CAPÍTULO 24

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Lucía estaba tirada en el suelo, si podía respirar era por el casco del comandante. Al abrir por completo la sala al exterior tras explotar la primera y la puerta estanca en un estruendo ensordecedor todo se llenó de polvo mezclado con humo y el aire exterior. En un primer momento el cuerpo de Tarigh fue el que la protegió de los miles de cristales que volaron en todas direcciones. Tras esto, el ruido y los gritos fue una constante durante minutos. 

Apretaba fuerte los ojos, el guerrero se elevaba para lanzar lejos a los tipos que podían herirla y que hasta el momento estaban a su espalda, usó el asiento que estaban usando minutos antes para esconderla. Sentía contra ella la madera gruesa y antigua del banco ofreciéndole parapeto contra las balas que volaban a su alrededor. Él comandante se unió a la lucha arrancando casi de las manos una de las armas que le ofrecía uno de los suyos.

Pero tan pronto como comenzó el infierno, apenas duró unos minutos y se hizo casi el silencio. No le dio tiempo a saber qué pasaba, se sintió izada en brazos y cubierta con algo espeso y pesado. Alguien la tomaba en brazos, pero la oscura capa le impedía saber quien era, solo que eran unos brazos extremadamente fuertes y a la velocidad que corría no era humana. ¿Había conseguido salir de allí con vida? ¿Tarigh también? ¿Era el comandante quien la llevaba envuelta bajo el sol y el aire inclemente o uno de los suyos?

Escuchó algunos disparos provenientes del arca, pero los guerreros solo querían alejarse lo más rápido posible. En apenas unos minutos se sintió empujada y su trasero cayó sobre un asiento firme y unas correas que no sabía de dónde venían sujetaron su cuerpo con firmeza.

Escuchó como una compuerta se cerraba y el aire se limpiaba lo suficiente a su alrededor para poder notar que se encontraba a bordo de una de las naves de combate que los guerreros llamaban «agujas». El zumbido de las rejillas de aspiración dejaron ver dónde estaba y quién estaba a su lado. El abrupto y atractivo perfil, que se concentraba en dar órdenes que ella no entendía apenas por la rapidez con las que las disparaba a los suyos y el fuerte tirón de la gravedad al subir en segundos al espacio abierto. Respiraba hondo, estaban en el aire, volaban a una velocidad endiablada, se inclinó hacia su derecha y vio deslizarse el suelo como una cinta lejana en diversos tonos color arena, ni siquiera distinguía si eran dunas o montañas.

Debía estar a suficiente distancia cuando el hombre pulsó una de las pantallas y soltó los mandos con total confianza, le sacó a ella el casco. Las correas que la ataban al asiento lo hacían también con su capa protectora, la cual le impedía cualquier movimiento. Él se encargó de ello, tironeó de la capa sin desatar, pero dejando libre sus brazos.

No le sacó el casco, cuando ella lo intentó no la dejó.

––No, déjalo en su sitio. Pronto estaremos en el arca, entraremos en el hangar y entonces. Los sensores me advierten que salvo el ritmo acelerado de tu corazón, no has recibido heridas.

––Muy simpáticos y útiles los sensores, pero podías haber preguntado igualmente––respondió Lucía aún con la adrenalina recorriendo sus venas––.Perdona, perdona, no quería decir eso.

––Es normal, no te lo tomo en cuenta. Demasiadas emociones para ti, incluso montar en una nave a tanta velocidad...

––No me lo recuerdes. Solo quiero llegar a casa. ¿Los demás? No pude ver nada...

––Bien, solo uno de los guerreros a recibido un impacto fuerte en un hombro aunque no es grave, nuestros trajes nos protegen y sanamos rápido.

––Dales las gracias de mi parte.

––La emisión está abierta, todos te están escuchando, incluidos mis hombres del arca.

––Lo, lo siento––dijo Lucía azorada––. Gracias a todos, no quise faltar al respeto a vuestro comandante, solo, solo estoy nerviosa.

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