CAPÍTULO 50

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Llevaba más de dos ciclos de sueño sin retirarse del puente de mando. Apenas había tomado agua o comido algún bocado que no recordaba cual guerrero le acercó en un cambio de turno del piloto. Por más que escudriñaba el infinito, oscuro y a la vez iluminado por cientos de galaxias, no había referencias de la nave «Pueblo Errante»

Rioeigh quedó bien a su pesar al mando del ciento y pico de terráqueos y guerreros, la última orden dada por su comandante, huir y salvarlos a todos, sin esperarles, sin entrar en batalla. Se sentía mareado e incómodo con todo ese peso sobre sus hombros. Él era el oficial de más rango y era un simple teniente segundo.

Tras el recuento de daños, por suerte todo se podía reparar durante el vuelo. No había ninguna baja, salvo algún contusionado. En ese instante el grueso de los que viajaban estaban en las tareas de cuidar a los animales de granja, los más pequeños en la sala destinada para su aprendizaje, toda digitalizada, con algún adulto que les cuidaba, y el resto terminando la comida o haciendo alguna pequeña reparación.

Ambas naves atacantes habían surgido como fantasmas, de la nada. No costaba en ninguna carta de navegación galáctica por la cual la nave de rescate se guiaba que esa zona fuese hostil. Pero ahora sí lo era. Precisamente por la misma raza que a punto estuvo de arrasar la vida de su planeta y reclamarlo como suyo.

Su otra preocupación, su madre. En el instante del ataque se encontraba a bordo de «Pueblo Errante» a cargo de la terrícola que intentaban reanimar en el tanque de transición. Sus otros dos superiores igual, tenían sus habitáculos en esa nave, igual que sus compañeras. Lucía se encontraba con ellos. Por suerte uno de los mejores pilotos de la flota les acompañaba en ese instante.

Pero desde hacía demasiado tiempo ninguna señal de vida, la radio permaneció muda, como recibió orden de mantener hasta escapar del peligro. Cualquier sonido captado por la otra raza, les haría blanco fácil. No quería sacrificar más naves, a pesar de que a pesar de formar una, todas eran desensamblables y capaces de sostener la vida que hubiese en ella y viajar con su propio puente de manto durante mas de cien Hether.

Se pasó las manos por los cansados ojos enrrojecidos por la fatiga de no dejar de observar los monitores. Sus propios hombres le habían aconsejado retirarse un ciclo de sueño para descansar, pero seguía negándose. Quería una pequeña señal, lo que fuese, de que «Pueblo errante» seguía su estela aunque fuese a distancia.

Que continuaban vivos, a fin y al cabo. No se sentía preparado aún para perder a su madre.

Otra madre apareció en la misma puerta del puente de mando. Elena tenía las claves como doctor para penetrar en cualquier estancia, incluida esa sala. Se volvió apenas, sin querer de dejar de escrutar la estela que dejaba tras de sí la nave de rescate.

--¿Qué necesita doctora Elena?--preguntó el ahora oficial en jefe de la nave.

--Necesito que me acompañes a comer algo y a marchar el tiempo necesario a tu camarote para que descanses antes de caer enfermo. Con un comandante desaparecido tenemos bastante--respondió la mujer en tono conciliador.

--Solo soy teniente segundo, aunque sea ahora quien tiene el mando--dijo con demasiada vehemencia Rioeigh--Todos nuestros superiores están desaparecido, necesito que vuelvan.

--Todos estamos preocupados por ellos, son diez personas queridas para todos, pero tú misma reacción me dice que no estás bien para seguir de pie un minuto más--puso una mano en el brazo del joven--. Tus hombres no se atreven más a pedírtelo, por eso he venido yo. Soy una madre, sé lo que se siente al querer proteger a los que amas. Pero si tú caes, no tendremos a nadie a quien acudir. Si ocurre algo grave , irán a tu camarote y te despertarán. No puedes dejar de comer y dormir por muy fuerte que seas.

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