Capítulo 9

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Sidon esperaba delante de la estatua de Mipha con una mano sobre el corazón. Una vez que había salido de la habitación, todos los nervios habían descendido hasta sus piernas y ahora las sentía débiles. Se tocó la mejilla al notar aún ese cosquilleo que Link había provocado.

Sentir al espadachín tan cerca nunca le había puesto tan nervioso. No se podía sacar de la cabeza aquel beso ni tampoco ese abrazo repentino que lo había desarmado por completo.

«Tranquilo, Sidon. Eres un príncipe, debes saber mantener la calma en cualquier situación», se repetía mentalmente.

Pero no podía, pues al cerrar los ojos volvía a rememorar todo aquello y su corazón volvía a latir furioso.

¿Cómo podía tranquilizarse si le había dicho todo lo que sentía a Link después de tanto tiempo y él se iba a pensar su respuesta? No sabía si se lo había dicho porque no quería hacerle daño o es que realmente lo iba a meditar, pero aquello lo sintió como un paso adelante.

En cualquier caso se sentía muy feliz, aunque también nervioso. Un nuevo camino se estaba abriendo y Sidon no podía esperar a recorrerlo.

Miró la estatua de Mipha con una sonrisa. Bajo la luz del sol, el material brillaba en todo su esplendor y se podría apreciar cada detalle. La eterna sonrisa de su hermana parecía mirarlo con orgullo.

—Gracias, hermana —susurró con voz suave—. Tenías razón. Te prometo que cumpliré mi promesa.

—¿Príncipe?

A Sidon casi le dio un infarto cuando escuchó la voz de Rivan inesperadamente a su lado. Miró a su amigo con un reproche amistoso.

—Por el amor de la diosa Hylia, ¡no me des esos sustos!

—Eres tú el que se asusta cada vez que llego —dijo Rivan con una sonrisa divertida en su rostro—. Dime, ¿te has declarado ya?

—¿Qué? Ah... Sí...

—Me debes una, la curandera quería entrar para ver cómo estaba Link, pero le convencí para que os dejara tranquilos —siguió el zora, apoyándose en su lanza—. Y bien, ¿cómo fue?

—Gracias, Rivan —contestó a lo primero con una sonrisa de complicidad—. Fue bien... Él se lo va a pensar porque aún no tiene claro lo que siente por mí. En cualquier caso, te agradezco mucho tus palabras, me sirvieron mucho.

—Para eso estamos. Contad conmigo para lo que sea —respondió él, sintiéndose orgulloso de su amigo—. Si empezáis a salir, tened cuidado con tu club de fans. El rubio podría estar en peligro si se enteran.

Lo dijo medio bromeando, pero Sidon empezó a preocuparse. No solo por el club de fans, sino también por su padre y los ancianos. No sabía cómo iban a reaccionar, y eso le asustaba. Respiró hondo para intentar alejar esos pensamientos: aquello no importaba ahora. Iba a vivir el presente.

—Rivan, por ahora quiero que esto sea secreto así que cuento con tu ayuda. Esto es algo solo entre Link y yo.

—Descuida, os ayudaré —aceptó Rivan, decidido. Su mirada entonces se desvió hacia otro lado y su expresión divertida se acentuó—. Oh, ahí viene tu caballero de brillante armadura, como dicen los hylianos.

Sidon se giró tan rápidamente que estuvo apunto de darle a Rivan con la cola de su cabeza, pero por suerte el zora más bajo lo esquivó a tiempo.

—¡Link!

Llevaba puesta otra túnica y se había peinado y recogido el cabello como siempre hacía. El zora no pudo evitar suspirar al verle, pues se veía atractivo llevase lo que llevase. Miró aquellos ojos azules que tanto adoraba, ese cabello rubio oscuro tan suave y esos labios que le robaban latidos de su corazón. Tenía ganas de abrazarlo otra vez, pero se contuvo.

Lo que nunca dijimos (Sidlink)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora