22. El Monje Rebelde

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En Bitania se escuchan todo tipo de leyendas, mi abuelo me contó la del origen de la tierra: por qué la Madre luna y el Padre sol lloran. También escuché leyendas sobre el Príncipe negro, el héroe de los pobres del reino. Pero últimamente todos hablan del Monje rebelde.
Lo que se dice del monje rebelde es que pertenece al Monasterio de Bitania y que por las noches navega por el lago Leuven para después montar un caballo que lo lleva al Callado. Allí da discursos sobre política, guerra y rebelión a nosotros los campesinos, y también nos lleva alimentos que roba de la cocina del Monasterio.

Todo es cierto.

No obstante, para el resto de Bitania todo era una simple leyenda, un rumor, un cuento... hasta hoy. 

Conocí al Monje rebelde una noche cuando visitó a mi padre para decirle que a pesar de no compartir la ideología del Partido, estaba dispuesto a ayudarnos a convencer a más campesinos de iniciar un levantamiento. A cambio sólo pidió protección para llegar a salvo del lago al Callado. Mi padre lo platicó con los demás miembros del Partido y todos estuvieron de acuerdo en apoyarle. Así conocí al monje, pero no había visto su cara ni sabía su nombre.

Gerlac.

Hoy todos saben quién es.

Los gritos de la muchedumbre me despertaron de madrugada, de un salto salí de mi cama y me asomé a la ventana para ver qué pasó. El sol apenas asomaba, sin embargo en la plaza de la reina se reunieron al menos doscientos campesinos, todos armados con palos y machetes, y pelearon contra la Guardia real.

Me vestí y corrí a buscar a Marta. La encontré cuando junto con otras sirvientas iban camino a la cocina para preparar el desayuno. Ella también se veía asustada, pero me pidió esperarla en la biblioteca hasta poder averiguar qué pasa.
Eso fue hace cuatro horas.

¡LIBEREN A GERLAC!

¡LIBEREN A GERLAC!

¡LIBEREN A GERLAC!

Los campesinos no se han ido, siguen en la plaza y exigen que liberen al monje que los soldados tienen esposado. Ahora son por lo menos trescientos campesinos, aunque no es suficiente, son más soldados.
No podrán ayudarlo y lo único que yo estoy haciendo es verlo todo desde esta maldita ventana. ¡Qué enojo! Arrojo hilos y botones al vestido para desquitarme con él.

Yo podría estar allá abajo peleando, pero en lugar de eso estoy aquí, encerrada y obligada a bordar un vestido que odio.

Una tarima de madera es colocada en medio de la plaza. ¡NO! Eleanor, Jorge y Gavrel están de pie sobre el graderío de la entrada principal del castillo. ¡Lo van a matar! Van a matar a Gerlac. ¡NO! Cuando mi padre lo sepa llorará. ¿Qué le diré a Thiago? Las historias del monje rebelde le gustan más que las de Garay.

¡LIBEREN A GERLAC!

¡LIBEREN A GERLAC!

¡LIBEREN A GERLAC! —siguen gritando los campesinos, de los pocos campesinos que sí tienen el valor de venir a la plaza a protestar frente a Eleanor. Pero no pueden hacer más. Eleanor no enviará a Gerlac a Reginam porque sería demasiado horrendo hacer de la muerte de un monje un espectáculo. En lugar de eso ordenó que un verdugo le cortase la cabeza.

—Elena, ¿lo estás viendo? —pregunta Marta, al entrar de golpe a la biblioteca.

—Es tan injusto, Marta —digo. No puedo apartar los ojos de la plaza.

—Pero él es un traidor.

Marta no lo entiende. Por eso no puedo decirle la verdad sobre quién soy.

El obispo llegó a la plaza y obliga a Gerlac a verle directamente a los ojos. Después reza al Padre por él. Cínico.
Suenan tambores. Gerlac es forzado a subir a la tarima y allí es obligado con un puntapié del verdugo a ponerse de rodillas. 

Malule también sube a la tarima:

—Gerlac de Grandi —grita, para que lo escuchen todos—, se le acusa de traicionar a quienes juró servir: El Padre Sol y Eleanor Abularach, reina de Bitania y señora de la Gran Mancomunidad. ¿Cómo se declara?

Gerlac responde.

—No escuché qué dijo —dice Marta.

Yo tampoco escuché.

—Por ello es sentenciado a muerte —continua Malule, mirando de reojo a Eleanor y a Gavrel—. Que los Poderosos del cielo se apiaden de su alma.

Ya sé cómo terminará todo. El  verdugo le cortará la cabeza a Gerlac con una espada para después exhibirla en la plaza.

No quiero ver. Cubro mis ojos.

—Ya pasó —dice Marta, minutos después.

Estoy dando la espalda a la ventana. No quiero ver a Gerlac sin vida.

—¿Por qué tanta crueldad, Marta? —pregunto, triste.

Marta se encoge de hombros. —No sé. Yo... ya me acostumbré, supongo. El otro día la reina mandó a colgar a tres deudores. Tarde o temprano te acostumbras a ver cosas así.

—¿Has ido a Reginam?

—Una vez. Pero Dekan no quiere que vuelva.

Quiero saber qué opina Marta del movimiento rebelde. Necesito saber.

—¿No les molesta, Marta? ¿No les molesta ser humillados o ser obligados a probar la comida de Eleanor?

Marta balbucea. —Vivo en el castillo desde pequeña, Elena —Ella siempre dice eso—. Mi abuela y mi madre sirven a la reina. Yo también debo honrarla y... protegerla.

—¿Y qué opina Dekan de... eso?

Me siento indignada.

—Él es soldado, Elena. Él también juró lealtad a la familia Abularach —Marta titubea.

¿Para qué insisto si ella ha dejado claro que no está de nuestro lado?

—Oh.

—¿Por qué no te agrado cuando hablo de mi lealtad a la familia real, Elena? —Marta se ve triste.

—No es eso. Es sólo que no me gusta que... Olvídalo.

Podría ponerme en riesgo si se lo digo.

—Nacimos para servirle —dice—. Tú también, Elena.

Sí, yo también...



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¿Recuerdan que el grupo de Hedda comentó sobre el Monje rebelde? Gerlac.


Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora