Capítulo 18

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Se había teletransportado al santuario de Kiddha, situado no muy lejos del palacio de los zora. Lo había hecho sin pensar, como si hubiera sido un reflejo que había adoptado tiempo atrás con la tableta sheikah. Había querido huir a algún lugar lo suficientemente alejado para pensar a solas pero no tan lejos como para poner demasiada distancia entre Sidon y él.

Ahí había permanecido un buen rato, hasta que había empezado incluso a llover ligeramente. Había llorado, como si la lluvia le hubiese recordado que él también podía hacerlo. Ahí, bajo el techo del santuario, se había ahogado en lágrimas rabiosas y silenciosas. Estaba cansado de ser tan solo una sombra de lo que fue. ¿Dónde había quedado el Link que no lloraba? ¿Dónde estaba ese héroe al que no le importaban las palabras de los demás?

Quizá en el fondo, nunca había existido. Tal vez ese héroe era solo una máscara que se había quebrado para siempre y que ahora, aunque se la pusiera de nuevo, se escapaba toda emoción de entre sus grietas. Definitivamente, su ansiedad estaba acabando con él. Y cuando por fin había encontrado una nueva razón para sonreír, una nueva piedra aparecía en el camino.

Las palabras de Muzun volvieron a su mente, pero esta vez no se encogió sobre sí mismo. Ahora empezó a enfurecerse. La rabia le consumía y agarró con fuerza la empuñadura de su espada. Estaba harto. De ese anciano, de su destino, de sus pesadillas, de comportarse de aquella manera tan inútil.

Apretó la mandíbula y los puños. ¿Con qué derecho podía decirle todo aquello? ¿Por qué no había reaccionado? Se había quedado callado, permitiendo que ese viejo zora lo pisoteara con sus palabras.

¿Desde cuando se dejaba pisotear? Link no era así. Se prometió no serlo. Se había fallado a sí mismo, y eso ya era el colmo.

Salió del techo del santuario y miró al cielo, donde las nubes se volvían cada vez más negras. ¿Estaba el cielo tan enfadado como él?

Cogió aire. Retuvo su fuerza en la garganta. Sintió el calor ascender por todo su cuerpo llenándolo de furia. Y lo soltó todo, como si hubiese un demonio hecho de rabia que ansiara salir de lo más profundo de su ser.

—¡MALDICIÓN! —expresó, desgarrándose la voz. Más lágrimas salieron, pero eran de rabia.

Estaba harto de retenerlo todo. De no gritar, de no poder usar su voz, de soportar tantas cosas. No quería ser más el caballero silencioso, el chico de pocas palabras con el que todos creían tener el poder decir lo que fuera.

De repente escuchó un gruñido extraño que apareció de la nada. Su grito había alertado a un grupo de lizalfos que estaban más lejos y que se acercaban a él para atacarlo. Tras la derrota de Ganon ya no se veían tantos monstruos como antes, pero aún quedaban algunos.

Quizá le venía bien. Así podía desquitarse un poco.

Desenvainó su espada sin más dilación. Apretando su empuñadura con tanta fuerza que se hizo daño en la mano. Se lanzó contra los monstruos, a pesar de tener los ojos nublados por el llanto y la lluvia. A pesar de estar agotado, de no pensar con claridad, de tener aquella presión en el pecho que parecía no irse. A pesar de que el peso de su espada fuese mayor por lo débil que se sentía.

Lanzó un grito de rabia al cielo mientras sus ojos chispearon llenos de rabia. Esquivó las lanzas y colas de los lizalfos no tan rápido como querría. Consiguió acertar a más de uno, pero eran plateados y volvían a levantarse enseguida.

Mientras peleaba, las palabras de Muzun se repetían en su mente en bucle.

«¡Él no puede estar contigo!», recordó. Esquivó la cola de un lizalfo antes de lanzar un ataque lateral al monstruo.

Lo que nunca dijimos (Sidlink)Where stories live. Discover now