CAPÍTULO 54

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Aparte de estar al lado de los almacenes de la nave y cerca del hangar, la única celda de aislamiento que poseía la nave «Pueblo Errante» no era tan mal lugar, pensó Lucía mientras acomodaba la cama. Esta era más estrecha que las que se usaban en los camarotes, pero el colchón era firme y no habían escatimado en «lujos».

En la práctica era una urna de cristal con respiraderos y rejillas estrechas purificadoras de aire sobre el techo, igual que una única luz. Había una ducha pequeña, para lo que era un guerrero, pero perfecta para ella, un excusado tras esta, lo que le confería algo de intimidad, un armario sin puerta, una mesa atornillada y un único asiento, igual de anclado al suelo. Nada de aristas, nada que pudiese un reo utilizar para hacerse daño. Una única puerta, con una abertura a media altura para introducir la bandeja de alimentos sin tener que abrir la puerta.

Y silencio y tranquilidad. Estaba situada contra una de las paredes del fondo de otro camarote más grande que hasta ahora parecía haber sido usado como almacén, pues había cajas ancladas contra sus laterales. La única luz siempre encendida, hasta que llegaba el ciclo del sueño era la de sobre su cama.

Lo único malo, no pudo colar el par de libros que llevaba en su equipaje. Demasiado tiempo sola y demasiado para pensar en lo que había hecho. Ese era el quid de la cuestión. Fue llevada hasta allí asida por la mano de Tarigh, asiendo su brazo como una tenaza y metida dentro. Su equipaje quedó fuera. Él seleccionó algunas prendas y por supuesto, los libros los dejó dentro con media sonrisa.

Abrió apenas la puerta para darle un revoltijo de ropa.

--Cuando esta se ensucie, te darán limpias. Mientras tanto puedes apañarte con esto y tendrás que vivir en este sitio. Recibirás tres comidas al día, tienes agua a tu disposición. Por deferencia a que tu hermana está embarazada se te permitirá verla una vez cada cinco días, durante ese tiempo, podrás salir y caminar con ella por esta sala, vigilada por un par de guerreros. El tiempo que pases aquí dependerá si la joven Danielle se recupera o no--dijo con una voz que había dejado mucho de ser la amorosa que conquistó su corazón.

Sin darle más opción a preguntar, Tarigh se marchó de aquel almacén donde ella se encontraba dentro de esa especie de caja de cristal blindado.

Ahora su único entretenimiento era contar las duelas de las rejillas de ventilación o lamentarse de haber sido tan tonta en pensar que la belleza de ese planeta podía ser dañina.



Soreigh y Juan se turnaron para descansar durante la noche y buena parte del día. La joven seguía sin dar señales de mejora o empeoramiento. Poco después de la hora usual del desayuno hicieron acto de presencia Laura y Galia. Traían en sus manos bandejas de comida, pues ninguno de ellos se había personado en el comedor a esa hora aún.

Agradecieron la llegada y el alimento, Juan acababa de levantar y Soreigh preparaba más antídoto con las espinas de la flor «Diamantina». No quería inocularle grandes cantidades de una vez a Danielle, llevaba demasiada medicación en su cuerpo en las ultimas semanas y su salud podía empezar a pasar factura.

Tras terminar de comer, Soreigh miró a Galia.

--Me alegra que estés aquí, también he de hacer un seguimiento de tu estado. Nada invasivo, tomar una pequeña muestra de sangre y un análisis de tu salud--en sus manos llevaba el pequeño aparato blanco ovalado que solía utilizar para ese menester.

Galia introdujo su dedo índice, y apenas sintió el pinchazo. Tras él, en vez de esperar a ser tratada con una loción sanadora le llevó el dedo a la boca y chupó como tenía costumbre.

Soreigh la miró asombrada.

--Te-tenía aquí mismo el cicatrizante...--tartamudeó Soreigh asombrada del gesto.

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