Capítulo 3

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Los días pasaron con calma. Sidon y Link estaban disfrutando como siempre de sus momentos juntos: habían ido a nadar al embalse, a explorar los alrededores e incluso habían ido a pescar para posteriormente cocinar juntos el pescado conseguido.

Sin embargo, cuando regresaban de hacer todos aquellos planes, la mirada del héroe volvía a ensombrecerse, como si hubiese algo invisible que lo estuviese consumiendo. Sidon lo había estado notando cada vez más entristecido con el paso de los días, sobre todo cuando se acercaba la noche. Había intentado hablar con él del tema, pero él parecía esquivar todos aquellos intentos. Estaba pudiendo ver ojeras cada vez más evidentes en el rostro del hyliano, síntoma de que no estaba durmiendo muy bien. Así que empezó a preocuparse por su amigo.

Sidon sabía que Link era de esas personas a las que les costaba expresar sus sentimientos, pero por suerte el zora era muy empático y podía notar cuándo algo no iba bien. Y quería salvarlo, tal como él los había salvado a todos.

Así que aquella mañana, se presentó ante la habitación que habían preparado para el espadachín. Antes de pegar en la puerta, cogió aire para tranquilizarse. No sabía por qué se sentía tan nervioso, pero ver los ojos azules de Link siempre habían conseguido arrancarle varios latidos de más.

—¡Tú puedes, Sidon! —se dijo a sí mismo, dándose ánimos. No sabía cómo iba a reaccionar el hyliano, pero quería saber qué era lo que le ocurría.

De repente, un pequeño grito se escuchó desde detrás de la puerta. El zora, alarmado, abrió las puertas para acudir a él, por si había pasado algo.

La imagen que vio le rompió por dentro.

—¿Link...?

El héroe de Hyrule estaba abrazándose a sí mismo mientras temblaba sin parar, como si hubiese visto un fantasma. Sus ojos claros estaban llorosos y una lágrima corrió por su mejilla en aquel instante. Jamás había visto llorar a Link, por eso al principio se quedó petrificado en el sitio. Era la primera vez que veía a su amigo expresar la tristeza, y aquella imagen le desgarraba. De repente sintió unas enormes ganas de abrazarlo, de arroparlo entre sus brazos para alejarlo de todo mal. De protegerle de aquello que parecía estar haciéndole tanto daño.

El zora dio unos pasos hacia él, pero el hyliano pareció reaccionar y le dio la espalda enseguida.

—No... Sidon, sal. Dame un momento, por favor... —pidió él. Jamás le había escuchado hablar con una voz tan rota—. No quiero que me veas así...

—Link, ¿qué te ocurre? ¿Ha pasado algo? —contestó, ignorando lo que dijo. Se estaba preocupando demasiado y quería llegar al fondo de todo. Le tocó el hombro con suavidad, para no espantarlo.

Pero Link se deshizo de su agarre y se secó las lágrimas enseguida para que él no pudiera verlas. Sidon comprendió que su amigo estaba en un momento de vulnerabilidad, pero quería que supiese que iba a estar allí para él.

—Sidon... Por favor. Déjame a solas un momento... —volvió a pedir, mientras se ocultaba el rostro.

—E-está bien... —El zora obedeció esa vez. Dio unos pasos hacia atrás, con una mirada triste y preocupada, y finalmente salió por la puerta con el corazón en un puño.

Regresó al exterior y caminó hasta llegar a la estatua de su hermana Mipha, a la que siempre acudía para intentar encontrar todas las respuestas. Alzó la mirada y la miró, entristecido.

«Mipha... ¿qué debo hacer?», pensó mientras miraba a la estatua.

Una brisa rozó sus mejillas, como si se tratase de la mismísima caricia de la fallecida princesa.


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Había tenido una pesadilla horrible, una de las peores que había tenido en aquellos meses. Protagonizada por Ganon y sus mil demonios, por la luna carmesí que lo bañaba todo de sangre y el grito de sus seres queridos agonizando en la batalla. Había visto a su hermana y a su padre, pero también a los antiguos elegidos. A esos amigos que perecieron en el cataclismo. Mipha, Revali, Daruk, Urbosa... Había perdido a tanta gente, que su recuerdo era demasiado peso sobre sus hombros a veces.

