Capítulo 34

347 33 5
                                    

Era una mañana nublada en Hatelia, una de esas que anunciaban un día tormentoso. Link estaba entrenando con su espada delante de su padre, quien sacaba brillo a sus armas. Mientras tanto, una niña estaba dándole de comer a los cucos y a los caballos mientras tarareaba una dulce canción. De un momento a otro la pequeña se acercó a su hermano, quien detuvo un momento su entrenamiento.

¡Linky! ¿Y si damos una vuelta en caballo como hacíamos antes? dijo la niña, agarrándose a su túnica.

Aryll, no entretengas a tu hermano. En dos días irá a servir al castillo de Hyrule y debe seguir entrenando interrumpió el hombre, sin levantar la vista de su mandoble.

La niña miró al suelo, entristecida. Soltó sus manitas de la túnica del espadachín y suspiró. Link empezó a sentirse tremendamente culpable y mal por ver a su hermana de aquella manera. No podía permitirlo.

Por favor, padre. Solo será un rato, no tardaremos aseguró Link, envainando su espada. Aryll volvió a sonreír y a mirarle con entusiasmo. Llevo entrenando desde que era niño, no pasará nada por descansar un momento... Quiero disfrutar el tiempo que me queda con mi hermana.

El hombre dejó escapar un suspiro y dijo algo entre dientes que no pudo escuchar, pero finalmente asintió.

Está bien. Pero volved antes del atardecer.

Aryll dio unas palmaditas de alegría y Link la llevó hasta el caballo para subirla a su lomo. Él se montó detrás y recorrieron la aldea hacia alguna zona verde alejada de todos. Cuando el caballo empezó a galopar, la niña estalló a carcajadas mientras acariciaba la crin del animal. El espadachín sonreía al verla tan contenta y su pecho se llenaba de gozo con cada segundo que pasaba. Si por él fuera, detendría el tiempo en ese mismo instante donde todo estaba bien y en paz para vivir ahí durante una eternidad.

Pararon en un cultivo de manzanos a los pies de una montaña. El espadachín bajó a su hermana del caballo y la niña se puso a danzar entre los árboles mientras reía sin parar. Link le cogía la mano y la hacía girar sobre sí misma, divirtiéndose con aquella fraternidad de hermanos que tenían. Eran felices. Eran momentos que atesorarían hasta el final.

¡Hermanito, vamos a jugar al escondite! dijo Aryll, saltando entre la hierba. ¡Búscame! ¿Lo harás?

Bueno, contaré hasta diez contestó Link, revolviéndole los cabellos a la niña.

Su hermana fue rápidamente a esconderse entre risas. Mientras contaba, una sonrisa se dibujaba en su rostro al sentirse tan feliz y pleno. No le fue difícil encontrarla, y tras eso la cogió en brazos y ambos estallaron en risas que se quedó el viento.

Tras unas partidas más de escondite, acabaron sentados en la hierba, comiendo unas manzanas que habían recogido de uno de los árboles.

¡Me encantan las manzanas! ¡Quiero plantar un manzano en casa y regarlo todos los días! dijo Aryll, mientras cogía una semilla del fruto.

Estoy seguro de que lo cuidarás muy bien. Cuando vuelva de visita, quiero ver el árbol muy sano, ¿vale?

La niña asintió con una sonrisa alegre, pero su rostro se ensombreció un poco en ese instante.

¿Seguro que tienes que irte?

Tengo que hacerlo. Es mi destino... dijo Link, un poco entristecido.

Ojalá pudiera quedarse, pero para eso había estado entrenando desde que era niño: Para seguir el legado y los pasos de su padre. Él ya se había retirado del ejército hyliano hacía cuatro años, tras perder a su esposa. Ahora era el turno de Link servir a la familia real.

Lo que nunca dijimos (Sidlink)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora