42. El Monasterio

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Como no sé nada sobre Marta fui a buscar a Adre y a Rama para preguntar dónde está. Me explicaron que se fue de viaje.

—No se despidió de mi —les hice ver, doliéndome darme cuenta de eso.

—De nadie, Elena —suspiró Rama—. Sólo dejo una nota en la que explicó que estaría una temporada en casa de su padre. No quiere estar aquí para el siguiente Reginam.

Eso lo comprendo.

Con Isobel ocupada todo el tiempo con los preparativos de la boda, Gio de luna de miel y Marta lejos, no tengo a nadie con quien platicar. Fui al Callado a visitar a Sigrid y a Thiago sólo para darme cuenta que todo sigue mal. Hay más niños y ancianos enfermos y tres han muerto. ¿Es un castigo, Madre? Me quedé a dormir en casa para ayudar a los campesinos del sector veinte, veintiuno y veintidós a rendir tributo a la Madre Luna y pedir por la salud de nuestros ancianos y niños. Juntos fuimos al Lago Leuven a encender velas para después colocarlas sobre canastas y finalmente dejarlas flotar sobre el lago, acompañadas de nuestras mejores cosechas.

Tendría motivos para llorar si no hubiera recibido una carta de mi padre.

Mi querida Elena, mi soldado,

¡Te extraño tanto!

Perdóname por escribirte hasta ahora, Alastor me mantiene ocupado.

¿Cómo estás? ¿Cómo está Thiago? Te cuento que ayudé a tu madre y a Ana a acomodarse en la granja Roncesvalles. La amarás. Hay todo tipo de animales, hay espacio para cabalgar y no está lejos del mar.

¡Estamos tan cerca de la libertad, Elena! Sé que siempre digo eso, pero esta vez es en serio. Muy pronto todo cambiará y recuperaremos Bitania para nuestra gente.

No olvides que tienes que partir en la última carreta. Si no lo haces por ti, hazlo por Sigrid y Thiago.

Te ama.

Papá.

He leído la carta tantas veces que ya la puedo citar de memoria. "¡Estamos tan cerca de la libertad, Elena!" Y la estoy leyendo por milésima vez cuando Gavrel entra a la biblioteca.

Escondo rápido la carta.

—¿Es de algún enamorado? —me pregunta, prudente.

Soy evasiva con él, no lo veo a los ojos e intento concentrarme en el vestido de Farrah. —Es de mi padre.

—¿Él no está en Bitania?

Gavrel se sienta en el sofá situado a un costado mío. No me preguntes por mi padre, no quiero hablar contigo de él. 

—No.

—Es bueno saber que la carta no es de algún enamorado —musita. 

No respondo nada a eso y trato de "concentrarme" en mi trabajo con el vestido. Pero ignorarle no resulta fácil.

—¿Me odias, Elena? —pregunta, tomándome por sorpresa.

Arrugo mi frente. ¿Lo odio?  —No, Alteza —respondo, categóricamente.

—Entonces me amas —insinúa, consiguiendo que por fin por lo mire. Se echa reír al ver mi cara de espanto—. Eso imaginé —concluye, sin dejar de reír. 

¿Qué debo decir? —Yo...

—No tienes que decir que sí —pide—. No por compromiso... Me he tomado un tiempo para pensar, sabes —aclara. Me he dado cuenta—. ¿Todavía estás de acuerdo con lo que hacemos?

Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Where stories live. Discover now