CAPÍTULO 2 EL TRATO.

104 14 11
                                    

Siempre tuve la mala fortuna de verme envuelta en líos por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, era algo gracioso, porque yo era tan despistada que podrían estar cometiendo un delito junto a mí y yo ni por enterada me daba.

No lo sé, quizás el vivir con mil cosas en la cabeza a la vez me desconectaban a tal punto del mundo que no notaba con facilidad lo que pasaba a mi alrededor, fue así como un día resulté castigada en clase educación física, por haber estado en el mismo lugar que unos chicos que rompieron un par de cristales.

El maestro Botero, nos puso a darle 1.000 vueltas a la cancha de básquet, no importó cuántas veces dijera que no tuve nada que ver.

Mis piernas me dolían mucho, el esfuerzo que estaba haciendo era demasiado para mí regordete cuerpo, debo decir, que jamás fui amiga del ejercicio.

Como cosa rara, los malandros del asunto eran Joel, Ariel y Marcos... Los de siempre.

Llevé mi cuerpo al límite, Marcos me gritaba todo tipo de improperios mientras corríamos...

—Corre gordita, eso te hará bien para rebajar tu rechoncho trasero.

Él y Ariel se reían de mí y seguían llamándome gorda floja, de repente, la escena se puso en cámara lenta, pude ver una patada voladora que venía hacia ellos, Joel los golpeó inesperadamente y ya teniéndolos en el piso los pateó.

Esto estaba yendo mal, muy mal.

—¿Qué te pasa Marcos? ¿Muy macho burlándote de una chica por su cuerpo? ¿Qué diría tu mamá si sabe esto? Con el cuerpo que ella tiene no le haría gracia lo que haces imbécil.

¿Me defendió? Me pregunté en ese momento, quedé en shock, Joel los seguía golpeando y hasta los escupió, sentí que las cosas se salían de control así que me puse en medio.

—Joel por favor cálmate, no vale la pena que ensucies tus manos con este par de basuras, —le dije mientras le agarraba como podía para que no los golpeara más.

—Odio a los tipos que denigran a las mujeres, ¡Los odio!

Pude ver un fuego intenso y violento en su mirada, puse mi mano en su mejilla y traté de hacerle entrar en razón.

—Joel, por favor, vámonos.

En tanto, el profe se acercaba a ver qué sucedía, Joel aceptó haberlos golpeado pero no dijo la razón, ellos tampoco y los llevaron a la dirección y a mi como testigo.

—Si te preguntan, no sabes por qué fue la pelea, tengo una reputación que cuidar, —susurró en mi oído mientras caminábamos hacia la oficina de la superiora.

Respiré hondo cuando estuve frente a la puerta, ensayé un parlamento mentalmente una y otra vez para no hablar más de la cuenta.

En menos de un minuto esta se abrió, dejándome ver a una monja de avanzada edad, con cara de puño y ceño fruncido, notablemente irritada por la gran magnitud del problema presentado.

—¿De nuevo ustedes? No hay un solo día en que no tenga queja de su proceder señores. Y usted señorita López Luján, últimamente la he tenido aquí, ¿Qué pasa? ¿Está dejándose influenciar por estos desadaptados jóvenes?

—No señora, yo iba pasando por dónde rompieron los vidrios y el maestro sin preguntar me castigó solo por el hecho de verme ahí, pero le juro madre superiora que no tuve nada que ver, después me puso a darle 1.000 vueltas a la cancha y la verdad estoy muy fatigada.

—¿Tiene usted pruebas que la señorita López Luján tuvo que ver en el daño de los vidrios? —preguntó al profesor.

—Verá usted madre superiora, yo escuché el ruido y me asomé desde mi salón, ví al señor Vásquez y compañía, emprender la huída y a la joven López Luján en medio del patio.

LOS CHICOS DE LOS QUE ME ENAMORÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora