49. Farrah también puede ser perra

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No debió pasar.

Anoche nos dijimos cosas que no debimos decirnos.

No debimos.

Eso es lo primero que pienso cuando despierto. Estoy en los brazos de Gavrel pensando... pensando sin querer pensar y analizando cómo escapar. Él no me deja, me rodea con sus brazos, pasan las horas y no me permite incoporarme hasta que él lo hace.

Sentados en la cama, le ayudo a recuperar la cordura, le preparo café y masajeo su espalda para que libere un poco de tensión.

—Lo de anoche... —empieza.

—No lo recuerde, por favor.

Él se agita un poco y coge de su espalda mi mano para besarla.

—¿Por qué?

Cierro mis ojos. —Porque no es correcto.

Recupero mi mano y continúo masajeando la espalda de Gavrel mientras él está sentando de espaldas.
Admito que debo contener las ganas de besar cada músculo.

Deseo.

Tal vez es deseo lo que siento por Gavrel y no amor. Me siento tan confusa. No he estado enamorada antes, ¿cómo sé qué nombre poner a lo que siento? ¿Cómo sé si es amor? Mi cuerpo dice sí, pero mi mente grita no. Mi mente grita "Él es el futuro Rey de Bitania y tú eres Serpiente."

—Estás muy callada —dice, volviéndose hacia mí para mirarme a la cara.

Ahora estamos sentados uno frente al otro.

—Estoy pensando... —digo, observando sus manos acercándose a mi barbilla—. Pensado en ti.

—Bien, yo también pienso mucho en ti —admite, sonriendo.

Observo sus labios acercarse.

—Esto no está bien —musito, sintiendo miedo.

—Sólo no pienses —dice él, rozando nuestras narices—. Lo resolveremos.

Así nos encuentra Farrah...

Abrió la puerta de golpe justo en el momento en el que Gavrel iba a besarme, estando yo sentada frente a él, en paños menores... sobre su cama.

—¿No tendrías que tocar la puerta? —se queja Gavrel.

Me apresuro a salir de la cama. Esto es humillante. Verdaderamente humillante.

—¿No tendrías que honrarme y no acostarte con otra? —lanza de vuelta ella.

Gavrel se pone de pie como puede, pues es evidente que aún se siente mareado. Le duele la cabeza y la espalda. No ha de estar acostumbrado a emborracharse.

—¿Qué quieres, Farrah? —pregunta, tratando de enfrentar la situación.

—Que te comportes, quizá —gruñe ella—. ¿No vas a pedirle a la sirvienta que me haga una reverencia? —suelta, mirándome con rencor y me inclino ante ella para complacerla—. ¡No, que Gavrel te lo pida! —exige.

Él se cruza de brazos. —No le voy a pedir nada.

Escuchar eso enloquece a Farrah.

—¡Voy a ser tu esposa! —reclama.

Hora de irme.

—No por mi gusto y gana.

—Lo he intentado, Gavrel —Ella está llorando—. Incluso me metí en tu cama.

Gavrel mira hacia donde estoy yo. —No la toque —aclara.

Que diga eso empeora todo.

—¡Cómo te atreves! —grita Farrah.

Y es que las explicaciones se las debe a Farrah. No a mí. 
¡A Farrah!

—¿Puedes bajar un poco tu tono de voz? —le pide Gavrel, masajeando sus sienes—. Estoy saliendo de una borrachera y me duele la cabeza.

Me tengo que ir, insisto, por lo que empiezo a buscar dónde cayó mi vestido. Lo encuentro entre las sábanas de la cama.

—No, no te vas a vestir —sisea Farrah, mirándome con desdén—. Vas a salir en paños menores de esta habitación para tu deshonra.

—No seas ridícula —objeta Gavrel.

—¡Si no lo hace le diré todo a tu madre! —le amenaza la otra.

Al instante, Gavrel camina hacia ella. Por la posición en la que estoy no puedo ver su rostro, pero Farrah sí y este no debe ser amigable por cómo camina hacia atrás cuando él se acerca.

—Cuando recién llegaste al Castillo sugeriste querer conocerme —le recuerda Gavrel.

Farrah asiente. En sus ojos hay miedo. La postura y voz de Gavrel es amenazante.

—Cuéntale esto a mi madre y te juro, te juro Farrah... que vas a conocerme.

El labio inferior de Farrah tiembla, ahora en sus ojos hay terror. Siento pena por ella que simplemente reclama el lugar que le corresponde. Aquí la que sobra soy yo.

Me apresuro a terminar de ponerme mi vestido en lo que ellos se retan el uno al otro.

—Con permiso —musito cuando termino y camino con la cabeza gacha hacia la puerta.

—Espera —dice Farrah, tirando sobre el alfombrado un pañuelo que trae ella, y viendo desafiante a Gavrel—. Levanta eso —me ordena.

Dudo un segundo pero hago lo que me pide.

¿Quiere recordarme cuál es mi lugar? Como si pudiera olvidarlo.

Cuando le entrego el pañuelo, tratando de conservar una actitud sumisa para no meterme en más problemas, ella lo vuelve a tirar.

¿Qué rayos?

—Mírame a los ojos cuando me lo des —ordena—. Dame la cara, Elena. Dame la cara.

Escucho una respiración pesada por parte de Gavrel, pero decido complacerla. Vuelvo a recoger el pañuelo y cuando se lo entrego, esta vez la miro a la cara... En sus ojos hay dolor y odio, y me lo deja sentir cuando me abofetea.

Siento arder mi mejilla.

Bien... si no se la devuelvo es porque me la merezco.

Farrah mira desafiante a Gavrel, retándolo a reclamarle lo que ha hecho. Salgo de la habitación cuando explotan en injurias y reclamos.

En el corredor me topo con Helen, a quien pido ayudarme a conseguir lápiz y papel. Necesito escribir una nota.

Por favor, vigila día y noche a Isobel.

Le pido a Helen que entregue la nota a Jakob, me despido, regreso a mi habitación por mis cosas y esta vez sí me voy del castillo.


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¿Sorprendidas/os con Farrah?

Instagram: TatianaMAlonzo

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Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora