Capítulo 1

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Se encontraba en el río de la aldea Hatelia, sentado en la orilla y con sus pies metidos en el agua. Era un día nublado, pero a Link le gustaba aquel ambiente que creaban las nubes y la luz que se colaba entre ellas.

De repente, una risa. Link se giró para contemplar a la figura que se hallaba detrás de él, con su típico vestido y su sonrisa dulce e infantil.

¡Hermano! ¡Yo también quiero jugar en el río!

La niña saltó corriendo al agua, con lo que consiguió salpicarle sin remedio. En vez de enfadarse por mojar su ropa, Link soltó una carcajada y se unió al juego de su hermana. Se puso de pie en el río y empezó a salpicarle agua con sus manos. La niña soltó un pequeño grito de sorpresa antes de reírse a carcajadas.

¡Ya verás ahora! —respondió Link entre risas. Adoraba jugar con su hermana pequeña, pues sentía que podía ser él mismo de nuevo. Sin preocupaciones, sin expectativas, sin ojos sobre él que lo juzgasen.

¡Nooo, se lo voy a decir a papá! —contestó la niña con fingido enfado, aunque también se estaba riendo sin parar.

Pero la felicidad no iba a durar para siempre. De repente un fuerte rugido hizo temblar la tierra, las casas e incluso el agua del río. Link se giró con horror y soltó una exclamación al ver como toda la aldea empezaba a deshacerse como la arena. El cielo se volvía rojo, el suelo se abría hasta deshacerse y las casas se caían a trozos. Era Ganon. Aquel demonio había despertado, e iba a arrasarlo todo con su malicia.

¿Qué está...? —empezó a decir, pero el chillido desesperado de la niña lo sacó de sus pensamientos.

¡Link, ayúdame! —gritó la niña, que empezaba a alejarse en un trozo de tierra que se había separado.

¡Aguanta!

El joven corrió hacia su hermana en un intento por coger su brazo y rescatarla, pero sus esfuerzos no valieron para nada. Aunque corriese con todas sus fuerzas parecía que jamás podría llegar hasta donde estaba ella. El espacio parecía distorsionarse a cada paso, y aunque estirase sus brazos hacia ella jamás podía alcanzarla.

Y luego, se precipitó al vacío mientras Link se quedaba completamente a oscuras en un lugar que ya no era su aldea, sino un lugar destrozado por la maldad de Ganon.


Link se despertó de golpe, sacudido por aquella pesadilla tan cruel. Se sorprendió al notar que había llorado, y se secó las lágrimas enseguida como si necesitase ocultarlas hasta de sí mismo. Respiró hondo para tranquilizarse, y miró por la ventana para comprobar que todo estaba en su sitio. La aldea Hatelia estaba bien, Ganon ya había sido sellado y todo estaba en orden.

Aun así, sabía que había cosas que jamás podría recuperar.

No era la primera vez que soñaba con su hermana: desde que recuperó sus recuerdos tras haber estado durmiendo en el santuario de la vida, había estado teniendo extraños sueños llenos de memorias y pesadillas. Poco a poco se había ido acordando de otros aspectos de su vida, como lo era su familia. Habían pasado seis meses desde que derrotó a Ganon y devolvió la paz a Hyrule, y sin embargo las cicatrices emocionales seguían escociendo. Recordaba a su hermana, a su padre, y todo lo que dejó atrás hace cien años. No tenía ni idea de qué había sido de ellos, y eso era algo que iba a pesar en su consciencia hasta el final.

«Basta, Link. Deja de pensar», se regañó a sí mismo.

Pero la tristeza seguía quemando en su pecho y no podía simplemente ignorarla. Cada vez se hacía más grande y sabía que algún día iba a estallar. Apretó los puños en un intento por tragarse aquellas emociones y deshacer aquel nudo en su garganta, pero apenas lo consiguió.

—Necesito aire fresco, eso es.

Se levantó de su cama, poniéndose aquella máscara de fortaleza que había estado llevando desde muy temprana edad, y fue a vestirse. Iba a coger su túnica de elegido, pero acabó poniéndose su túnica hyliana y su capa. Ver aquella túnica le recordaba al cataclismo, pero también a aquellas expectativas que todos tenían puestas en él desde siempre. Y estaba bastante agotado mentalmente por ello.

Tras desayunar, salió de su casa y respiró hondo hasta que sus pulmones se llenaron del aire fresco de la mañana. Fue a dar un pequeño paseo por la aldea, pues no tenía otra cosa que hacer. Zelda, su mejor amiga, le había dicho que se tomase un tiempo para descansar, pues ya había sufrido demasiado con el cataclismo. Así pues, mientras ella se había tomado unas semanas libres para seguir investigando las reliquias Sheikah junto a Prunia, Link había vuelto a Hatelia para despejarse.

Sin embargo, no lo estaba consiguiendo del todo.

—¡Mira a quién tenemos aquí! A nuestro gran héroe —dijo un vecino de la aldea, quien llevaba de la mano a una niña—. Ya que te encuentro, ¿le puedes firmar un autógrafo a mi hija? ¡Te admira!

—¡Señor Link, porfi porfi! —dijo la niña, que le miraba con aquellos ojos dulces llenos de ilusión.

Durante un segundo volvió a recordar a su hermana, y volvió a quebrarse por dentro un poco más. Pero no lo dejó ver, porque todo el mundo confiaba en que era fuerte y que no estaba roto por dentro.

—Claro —contestó él, esbozando una leve sonrisa.

El padre de la niña le tendió un papel y un lápiz, y Link le firmó aquel autógrafo a la niña, quien se puso a saltar de alegría.

—¡Gracias, gracias! ¡De mayor quiero ser tan fuerte como tú y vencer a los malos sin miedo!

Link no contestó, simplemente se limitó a sonreír de forma forzada y a despedirse con la mano del hombre y su hija. Cuando se fueron, la mirada del espadachín se nubló completamente, como si hubiese visto morir cientos de estrellas.

Estaba bien ser reconocido como el héroe de Hyrule, pero últimamente solo sentía que aquello era una carga más. Sí, había salvado a las bestias divinas y por ende a todos los pueblos. Sí, había derrotado a Ganon y devuelto la paz al mundo. Y sí, había ayudado a muchas personas a lo largo del viaje. ¿Pero y quién iba a salvarlo a él de sus propios demonios?

No quería decepcionar a nadie. No podía mostrar que en el fondo sí tenía miedo, que sí estaba roto, que sí quería llorar.

Sintiéndose atrapado y sin salida, tomó una decisión en ese preciso instante. Volvió a casa, se puso su capucha sobre su cabeza para pasar desapercibido, y cogió a su caballo. Necesitaba simplemente ser Link, sin títulos, sin expectativas, sin misiones que cumplir. Necesitaba escapar.

El héroe de Hyrule se marchó de Hatelia sin decir adiós.

Lo que nunca dijimos (Sidlink)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن