CAPÍTULO 21

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Damielle accedió la primera por las puertas cerradas del último tramo de escaleras, con sorpresa descubrió que desde abajo no se apreciaba la malla metálica y fina, cosida a retales en muchos sitios que protegía el espacio superior del inferior. A su alrededor, nada más que dar dos o tres pasos un insecto volador que jamás había observado pasó zumbando junto a su oreja. Estuvo a punto de hacer un aspaviento para espantar el bicho volante, demasiado pequeño para ser una cucaracha y con demasiada destreza en el aire para ser una de esos resistentes y molestos. Estos se dirigían en enjambre hacía un mismo lugar en un vuelo nada errático. A través de la cristalera que cubría y filtraba solo los rayos beneficiosos del sol pudo ver que estaba presto a ocultarse.

La conocida voz de Nydia en la distancia le advirtió.

––Es una abeja, no la molestes y no te hará ni caso. Desde que nacen están acostumbradas a nuestra presencia. Solo muévete despacio y sin brusquedad, es la hora que vuelen a sus nidos a descansar. A ti también te lo advierto, guerrero. Pueden llegar a picar si se sienten amenazadas.

––¿Abejas?––preguntó sorprendida la joven Danielle, nunca había escuchado esa palabra.

––Sí, imagino que de dónde vienes, no se crían ni se cuidan como aquí. Son gracias a ellas por las que podemos sostener el huerto, los árboles frutales bajo la cúpula...––la muchacha con el cabello rubio recogido y limpiando sus manos llenas de tierra se acercó a ambos––. También tenemos moscas. Aunque esas se cuelan por la maya por fina que sea. Aunque los pájaros que viven libres dentro del arca se encargan de que no lleguen hasta nosotros. Y a veces son un poco molestos, ya sabes, sus deposiciones... por eso extendemos una carpa antes de servir las comidas y limpiamos mesas, sillas y el suelo. Pero no nos importa ese trabajo extra, ellos también alegran el lugar y algunos son necesarios para polinizar ciertos árboles. Por eso les dejamos el paso abierto un par de veces al año. Aunque después es más difícil echarlas y que no se coman o infesten otros frutos...

Maddekj las dejó adelantarse, tampoco era necesario ser su sombra en un lugar tan controlado como aquel. Era un sitio hermoso, le recordaba a su hogar con las diferencias propias de haber seguido conceptos evolutivos diferentes los especímenes vegetales.

Se sorprendió cuando una mujer pasó a su lado y con una sonrisa le ofreció una gruta redonda y de un color rojo brillante.

––Acabo de recogerlas y lavarlas, toma una, muchacho, están deliciosas, Cuidado con no tragarte las semillas del centro .

––Gra-gracias––acertó a decir con voz ronca el alto guerrero viendo alejarse a paso tranquilo a la mujer.

Maddekj mordió el fruto y la explosión de sabor le alejó unos instantes de la realidad. Le recordó a la niñez, al olor del hogar, de su madre que le dejó demasiado pronto. Ni los mejores doctores pudieron hacer nada. Había caído de mala manera y roto el cuello. Por muchos nanotec que le fuesen inyectados, la vida había escapado de su cuerpo ante los ojos de padre e hijo. Un accidente estúpido y fortuito. Apenas entendió nada, su primer contacto con la muerte. Solo supo de soledad y que su padre, al tiempo tomó una de las esclavas como compañera. La academia militar le hizo alejarse demasiado joven de su casa, sufrió el cambio a solas, y en raras ocasiones volvió a dormir bajo el techo de su hogar.

Las muchachas seguían hablando. Era extraño ese poder que tenían las hembras de conocerse y solidarizarse entre ellas, caminaban del brazo y se reían juntas. Llegaron a una distancia prudencial de un lugar algo más oscuro y apartado.

––Aquí viven las abejas. en sus colmenas. Son unos animalitos muy laboriosos. Además de ayudarnos en polinizar flores para que nazcan frutos, fabrican la miel que endulza nuestras comidas y producen la cera que a veces necesitamos como materia prima para fabricar velas.

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