Capítulo 6

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La tormenta lo sorprendió mientras recorría el camino de vuelta, pero ya estaba acostumbrado. Tras viajar tanto tiempo por Hyrule se había topado con numerosos climas diferentes. Además, aquella tormenta iba acorde con las emociones que arrasaban su interior, así que se sentía menos solo.

En aquel momento iba siguiendo el cauce del río, cabizbajo y en su propio mar de pensamientos. Hubo varias veces en las que pensó darse la vuelta e ir a buscar a Sidon para hablar con él. Pero se obligó a seguir adelante y mirar al frente, como hacía siempre. El zora necesitaba espacio, y quizá él también.

Las gotas de lluvia que caían sobre él se mezclaban con sus propias lágrimas, unas que intentaba retener en vano. Estaba triste, no podía negarlo. Por Sidon, por no entender sus propias emociones, por no haber podido dormir bien desde hacía semanas y por aquellas pesadillas que lo atormentaban. Todo se mezclaba y le provocaban aquel dichoso nudo en la garganta.

—Por Hylia, qué llorón estoy últimamente —se dijo a sí mismo, obligándose a su vez a ponerse aquella máscara de seriedad y firmeza.

Aquel camino le hacía añorar a su amigo. Recordaba el momento en el que lo conoció, cuando le pidió ir al dominio zora con él. El príncipe iba por el río, y de vez en cuando lo llamaba para darle ánimos. Sidon había sido, desde ese momento, un gran apoyo para el espadachín.

Y ahora todo había cambiado entre ellos sin saber cómo y Link empezaba a echarlo terriblemente de menos.

Un rayo lo sobresaltó repentinamente, pues había caído muy cerca de él. Sintió su corazón palpitar más fuerte, pero respiró hondo. Había cubierto su escudo y arco de metal con su capa para que no atrajera rayos, estaba a salvo.

O eso creía.

De repente escuchó un alarido animal que había sonado cerca. Al asomarse al acantilado del río, pudo ver un ciervo que se había quedado atrapado entre las rocas, bajo un árbol ardiendo que el rayo había tirado. Una lanza oxidada estaba peligrosamente cerca, la cual podía atraer más rayos.

Link no se lo pensó dos veces: siempre que había alguien en peligro, su corazón le dictaba protegerle. Ya fuera una persona de cualquier pueblo o un animal. Tenía alma de héroe, después de todo, y no podía ir contra sus principios.

El espadachín bajó con cuidado el acantilado. Se agarró fuertemente a las rocas para no resbalar por la lluvia, lo que provocó ciertas rasgaduras en su piel. Pero aquello no era lo importante en ese momento. Luego, intentó empujar el tronco que ya no ardía mientras el animal se revolvía asustado.

—No tengas miedo —le dijo, como si pudiera entenderle—. Agh, en momentos así extraño la tableta sheikah y sus módulos...

Link se tensó cuando sintió aquella desagradable sensación de electricidad a su lado. La lanza comenzaba a atraer otro rayo, y tenía que darse prisa. Intentó extraerla para lanzarla al río, pero no pudo. Con el corazón en un puño, fue hasta el árbol caído, apoyó la espalda en las rocas y trató de mover el tronco con sus piernas.

Dio el mayor esfuerzo que pudo, hasta hacerse daño, hasta sentir que todo su cuerpo se quedaba sin energía, hasta gritar desgarrándose la garganta. Por fin pudo mover el tronco, el cual cayó al río. Pero el animal seguía atrapado en las rocas, y el tiempo se agotaba. Rápidamente, se acercó al ciervo y tomó su pata para sacarla con cuidado de donde había quedado encajada.

—¡Link, cuidado! —escuchó, repentinamente.

El hyliano se giró hacia la voz mientras el ciervo huía rápidamente. Todo pasó muy deprisa. El rayo cayó encima de él. Link saltó a duras penas, entre gritos. Cayó al río, y la violenta corriente empezó a arrastrarlo sin piedad. Dándose numerosos golpes contra las rocas, haciéndole perder la energía, ahogándolo...

Lo que nunca dijimos (Sidlink)Where stories live. Discover now