Estaba cansado de no poder dormir bien, de que le acosaran aquellas pesadillas recurrentes. Pesadillas que parecían ir de mal en peor. Ni siquiera en el relajante dominio zora estaba pudiendo descansar bien.

Y ahora, para colmo, Sidon lo había visto llorando por aquel mal sueño. Se sentía avergonzado y atrapado, pues se había prometido una y otra vez no mostrar ni una lágrima a nadie. No quería que le viesen así de vulnerable, porque rompía la imagen del valiente héroe que había salvado Hyrule.

—Por Hylia, desearía que me trague la tierra ahora mismo.

Se levantó, se puso su túnica hyliana y se lavó la cara para apartar cualquier resto de llanto que pudiese notarse en su rostro. Luego se recogió el cabello como siempre y salió de la habitación. Debía poner cualquier excusa para que el príncipe no se preocupase por él.

Aunque no le dio tiempo a pensar en nada, porque lo encontró enseguida delante de la estatua de Mipha. En su mirada pudo leer una nostalgia infinita y un amor grandioso por su hermana. Sidon también había perdido a un ser querido, y al contrario que él, seguía sonriendo. Ahí estaba, totalmente entero y con una sonrisa que, aunque entristecida, estaba llena de orgullo.

El zora pareció escuchar sus pasos, y bajó la vista hacia él, lo que consiguió ponerle un poco nervioso. Era como si su mirada pudiese atravesar su alma y leer todo lo que escondía en su interior.

—¡Link...! ¿te encuentras mejor?

—Sí. Lo siento, no quería preocuparte. Yo... —dijo, pero no pudo terminar la frase. Se rascó la nuca, intentando buscar algo más que decir, pero sus palabras no salían de su boca.

—No te preocupes. Ven, ven a mi lado.

El espadachín caminó hasta el príncipe y alzó su cabeza para contemplar también aquella estatua que relucía bajo el sol. Al pensar en Mipha, Link recordó entonces aquella pesadilla que había tenido y volvió a temblar levemente. Sidon debió darse cuenta, porque enseguida se acercó un poco más a él y le cogió la mano antes de volver a mirar la estatua.

Aquello lo pilló por sorpresa y lo dejó sin aliento. No se esperaba que Sidon agarrase su mano tan repentinamente y sin embargo... no le desagradaba. Puede que incluso fuera agradable. Puede que se sintiese un poco mejor con aquel contacto. Por eso no se apartó, sino que se quedó muy quieto y procuró tranquilizarse.

—¿Tú también la echas de menos? —dijo Sidon, sacándolo de sus pensamientos.

—Sí... —contestó, procurando no pensar demasiado en todo aquello.

Le dolía pensar en que no pudo salvarla. Ni a ella, ni al resto de elegidos. Le aliviaba al menos haber podido despedirse de sus espíritus tiempo atrás, pero aquello no cerraba del todo aquellas heridas. Quizá el tiempo era el único capaz de aquello.

—Link... No sé qué es lo que te ocurre, pero permíteme que te de un consejo —dijo el príncipe. Pudo notar como la mano del zora temblaba levemente—. Mi hermana siempre me decía que no había nada de malo en dejar que otros te ayudasen de vez en cuando, ¿sabes?

El espadachín bajó la mirada, pero no contestó. No sabía qué decir ni cómo reaccionar a todo aquello. Así que simplemente dejó que Sidon siguiera hablando.

—Si tienes algo que decirme, si tienes algo que pedir... No te calles y dilo. Déjame ayudarte como tú ayudaste a mi pueblo. Sabes que cuentas con mi apoyo siempre, y que no vas a estar solo nunca más.

—No sé... Yo... —contestó el hyliano, en un hilo de voz.

El príncipe le dedicó una sonrisa encantadora y suave, una de esas que siempre parecía traer luz a sus días grises. Apretó un poco más su mano antes de hablar.

—Creo que es el momento de que te lleve a ese lugar especial que te prometí —habló el zora, mientras soltaba su mano—. Sígueme.

Link dudó unos instantes, pero finalmente empezó a caminar detrás de su amigo, con el corazón desbocado y los nervios trepando por su espalda.

Cada paso pesaba más que el anterior.

Lo que nunca dijimos (Sidlink)Where stories live. Discover now