Capítulo 33

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TW: Pequeña escena de disociación.

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Las manos de Link temblaban mientras él y Sidon excavaban bajo el manzano. Sentía un enorme nudo en el estómago y su cabeza llenarse de puros pensamientos catastróficos. El zora estaba a su lado pero su presencia no era suficiente como para frenar sus nervios.

Sobre todo cuando, tras excavar durante un buen rato, la verdad salió a la luz.

El príncipe exclamó cuando encontró por fin algo metálico que sobresalía de la tierra. Era una caja ya oxidada que tenía el símbolo hyliano grabado en la parte superior. Ambos se miraron con sorpresa mientras Link sentía su pecho estallando. El mundo se detuvo para él en ese instante.

No había sido solo un sueño.

«Búscame», recordó.

¿Acaso su hermana le había mandado un mensaje o había sido su subconsciente?

Ahí, enterrada durante cien largos años, había permanecido aquella caja esperando a ser descubierta. Todo ese tiempo la había tenido bajo sus pies en aquella casa.

—Link... —dijo Sidon, quien había sacado el cofre y lo tenía entre sus manos—. Estoy contigo. No lo olvides...

El espadachín estaba pálido en ese momento. Cogió el cofre con cuidado, como si su tacto fuese a quemarle. Miró una última vez al príncipe, quien asintió dándole ánimos. Y respiró hondo.

Y lo abrió.

Y Link sintió romperse otra vez.

Cartas hacia él nunca enviadas. Dibujos de niños que el tiempo se había encargado de emborronar. Un retrato de su familia pintado a carboncillo. Juguetes que alguna vez fueron suyos pero que no podía recordar del todo. Una figura de caballo tallada en madera que probablemente alguna vez tuvo algún valor sentimental para él.

Y también el diario de una niña.

Una niña que siempre esperó a que su hermano regresara.

Miró cada cosa lentamente y casi pudo escuchar el crujido de su propio corazón agrietándose. Cuando cogió el diario en sus manos y lo abrió, algunas notas se desprendieron de éste y cayeron al suelo, desperdigándose como lo hicieron sus propias emociones. Leyó algunas frases en silencio, sin atreverse a tocar los papeles del todo.

"Hoy mi hermano me ha prometido ir en caballo y jugar en el río, aunque papá quiera que entrene con su espada", decía una hoja.

"¡Es tan valiente! Yo quiero ser como él cuando sea mayor. ¡Voy a ser una aventurera!".

"Linky se va a ir en unos días a trabajar en el castillo de Hyrule. ¡Papá dice que si lo hace bien puede llegar a ser el guardián de la princesa! Yo lo voy a echar mucho, mucho de menos, pero sé que vendrá a verme", leyó en otra.

"Mi hermanito ya no vive en casa y no lo veo desde hace tiempo pero siempre me envía cartas y yo a él. Hoy voy a hacerle un dibujo para regalárselo cuando papá me lleve a visitarle, y voy a dibujar también a papá en el dibujo".

El héroe empezó a temblar. Las letras en los papeles empezaron a moverse y a rizarse hasta el punto en el que no pudo leer más. Su vista se volvió borrosa y confusa. Su mente estaba quebrándose.

—Link... ¿Estás bien?

Pero el espadachín ni siquiera escuchó esas palabras. Su mente se había ido lejos. Su memoria empezó a retorcerse, conectando fragmentos rotos, procurando darle un sentido a aquellos objetos y palabras. Hurgó en su subconsciente, perdiéndose en sí mismo mientras su voz se extinguía. A él llegaban imágenes al azar de su pasado, de su infancia y adolescencia. Momentos con su hermana, con su padre, con amigos cuyos nombres ya no recordaba. Ganon le había arrebatado todo aquello y le había condenado a cien años de olvido. Ese demonio, que parecía regresar para reírse de su vulnerabilidad mientras su risa le rompía los tímpanos.

