Cap 18

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10/11/2010

Despierto con un ruido de voces en alguna habitación contigua. Me acomodo y miro a mi alrededor . Estoy en un dormitorio precioso. Una cama de madera grabada con dosel, una colcha de color crema, suave al tacto. Es una de esas camas antiguas, que parecen sacadas de un cuento de hadas. Largas cortinas de color blanco semitransparentes me rodean. Con la mano ladeo una de ellas y un enorme cuarto se abre ante mí. Bajo de la cama y la sensación de la madera del suelo en mis pies descalzos me hace mirar hacia abajo.

Por primera vez soy consciente de que me han cambiado de ropa. Me pregunto si lo habrá hecho Gabriel. Solo de pensarlo, todo el vello del cuerpo se me eriza. Las paredes son todas blancas lisas. No hay cuadros ni fotografías. Solo pared. Una de ellas está cubierta por una estantería repleta de libros. En otra hay una chimenea moderna de metal, que está encendida y le da un aire acogedor a la habitación.

Otra de las paredes no está completa, tiene dos arcos enormes, uno a cada lado.

Me somo por uno de ellos y veo lo que parece un baño. Pero es increíble. La pared de enfrente es un cristal del suelo a los pies. Entra muchísima luz. El suelo sigue siendo de madera. Recorro todo el habitáculo. Hay una ducha al otro extremo, hecha de piedra. Pared de piedra y suelo de piedra. Veo en una de las paredes varios botones plateados. Toco uno de ellos y salen chorros de agua repartidos por todo el techo, simulando un día de lluvia. Lo toco de nuevo y se para. El váter está separado por una mampara de cristales de colores y el lavabo no es más que una especie de piedra plana incrustada en la lisa pared blanca.

Muevo una de las cortinas de enfrente y un montón de vegetación aparece frente a mí. Abro todas las cortinas y admiro la escena. Toda la pared es un ventanal que da a una especie de selva amazónica.

— ¡Estás aquí!

Doy un bote y un pequeño grito del susto. Me giro y un divertido Gabriel me mira con una sonrisa en la boca.

— Me has asustado —me lanzo sobre él para golpearle el pecho, pero con sus enormes manos, sujeta mis muñecas y levanto la cabeza para mirarle.

De repente ya no parece tenso. Es como otro Gabriel distinto, uno que no he conocido aún.

— Lo siento —su voz es ronca. Carraspea para aclarársela—. Nos quedaremos aquí un tiempo. Al menos hasta que sepamos que estás a salvo.

— ¿Dónde estamos? —de repente su sonrisa se amplía y su cara parece la de un niño pequeño y feliz.

— No te lo voy a decir, solo te diré que vamos a desayunar y luego te enseñaré el resto de la casa y los alrededores.

— No me lo vas a decir —repito con voz susurrante, más para mí que para él.

— No —sus pulgares recorren el interior de mis muñecas haciendo que un calor abrasador invada cada célula de mi piel—. Puedes cambiarte si quieres —Elimina todo contacto conmigo y se aleja hacia la salida del baño—. He dejado tus bolsas dentro del armario.

Desaparece de mi vista. Con mi mano voy al punto consquilleante de mi muñeca. Donde su contacto aún es reciente. Sonrío para mí y salgo para ir hacia el armario. Es un armario empotrado en la propia pared y me cuesta encontrarlo. Lo he hecho gracias a dos espejos que lo delimitan.

Veo que la poca ropa que he traído está completamente colocada y ordenada en los estantes. Los pantalones colgados y un par de bikinis, así como ropa de verano, que no he visto en mi vida están colgando de las perchas con las etiquetas aún colocadas. ¿De dónde habrán salido?

Paso de los biquinis, me coloco una minifalda vaquera y una camiseta, junto con unas sandalias de dedo. La temperatura en la casa es agradable y no creo que haga frío.

Blood White I (La historia de Bianca) #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora