Prólogo

139K 9.1K 2.6K
                                    


Tres hombres yacen colgados en la plaza de la reina, nobles, comerciantes y campesinos les vieron morir bajo el sol de la tarde. Los cuerpos inertes permanecerán donde están como advertencia a otros deudores.

Eleanor Abularach da una última mirada a los cadáveres, su porte es solemne, cual espíritu inquebrantable al que le es ajeno el remordimiento; molesta, por nada en particular, da media vuelta y camina resuelta hacía su castillo de piedra; dos leonas de pelaje dorado le siguen. Dentro del castillo es recibida con el ceremonial que por su linaje merece.

—Majestad —se acerca prudente a Eleanor el obispo, pues teme ser atacado por las fieras mascotas de su señora—. Tenemos una plática pendiente, Majestad.

A Eleanor le desagradan las peroratas del anciano, pero sabe que está obligada a escucharle; tuerce la boca en un gesto de fastidio y, de mala gana, le permite seguirle al Salón del trono.

—Será mejor que sea importante —dice al iluminado y toma su lugar en el trono.

—Los campesinos...

—¡Ah! ¿Ahora qué hicieron?

—Están inconformes.

—¿Y cuándo no lo están?

El Obispo permanece de píe frente a Eleanor, aunque otras veces ha estado de rodillas. Las dos leonas de pelaje dorado, por el contrario, si se echan a los pies de su señora.

—Majestad, temo por su alma y por el recelo de los campesinos hacía su señorío —el obispo limpia con su túnica el sudor que emana de sus manos—. Atemorizar a la gente con castigos atroces no...

—¿Qué le produce más temor, señor obispo —interrumpe Eleanor, exagerando su interés en lo que dice el anciano—, perder mi alma o una rebelión?

—Mi señora...

—Sea sincero, señor obispo, eso nos ahorrará tiempo y dinero —el anciano traga salivay,por puro instinto, da un paso hacia atrás. Él teme decir la verdad—. Un señorío compasivo no perdura —continua Eleanor—.¿De qué me serviría ser piadosa con deudores y traidores?

—La iglesia...

—¿La iglesia no está demasiado ocupada buscando sectarios?

—Últimamente le tememos más a que el príncipe Gavrel haya roto su voto de castidad.

—Mi hijo no está follando clandestinamente, señor obispo.

—Los rumores señalan que...

—No quiero saber —Eleanor es contundente. 

—Pero, mi señora...

—¡No! 

El anciano se deja vencer y se merma delante de su señora. —Mi consejo...

—Sea prudente, señor obispo, y no entorpezca la labor que el Padre sol encomendó a ambos. Usted continúe señalando infieles, y déjeme a mí decidir lo que mejor convenga a Bitania.

—No sería yo un buen consejero espiritual si al menos no intentara...

—Si al menos reconociera que será demayor utilidad cuando sea yo quien pida su consejo.

—Pero los campesinos me hacen preguntas.

—¿Qué tipo de preguntas?

—Sobre el reino, el Burgo...

Eleanor no puede evitar reírse. —¿Qué saben ellos de política?

—Saben que les están mintiendo y que les roban dinero.

—¿Les roban dinero? —a Eleanor le divierte escuchar esto—. ¿Quiénes les roban, Cipriano? —espera una respuesta, pero el iluminado calla—. Escúpelo, anciano, ¿quiénes les roban?

—Mi señora, yo creo que...

—Se roban entre ellos mismos, Cipriano, y me roban a mí. ¡Ellos no tienen nada! Trabajan la tierra que yo les di.

—Pero se están quejando.

—Como siempre. Esas arengas no son más que excusas para no trabajar.

—Quizá si se les explicara...

—¿Yo? ¿Ir a perder mi tiempo con ellos? —Eleanor hace un gesto con la mano a una sirvienta—.A los campesinos no se les debe permitir saber más de lo que necesitan saber. No es bueno para ellos pensar, porque son un atentado para sí mismos; su entendimiento es limitado y su brío se engrandece cuando dan oídos a alborotadores.

—Rebeldes.

—Rebeldes. Traidores. Serpientes.

—Y debemos proteger a la reina de los traidores.

—Como si no les conviniera hacerlo. Ejerza su autoridad sobre los campesinos, señor obispo. Y si continúan haciendo preguntas, hábleles sobre las consecuencias divinas que obtendrán después de la muerte quienes desafíen a la autoridad.

El anciano duda. —Pero los hombres que ordenó colgar en la plaza...

—Tenían dos deudas conmigo: la tierra que les permití administrar, y la lealtad que sus padres juraron a mi padre.

—¿Ayudaron a los rebeldes?

—Con dinero y recursos que les proveyó mi tierra.

Hay traidores entre la nobleza de Bitania. El obispose muestra horrorizado. Protege a la reina de los traidores, Padre, reza en su mente.

—¿Puedo saber por qué mi señora no esperó el siguiente Reginam?

—No es conveniente que en Bitania se sepa que hay traidores entre los nobles.

Porque cuántos más estarían dispuestos a volverse contra de la reina.

Una sirvienta, pequeña y frágil como una golondrina, entra al Salón del trono cargando una bandeja repleta de carne cruda, que solemnemente presenta a Eleanor para que esta alimente a las fieras.

—Los rebeldes —dice la reina, cogiendo un pedazo de carne—, reconocerán a sus aliados de inmediato y el mensaje llegará a donde tiene que llegar. ¿Está usted de acuerdo conmigo, señor obispo?

—Sí, Majestad —responde él, dócil.

—Mi deber es impedir una rebelión —añade, contemplando a sus leonas saborear los pedazos de carne cruda—. Porque no sólo se trata de tener poder. Eso es fácil, señor obispo —entrecierra sus ojos, aferrándose con ambas manos a su trono—. Lo difícil, lo verdaderamente difícil, es ser lo suficientemente inteligente para conservarlo.

—Y por tu boca serás salvado, o por tu boca serás condenado.

Ahora sí nos entendemos, señor obispo. 


Una historia de Tatiana M. Alonzo

Novela registrada bajo derechos de autor. Queda prohibida todo tipo de copia o adaptación. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora