13. El león que asusta a las ratas

24.3K 4.5K 770
                                    

—¿Quién está ahí? —pregunta una voz grave que se asemeja al rugido de un león.

La fiera se pone de pie. Me arrodillo e intento escapar de él arrastrándome sobre mi estómago. ¡Ay! golpeo mi cabeza con un pedazo de madera. Tanteo el objeto. Una mesa. Continúo arrastrándome hasta esconderme debajo de esta. A continuación me siento sobre mi trasero y rodeo mis piernas con mis brazos. No soporto más, ¡no más! Empiezo a llorar. No puedo más, Madre.

El perro me encuentra rápido. Me va a morder. Madre, ayúdame

—¡Atrás,  Rudo! —lo amonestan, obligándolo a callar. El perro se aleja—. Responda de inmediato, ¿quién es usted? —ruge una vez más el león.

Me llevo una mano a la boca. Estoy sollozando y tengo que guardar silencio. No me lleves otra vez con el rey.

La luz tenue se muve. Es una lámpara. También escucho un ruido metálico. ¡No! El león desenvainó una espada. ¡Madre, ayúdame! Lo escucho respirar sonoramente. Cierro mis ojos. Espero a que me mate, pero no pasa nada.
Necesito saber qué pasa, por lo que vuelvo a abrir los ojos y... ahí está él.

La luz de la vela me muestra la mitad de su cara y la espada, y ver la espada me hace sentir más miedo.
Vuelvo a cerrar mis ojos.

¡Madre, apiádate!

—¿Quién es usted?—exige saber el león.

Trato de encogerme. Tengo que mostrarle que soy insignificante. No soy un peligro para ti.

—Es la última vez que lo pediré con palabras —sentencia él, molesto—. Tengo una espada —me advierte—. Dígame quién es usted y qué hace en mi alcoba.
Estoy huyendo del infierno.

Debo enfrentarlo.

Despacio, abro otra vez mis ojos. El león asentó la vela a un lado, ahora puedo verle perfectamente. Madre, él está ahí, tan cerca de mí, con su melena oscura y sus fauces… una grácil mandíbula cuadrada.
Sus ojos lucen llameantes a la luz de la vela; pero sé que no son de fuego, son color marrón, marrón, como la tierra. Pero su piel no es del color de la tierra, su piel es dorada, como debe ser la piel de un león, la piel de un hijo del sol.
Él también me mira, sin embargo ahora luce más confuso que molesto.

No sé si me reconoce porque sólo me ha visto un par de veces y no soy más que una campesina, pero yo si lo reconozco a él. Es el príncipe Gavrel, y debo decirle quién soy o moriré decapitada por su espada.

Lentamente aparto mi mano de mi boca. Lágrimas caen sobre mis mejillas.

—Soy Ele… —sollozo—. El…

Intento hablar pero un nudo está bloqueando mi garganta. Aún no estoy a salvo y eso me asusta. ¿Él también querrá atarme, tocarme y golpearme? ¿Dónde está la sirvienta y la ayuda que prometió?

Los ojos de Gavrel brillan atentos y atisbo un poco de compasión en ellos. Niega con la cabeza. ¿Lo sabe? ¿Sabe del infierno que vengo?

Lloro. No me hagas daño. —Soy Ele…

Intento dejar de temblar y hacer a un lado el miedo.

—Sé quién eres —declara, preocupado.

—Por favor, no me mates —suplico, mirando con horror la espada.

El parece sorprendido. —No, yo no…

Un chirrido. Una puerta se abre y se cierra. Pasos... ¡¿Están aquí?! ¡¿Ellos están aquí?!
El león se vuelve para ver qué sucede. Que no sean los soldados, Madre.

—Isobel —dice.

—¿Está aquí? —pregunta la voz suave de una mujer.

Es Isobel. La sirvienta cumplió su promesa.  Encogida donde estoy, sólo puedo ver sus pies.

—¿Tú puedes explicarme esto? —pregunta Gavrel.

—Permíteme.

Isobel se coloca en cuclillas junto al león y me pide mirarla.

—Tranquila, estás a salvo —dice y me ofrece su mano.

Sus ojos me ofrecen compasión pero temo tomar su mano.

Un estruendo me hace saltar.

—¡Busquen por todos lados!—grita alguien. Son ellos otra vez... ¡Los soldados!

Tiemblo e intento encogerme aún más en mi agujero.

Escucho pasos urgidos y jadeos. Se abren y se cierran puertas. Los soldados...

—Haz algo, Gavrel, la están buscando —lo apresura Isobel.

El príncipe se incorpora y camina con decisión hacia la puerta.

—Puedes confiar en nosotros —dice Isobel, de rodillas frente a mí. Su voz es suave, como el sonido de un arpa.

Gio aseguró que es buena persona. Tal vez tenga razón y puedo confiar en ella.

Escucho a Gavrel abrir la puerta estrepitosamente.

Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Where stories live. Discover now