar esa mano que la amenazaba, pero él fue rápido, elevando la mano que antes la retenía contra sí, pinzando ambas muñecas para detenerla.

Lucía pensó que Doomey nunca se había encontrado con mujeres como ella, no le dio tiempo a pensar, ni dejarle a él tomar ventaja. Con toda su fuerza, echó sus caderas hacia atrás en un movimiento que el hombre no esperaba de una mujer a la que creía indefensa, tuvo que soltarla . Las manos de Lucía quedaron libres, agarrando la muñeca que sostenía el cuchillo la retorció y aquella primitiva  arma cayó al suelo.

La lanza que perteneció a su padre apuntaba ahora a su corazón. La mujer de blanco no perdió el tiempo, su mirada retadora se clavó en sus ojos, silenciosa .
La voz de su madre sonó tranquila a sus oídos, sin el menor atisbo de miedo.

––Eres idiota, hijo mío. Da gracias por que sus hombres las conozcan tan bien y sepan lo fuertes y decididas que son, o estarías muerto.

Doomey alzó las manos y retrocedió poco a poco. Miró a su madre recoger de las manos de la mujer de blanco y como Lucía se alejaban, sus ojos llegaron hasta la «Montaña Brillante» . Los guerreros de negro, incluidas la mujer del cabello blanco y brillante, les apuntaban con extraños artefactos. Recordó las palabras de Lucía, fuego, esos artefactos podrían acabar con ellos, fulminarlos, hacerlos cenizas desde esa distancia y hasta de mucha más. Poco a poco se movió para proteger a su madre, interponiendo su cuerpo entre ella y las armas que les apuntaban. Sabía que era un gesto inútil si el pueblo de las estrellas decidía acabar con él en ese instante. Él lo haría si amenazasen a su mujer.

La observó subir en la «Montaña Volante», las enormes puertas cerrarse para poco a poco dejándoles a oscuras, y en breves instantes esta se elevó a una velocidad imposible, desapareciendo en el infinito, hasta parecer una estrella y perdiéndose en el cielo nocturno.

––Durante el tiempo que yo dibuje esta historia en piedra,––dijo su madre mirándole a los ojos, apenas alumbrados por una antorcha––, buscarás una esposa y me darás una nieta, ella ha de seguir la tradición, la historia de nuestro pueblo acaba de cambiar, quizás pasen muchas generaciones, quizás un día no haya curanderas como yo, pero seremos cada vez más fuertes, mas, aprenderemos, inventaremos, llegaremos lejos. Tanto que ellos volverán. Tú y yo no lo veremos, pero algún día serán para nosotros como nuestros hermanos. Escucha esta profecía, hijo. Todos los pueblos serán uno solo y juntos acabaremos con esa raza del «Pueblo Escamoso» que tanto daño nos hizo a ellos como a nosotros.

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