CAPÍTULO 22

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Deigh se estaba demorando esa moche, discutía algo con su tropa de enormes guerreros en una mesa algo alejada para poder entender de lo que hablaban. Aunque para Laura no era un misterio. Todos estaban preocupados por la suerte de l comandante Tarigh y por ende, de su hermana Lucía.

Después de la última comida, muchos se habían retirado a sus respectivas camas. Incluida la joven venida de los «Sin Pueblo» impelida a ello por una orden de su guardián. Este también se encontraba en el circulo de hombres alrededor del capitán que parecían hacer planes. Nydia y Elena, la doctora. seguían a su lado, haciéndole compañía.

Aunque era mas que obvio para la sagaz mirada de Laura, ese no era el motivo real por el que la más jovencita perdía horas de sueño, intentando ocultar un bostezo. Los ojos de la chica se alejaban de vez en cuando en determinada dirección, justo en la que estaba el único guerrero de cabellos platino.

Esto iba a comenzar a ser una epidemia. Muchas mujeres, ahora todas mejoradas por ese compuesto nanotec, que ella misma notaba sus beneficiosos efectos, en edad de reproducirse andabas medio idiotizadas. Tantos años solas, sin posibilidad de conseguir pareja, y esa masculina pequeña legión de testosterona andante no era muy buena combinación. No sabía como su madre no se daba cuenta.

Nydia era demasiado joven. de su edad en el arca, solo había un par de muchachos, entre ellos Juan. Se trataban entre ellos desde niños más como hermanos que como futura pareja. En el arca había otras dos chicas que bebían los vientos por el joven, eso sí era conocido, y este repartía su «cariño» entre ambas, sin decidirse por ninguna.

––Es una verdadera alegría la recuperación del muchacho––Laura sabía que entre las cavilaciones de su mente, se había perdido parte de la conversación que intentaba mantener con ella Elena.

––Cierto, me alegro tanto por sus padres y por él––acertó a contestar Laura. Su brazalete también era una distracción molesta, volvía a vibrar, con mas fuerza cuando los ojos de Deigh se elevaban y con una media sonrisa pícara, miraba en su dirección.

De eso si se dio cuenta la sagaz doctora, maldita sea.

––Estás deseando irte a la cama... ¿cierto?––soltó la mujer con una carcajada––. Creo que tu compañero no ve la hora de llevarte de nuevo al lecho marital.

Laura suspiró, para qué negar lo evidente.

––No puedo decir que no desee irme ya a descansar...

––A descansar dice...––la risilla de la más joven de las tres hizo que la mirase a ella y luego desviase la mirada hacia Rioeigh con toda la intención. «Sé tu secreto, niña», pensó. Pero calló, cuando notó que las mejillas de la chica se ruborizaban. Se levantó de un salto de su lado. No parecía estar ofendida. Las miró a ambas.

––Creo que voy a empezar a retirarme, madre––dijo en tono suave con una sonrisa, desmintiendo que estuviese enfadada.

––Yo me quedaré un rato más, hija. Que descanses, si estas dormida cuando suba a nuestro apartamento, procuraré no despertarte.

Elena sonrió al verla subir la escalera con esa juvenil energía. A pesad de la muerte del doctor en el mismo ataque del marido de Lucía y Laura, conservaba su vivienda desde el mismo tiempo en que se unió a su difunto esposo. 

Ellas habían preferido vivir en el que perteneció a Lucía, más cerca de la biblioteca, trasladando sus cosas y entregando las de su fallecido esposo al almacén de provisiones de todo tipo, por si alguien más la necesitara a lo largo del tiempo. No había empresas de manufactura de ropa o de zapatos en esa sociedad. Se afanaban mucho en reparar lo roto y de apurar al máximo las prendas. Esa lo usual, ni siquiera se les pasaba por la cabeza no entregar aunque fuese una prenda que ellas mismas no pudiesen reutilizar. Algunas de las camisas que ella usaba le habían pertenecido al que fue su esposo por cinco años.

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