14. La princesa Isobel

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—No tienes que contarme si no quieres, pero me gustaría estar segura de que estás bien.

Sin apartar los ojos del piso, asiento con la cabeza. Me siento a salvo en la habitación de Isobel, pero quiero irme. No quiero estar un minuto más en el castillo. Ya tuve suficiente de los Abularach por el resto de mi vida.

Isobel camina de un lado al otro, abrazándose a sí misma como si tuviera frío. —Es indignante lo que hacen esos dos —dice. Advierto que habla del rey y Sasha—. Pero no podemos hacer nada si ella se los permite —¿Ella? Claro, la reina—. Sabes, no es la primera vez que Gavrel me protege de ella —me confiesa con una sonrisa triste. Pero no sé qué decirle. Isobel observa su alcoba como si estuviera decidiendo qué hacer, rápido coge papel, tinta y una pluma—. Le escribiré a Giordano para explicarle lo que sucedió. Si no está aquí al amanecer mi madre enviará a Malule por él.

Sé que eso es malo. Ojalá Gio atienda rápido.

Isobel me pide tomar asiento y en lo que escribe la carta a Gio observo su alcoba. No es grande y pretenciosa, como imaginé que sería la habitación de una princesa, pero tiene un hermoso balcón. Eso particularidad sobresale. También tiene una estantería llena de libros y pinturas sin terminar. Nunca imaginé que Isobel pintara. Ella, de todos los miembros de la familia real, es de quien he escuchado menos. Pero no es difícil darse cuenta de lo diferente que es al resto de su familia.

Alguien toca la puerta. Me tenso de nuevo. Isobel se apresura a abrir.

—¿Estás bien? —pregunta Gavrel.

Reconozco su voz, pero no me atrevo a mirarlo. Mis ojos están sobre el alfombrado de la habitación de Isobel. Gavrel me da tanto o más miedo que el rey Jorge y Sasha, aunque no por el mismo motivo.

—Sí —responde Isobel y le permite entrar—. Justo acabo de terminar la carta para Giordano Bassop.

—¿Necesitas que se la lleve al mensajero?

—Por favor, la llevará con más celeridad si tú se lo pides.

Escucho a Gavrel respirar ruidosamente.  —¿Cómo está?

—Todavía no dice nada, pero confío en que dormir le ayudará.

Están hablando de mí.

Silencio incómodo... o al menos lo es para mí al sentir los ojos de ambos mirándome. ¿Qué están mirando?

—Sí, tú también descansa —se despide finalmente él. 

Cuando Gavrel se va, la princesa se arrodilla frente a mí y me pide mirarla. 

—No le tengas miedo —Sé que está hablando de Gavrel—. Él es diferente... Incluso me atrevo a meter las manos al fuego por Sasha, que, te puedo asegurar, es tan víctima de mi padre como lo fuiste tú.

Eso no se lo creo.

¿Cuán diferentes pueden ser los miembros de una familia? Micah y yo somos hermanos y aún así es difícil que empatemos opiniones.
Isobel busca en un baúl y me entrega ropa de dormir. Me visto sin dejar de mostrarme tímida. Después me pide recostarme en su cama. Lo hago sin titubear.

—Te acompañaré en un rato —dice y se sienta en su balcón a seguir escribiendo. No dice nada en un largo rato—. Si sigues así, sin decir nada, me preocuparé y no dormiré.

Suspiro y pienso en algo que desde mi corazón desee decirle: 

—Gracias.


... 


Abro los ojos. Por un momento quiero pensar que lo que pasó anoche fue una pesadilla, pero no, todo fue real. 

Me sorprende ver que Isobel continua sentada en su balcón. Me preguntó si durmió. Sin embargo no me atrevo a preguntarle. Quizá sí lo hizo porque se ve descansada, limpia y bella, como una princesa. 

Cuando me incorporo me da los buenos días. —Sobre el baúl hay un vestido para ti —dice—, es de Marta. Te prestaría uno de los míos pero mi madre no pasa nada por alto.

Parece apenada al decir eso último. 

¿Yo, Elena Novak, usar un vestido de princesa? Que deshonor como miembro del partido. 

—Gracias.

—Espero que más tarde me digas algo más que Gracias.

Y yo espero no estar mucho tiempo más aquí.

Isobel también me indica dónde lavarme, y cuando estoy lista pide a una sirvienta que nos traiga fruta, leche, pan y mantequilla para desayunar. Gracias el olor de la comida me doy cuenta de que tengo mucha hambre. Podría devorarme una vaca yo sola. Malule dijo que estuve desmayada más de veinticuatro horas. Eso quiere decir que no he comido nada en mucho tiempo.
Me lo llevo todo a la boca y trago sin apenas masticar. Isobel, por el contrario, come tanto y tan despacio como un pajarito. 

—Iremos al Salón del trono a esperar a Giordano —me informa.

Repentinamente pierdo el apetito. No quiero imaginar la cara de Gio al enterarse de que estoy aquí y que además de eso tiene una audiencia con la reina. Paro de comer por eso y porque también me siento culpable al pensar en todas las campesinas que fueron raptadas por la carreta y que no tuvieron la misma suerte que yo. Siento que les debo algo. Venganza. Una vez el miedo, el frío y el hambre abandonan mi cuerpo me siento revitalizada y me siento otra vez yo. La serpiente Elena. 

—Vamos.

Sigo a Isobel por los corredores. Por los corredores que anoche recorrí casi desnuda y temerosa. Nunca olvides eso, Elena.Porque a pesar de la amabilidad que Isobel me expresa, no debo permitirme olvidar que soy parte de la lucha que buscar sacar del trono a su familia. No puedo permitirme olvidar quién soy y las injusticas que he vivido aquí, y que unas cuantas horas de caridad por parte de la princesa no podrán compensar. La miro y en mi mente le digo que no le debo nada a ella o a su hermano por ayudarme. A final de cuentas si estoy metida en esto es por la perversión de su hermano y su padre.

En el camino al Salón del trono nos encontramos con Farrah. No sé por qué ella siempre se ve amilanada. 

—Tu madre envió a una sirvienta a mi habitación —le dice a Isobel, temblando—. Tengo que estar en cinco minutos en el Salón del trono. 

—Creo que todos vamos para allá —intenta tranquilizarla la princesa. 

Farrah no me presta demasiado atención, en realidad no parece interesada en otra cosa que no sea su temor hacia Eleanor. No nos acompaña, pues está esperando a su madre. 

Isobel coge mi mano. —Todo va a salir bien —dice—. Sólo hay que recordar dos cosas cuando se está frente a mi madre: no demostrar que no tiene el control sobre ti y hacerle saber que estás de acuerdo con ella. Sólo eso —Lo dice como si se burlara de sus propias palabras—. No te justifiques a menos que ella lo pida. En cualquier caso, la mejor respuesta es: Si, Majestad —asiento y libero un poco del aire que retengo. Necesito tranquilizarme y enfrentar a Eleanor sin mostrarle miedo, ¿o debería mostrar miedo?—. Me acabo de dar cuenta de que Gio nunca me dijo tu nombre —dice Isobel, un poco apenada. 

Claro que no se lo dijo, no soy importante.

—Elena Novak —le hago saber. No debo olvidar eso cuando estoy a punto de ver a cara a cara la reina sádica. 


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Mil gracias por sus votos y comentarios. Comenten lo que sea, me encanta leerles.


Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora