CAPÍTULO 38

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Por la Diosa, cómo la presentía. Faltaban aún un tramo de escaleras por subir hasta la galería dónde se encontraba su dormitorio compartido cuando le llegó ese aroma conocido, sensual y atrayente. Rioeigh supo que ella volvía a esconderse entre las sombras. Respiró hondo, no sabía si por llenar sus pulmones de tal fragancia o para tomar fuerzas para negarse a sus avances torpes de joven inexperta. Tan inexperta como él, admitió, criado entre guerreros con la única presencia femenina de su madre en una nave cruzando el espacio. Podía huir, podía esconderse en esa habitación que compartía con cuatro de sus compañeros, pero no eternamente.

Creyó haberlo dejado claro después de haberse dejado llevar por ese interludio, por esa farsa de acto sexual casi bárbaro en los oscuros pasillos. Pero ella no le temía, como esperaba al principio. Ni siquiera al desprecio con el que le habló. Esa joven era obstinada, deseaba algo y pretendía conseguirlo al precio que fuera.

Pero Rioeigh no estaba dispuesto a dejar de lado siglos de tradición por el capricho de una terráquea. Para su asombro, terminó de subir la escalera, pero ella, aún oculta, no hizo por decir ni una palabra ni detenerlo de alguna forma. El guerrero caminó hasta su habitación incluso más despacio de lo que solía hacer, pero ella no se movió de su escondite. Sentía su mirada clavarse en su nuca, pero no hizo nada. Eso fue lo más inquietante. Entró en el dormitorio y cerró la puerta, solo entonces volvió a tomar aire. Procuró no hacer ruido para no despertar nadie. Permaneció largos momentos con la espalda apoyada sobre la puerta.

Escuchó sus pasos, suaves, casi inaudibles si no prestabas atención. El apartamento que compartía la joven con su madre, la doctora Elena estaba un par de niveles por encima del suyo. Hasta que el silencio no fue total, no caminó casi a tientas hasta su cama y tras sacarse las botas, se introdujo entre las mantas. No esa noche tampoco dormiría.



Nydia esperó, esperó largo rato, ya hacía casi una hora que la nave aguja había partido y su madre estaba en su cama, dormida seguro. Ella se entretuvo en la cocina, ayudando en cosas innecesarias, todos estaban agotados tras el largo día de emociones y solo querían sentirse seguros, protegidos por la nave que los cubría y dejarse llevar por el sueño.

Ella no. Fue paciente, no podía hacer otra cosa que observar al objeto de sus deseos, aunque fuese de lejos, oculta en la oscuridad como un ladrón. Robaría pequeños instantes, atisbo de una sonrisa aunque no fuese dedicada a ella. Una risa, un parpadeo, el reflejo de sus ojos. Aunque fuese en la distancia, sentía en lo más profundo de su ser que ella le pertenecía de la misma forma que él a ella. Ni sus desprecios, ni sus duras palabras, nada podría hacerla desistir de ello. El sentirle, el respirar un poco del aire que él respiraba debía de bastarle, el estar a apenas un par de metros de distancia, escondida, solo para verle pasar, era lo único que podía tener de él, y eso era lo que tenía.

Una vez que lo vio desaparecer en la habitación dónde descansaba, esperando unos minutos, intentando desacelerar su corazón que latía frenético y deseoso, pudo tener el suficiente valor para ascender las escaleras que le llevarían a su apartamento, a su lecho vacío de virgen inexperta. Si él no se unía a ella, era su destino, morir igual que nació, sin conocer el calor del amor verdadero, sino el recuerdo de la pantomima de un acto que hubiese sido hermoso, si él no fuese tan fiel a sus leyes.



Era tarde, pero en el hangar de la nave «Pueblo Errante» dos hombres esperaban la llegada de Maddekj y Danielle. A petición de Soreigh, dejaron sus horas de descanso solo para recibir a la pareja y casi <<secuestrar>> a la muchacha de los brazos de su futuro compañero.

Este no tuvo más remedio que dejarla ir con ellos, las órdenes de la teniente Soreigh eran tajantes. La tecnología a bordo de la nave era mucho más precisa que la de campaña que la acompañó en su viaje a la torre Alfa 1. Había solicitado un chequeo completo de la joven a su llegada y ambos doctores. Eisumn y Nertumn la arrebataron casi de sus manos para llevarlas a la zona medicalizada.

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