Su cabeza empezó a dolerle cuando notó su consciencia latiendo y luchando para expandirse. Quería recordar, pero no podía porque era doloroso. De un momento a otro perdió el sentido de la propia realidad y empezó a disociar por el impacto emocional. No veía a Sidon ni podía escuchar su voz. No notaba ni su propio cuerpo. No sentía nada salvo recuerdos inconclusos que su mente quería bloquear porque escocían demasiado.

Todo daba vueltas y hacía ruido. Todo eran voces y silencio de ultratumba. Todo era demasiado y a la vez un vacío existencial. El hyliano estaba petrificado en el sitio, con los ojos bien abiertos a pesar de que no estaba viendo nada en concreto. Había perdido por completo el hilo y su alrededor era irreal.

«¡Hermanito!», escuchó, pero era el eco de otro tiempo.

—Link... —dijo Sidon, pero no podía alcanzar ese presente.

«¡Ven a jugar conmigo en el río!».

—Link, cariño, mírame... ¡Link!

«Búscame... ¿Lo harás?».

«¡Linky! ¡Linky!»

—¡Link!

El espadachín sentía perderse más en el sinsentido. Las sombras del ayer intentaban agarrarle y él quería esconderse. Ansiaba huir de la tristeza y la desolación que lo estaban abrumando en aquel momento.

De repente un abrazo apretado. Una caricia en su espalda. Unas palabras de consuelo que no pudo entender en ese momento. Link fue volviendo de nuevo al momento presente lentamente, concentrándose en el zora y en su respiración tal como le enseñó Zelda. Intentó hablar, pero solo salieron sonidos incomprensibles.

—Aquí estoy, mi amor. Tómate tu tiempo... Apriétame todo lo que quieras.

Y Link lo hizo. Tomó a Sidon como ancla para no perderse y apretó su brazo mientras poco a poco volvía a la realidad. Pasaron unos angustiosos minutos en silencio hasta que por fin volvió a su cuerpo y pudo volver a respirar normalmente. Su alrededor dejó de dar vueltas y empezó a sentir la brisa y la humedad del césped. El silencio regresó a su cabeza y al fin pudo observar su alrededor. Solo entonces pudo ver al príncipe, quien soltó un suspiro de alivio.

—Lo siento... —susurró, en los brazos de Sidon.

—No, Link, no te disculpes... Ha sido un gran impacto para ti, hasta yo me sentí mal... —dijo el príncipe con suavidad—. Ha sido demasiado, quizá deberíamos parar aquí. Voy a recoger todo esto y...

—Ella ya no está aquí, ¿verdad? —susurró, interrumpiéndole. No estaba llorando, pero seguía en shock.

Habían pasado cien años, por supuesto que no lo estaba. ¿Por qué lo preguntaba entonces? Quizá solo quería escuchar palabras consoladoras que ocultasen la verdad. Una risa irónica salió de sus labios. Sentía volverse loco a cada segundo.

Ni siquiera sabía si sobrevivió al cataclismo. Si realmente ese monstruo le hizo daño.

—Link... ¿Quieres hablar de ella? ¿Quieres... que hablemos de cómo te sientes? Si necesitas llorar...

El espadachín negó con la cabeza y empezó a temblar otra vez. No quería hablar. No quería llorar. No quería nada salvo dejar de sentirse de aquella manera. Se aferró a Sidon como si fuera su balsa para no hundirse en la desesperación.

—No puedo, Sidon —susurró con voz quebrada—. Solo abrázame, por favor.

«Abrázame fuerte hasta que me duela el cuerpo más de lo que me duele el corazón», quiso añadir, pero no lo llegó a pronunciar.

El príncipe asintió y lo alzó para envolverlo con sus brazos. Sidon lo apretó contra su cuerpo controlando su fuerza para no hacerle daño. Él no tuvo energía para devolverle el abrazo pero lo agradeció inmensamente. Ambos se quedaron así un buen rato, bajo el manzano e iluminados por la decadente luz del atardecer que ya empezaba a dar paso a la noche.

Lo que nunca dijimos (Sidlink)Where stories live. Discover now