Capítulo 30

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Sidon sentía que estaba conociendo aún más Link durante ese viaje, si es que era posible hacerlo. Había comprobado lo bien que se orientaba sin apenas mirar el mapa, lo ágil que era escalando, y su gran manera de desenvolverse en la naturaleza, como si fuera un elemento más del entorno. Pero jamás había visto en persona el amor y el talento que tenía el espadachín con los animales hasta ese día.

Aquella mañana, el perro de la posta se había abalanzado encima del rubio, quien había caído al suelo inmediatamente. Sidon se había alarmado al principio pero se relajó en cuanto escuchó la clara risa de Link mientras el animal lamía sus mejillas.

—¿Un amigo tuyo? —preguntó el príncipe, agachándose con una sonrisa.

—Parece que sí —contestó mientras acariciaba al perro.

Sidon se sentó en el suelo y lo acarició también, haciendo que el animal le prestase atención y lamiese su mano con entusiasmo. Aquello le arrancó una suave risa al zora.

—Creo que le gustas también —dijo, y al instante el perro volvió a él para seguir atacándolo a lametones haciendo que Link estallara a carcajadas—. ¡Eh, eh!

El príncipe sonrió al ver aquella bella imagen. Se fascinó con la sonrisa de felicidad que tenía el espadachín al acariciar y jugar con el perro, una muy similar a la que ponía mientras cocinaba. Era como si todos sus miedos desapareciesen cuando estaba en contacto con las cosas que más le gustaban: la naturaleza, la comida... los animales.

—Eres maravilloso, Link. ¿Lo sabías? —dijo casi sin darse cuenta. El espadachín seguía abrazado al animal, que ya parecía un poco más relajado—. Hasta los animales te adoran, y con razón.

Link sonrió y a Sidon le pareció verle un poco sonrojado.

—Me gustan mucho. Supongo que me entiendo bien con ellos —explicó, acariciando aún a la mascota de la posta—. No juzgan. No esperan nada de mí, salvo quizá comida. Tal vez eso me permite ser más yo mismo...

—Oh, Link... —dijo enternecido. El zora sentía que se estaba enamorando cada día más de aquel hyliano—. Hay quien dice que las personas que son amadas por los animales son de corazón puro. ¡Y tú desde luego lo eres!

—No sé si lo soy... Pero gracias, Sid —contestó, sonriendo. Ambos se contemplaron el uno al otro durante unos instantes, en una mirada llena de electricidad y afecto que les robó el aliento.

Quizá el espadachín no se estaba dando cuenta, pero le estaba mostrando a Sidon su verdadero ser poco a poco. Con cada pequeña cosa nueva que descubría, más ansiaba saberlo todo de él. Conocer aún más sus sueños y sus miedos e indagar en cada faceta de su vida. Espantar cada pesadilla, cada mal recuerdo y pintar nuevas ilusiones en su lugar. Quería entenderlo, desvelar su alma y secar cada lágrima reprimida.

Quería hacerle sonreír, hoy y siempre.

—¿Desayunamos? —preguntó de repente Link, sacando a Sidon de sus pensamientos.

—¡Buena idea! Estoy bastante hambriento.

Link se levantó y se fue a preparar algo para comer en la cacerola de la posta. El perro lo siguió agitando la cola, y el príncipe se quedó unos instantes ahí, observando a su novio, cada vez más absorto ante lo espléndido que le parecía aquel hyliano.


Tras desayunar, ambos se dirigieron a los establos. Había llegado el momento que Sidon estaba esperando. Iban a marcharse a Hatelia en caballo, pero antes Link le iba a dar su primera clase de equitación. El espadachín primero sacó uno de sus caballos, el cual parecía tenerle un amor inmenso.

Lo que nunca dijimos (Sidlink)Where stories live. Discover now