CAPÍTULO 40. CARIDAD

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Llegué a las 2:45, varios de los voluntarios habían llegado, pero Ana no estaba por ninguna parte, ella solía ser impuntual y yo detestaba eso.

Me quedé mirando hacia el frente, a ningún punto en específico, mis manos sudaban, me estaba desesperando, entraría en una crisis de ansiedad, tomé una botella con agua y bebí lentamente, me aferraba a ella con todo mi ser intentando ahogar ese sentimiento.

No soporté y regresé al auto, rompí en llanto, me sentía desamparada, Ana no llegaba y no me sentía capaz de cumplir mi labor.

Puse mi rostro sobre el timón y me abracé a él, era presa de mis pensamientos y sentimientos, estaba otra vez el pasado comenzando a torturarme.

Había estado intentando evadir los recuerdos,  pero era algo imposible, después de estos años, la terapia no había funcionado en lo más mínimo; y por mi parte, debo aceptar que no ponía de mi parte para cambiar la situación,  siempre trataba de recodar todos los momentos vividos, miraba una y otra vez nuestras fotografías...

Tenía miedo de que un día despertara y ya no lo extrañará, me negaba a soltar su recuerdo.

Una voz interrumpió mis pensamientos...

—¿Alexandra?

Era Carlos, el hermano de Ana, no pudo aparecer en peor momento...

—¿Te encuentras bien?

Limpié mi rostro y evadí su pregunta cambiando radicalmente el tema.

—¿Y Ana?

—No puede venir, se cayó y parece que se fracturó un pie, vine a cumplir por ella su deber.

—Entiendo, voy a abrir la cajuela, ayúdame a bajar las cajas por favor.

—Perfecto, —respondió, si bien no siguió preguntando, pude ver cómo me miraba y eso me hacía sentir muy incómoda.

Limpié mi rostro, retoqué el maquillaje y bajé del auto.

—Bien, —dije con voz firme, —¿Qué envió Ana?

—Galletas.

—¿Solo eso?

—Sí.

—Lo imaginé.

—No entiendo por qué mi hermana está en esto, a ella nunca le ha gustado la caridad.

Yo sabía que lo hacía por mi, pero no dije nada.

—Debemos entrar esas cajas, —le dije.

Él, muy acomedido lo hizo, no tuve que mover un dedo.

Ya dentro empezamos a sacar cosas y entregarles a las encargadas del lugar, los ancianos se veían felices de ver tanta gente allí.

—¿Cuánto tiempo llevas haciendo esta labor? —preguntó.

—No lo recuerdo ya, creo que más de un año.

—¿Algún motivo en especial?

—Me gusta ayudar, es todo.

—Entiendo, yo también lo hacía en mis ratos libres, pero este último año fue imposible, mi tesis me tenía absorbido.

—¿Ya te graduaste?

—No, pero ya terminé mis materias. Debo esperar que den fecha.

—Entiendo,  ¿y qué fue lo que estudiaste?

—Soy ingeniero ambiental.

—Maravilloso ¿y ya tienes pensado qué harás ahora?

—Quiero descansar un año, no he parado y necesito un respiro.

LOS CHICOS DE LOS QUE ME ENAMORÉWhere stories live. Discover now