15. Entre el cielo y el infierno

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Gio está de pie frente a la puerta de lo que asumo es el salón del trono, se le ve afligido. Cuando nos ve llegar hace una reverencia a Isobel y después me abraza. 

—¡Elena, estuve tan preocupado!

—Ya pasó.

—No debí dejarte ir sola. A partir de ahora Francis te dejará en la puerta de tu casa —Se ve molesto consigo mismo por lo que sucedió. No imaginé que me apreciara tanto—. ¿Estás bien? Dime la verdad.

Me pide mirarlo a la cara. Me conmueve casi hasta las lágrimas darme cuenta de que tengo un amigo. Por fin tengo un amigo.

—Sí, Gio. Estoy bien. Se necesita más de uno para derribar a Elena.

—¿Dónde está Isobel? —escuchamos que pregunta Eleanor, al otro lado de la puerta.

—Follando con algún rebelde en algún callejón de la plaza de la moneda —responde Sasha, burlón—. ¿Qué? Dejen de mirarme así. Admitan que sería divertido que por una vez en su vida haga algo que nos sorprenda a todos.

—Cierra el pico —lo amonesta Gavrel. 

¿Hay tantos ahí dentro? Pensé que únicamente veríamos a Eleanor. 

Isobel rueda los ojos. —Entremos —pide y Gio y yo la seguimos. 

Entramos al Salón del trono seguidos por Farrah y la condesa de Vavan, que están preocupadas por estar llegando tarde. Dentro están Eleanor, Sasha, Gavrel, Baron y dos sirvientas. Reconozco a la que me ayudó anoche. Gracias, como te llames. 

La reina está ocupando su lugar en el trono de oro, fielmente custodiada por dos leonas de pelaje dorado, dos leonas... vivas.  

Había escuchado hablar del Salón del trono pero jamás lo había visto. No es cierto el rumor de que el trono está colocado sobre cuatro cráneos, pero sí es verdad que tiene forma de serpiente. El salón en general tiene un aspecto terrorífico, las paredes están adornadas con cabezas de fieras salvajes disecadas. Leones. Lobos. Hienas. Toros. Tigres. Elefantes... Apuesto a que también guarda las cabezas de algunos Filius que murieron en la Rota. El piso es una pintura de figuras demoníacas ardiendo en el fuego y el techo es un cielo con nubes y ángeles. Que graciosa, Eleanor. Estoy entre el cielo y el infierno. 

Bajo la mirada cuando percibo la mirada de Gavrel y Sasha sobre mí.

—Estaba preguntado por ti, Isobel —dice la reina, acariciando a una de sus fieras mascotas. 

—Él es Giordano Bassop, madre —presenta Isobel a Gio. Su voz tiembla. 

—Majestad. Altezas —Gio saluda a la reina y a los príncipes con una reverencia. Yo hago lo mismo. Como bien diría mi padre: En donde estés haz lo que ves.

Isobel, Farrah y la condesa de Vavan también se inclinan ante Eleanor.

—Giordano Bassop —llama Eleanor a mi salvador, con un tono que da miedo—. ¿Es cierto que la condesa de Vavan te pidió trabajar a tiempo completo en el vestido de bodas de su hija?

—Sí, Majestad —acepta Gio, tan pálido como jamás lo había visto.

—Y te rehusaste —Eso no fue una pregunta.

—Sí, Majestad.

—Más te vale tener una buena excusa.

Creo que Isobel se siente mareada porque está tambaleando un poco.  

—Majestad, no sé si mi excusa sea apropiada pero es la verdad. No soy un modisto exclusivo de la familia real, entre mis mejores clientes también hay nobles honorables. Yo le pedí paciencia a la condesa para encontrar una solución, pues estoy al tanto de la importancia del vestido. Por lo mismo envié anoche a mi sirvienta —Gio da un paso al frente—. Pero si usted así lo desea, mi señora, puedo quedarme yo mismo en el castillo y trabajar personalmente en el vestido.

Eleanor parece aceptar la respuesta de Gio. Me pregunto si Isobel le sugirió qué decir en la carta que le envió anoche.

—No es necesario, modista, pero quiero que vengas todos los días a supervisar el trabajo de tu sirvienta.

¿QUÉ?

Gio asiente.

Maldita sea, ¿qué? ¿Voy a quedarme en el castillo? No. No. No... 

—Eleanor, querida —empieza la condesa. El semblante de Eleanor se endurece al escucharla—. Yo preferiría que sea el modisto y no la criada quien trabaje en el vestido de Farrah.

—Será la criada —sentencia Eleanor. Nadie más objeta nada, por supuesto. No. No. No... —Isobel, elige un salón del castillo para que la criada trabaje día y noche en el vestido. Un salón que yo no frecuente.

¡Yo tampoco te quiero ver!

—Sí, Majestad.

No conozco a nadie aquí y estaré expuesta a que cualquiera quiera hacerme daño otra vez. ¡No! ¿Qué voy a hacer? ¿Huir? Tengo que explicarle a Isobel que no puedo quedarme...


—Ya pueden retirarse todos —indica la reina con un gesto aburrido y continua acariciando a una de las leonas.

La condesa de Vavan y su hija son las primera en abandonar el Salón del trono, molestas. ¡Ya somos tres las enfadadas! Gio se relaja un poco cuando Sasha también se va. Aún así, lo busca con la mirada entre los ángeles y nubes pintados en el techo. Debería ver un poco más abajo, entre los demonios del infierno.

Baron se aproxima a nosotros antes de que también salgamos. —Si puedo ayudarles en algo, sólo díganlo. 

—Gracias —acepta Gio, con una reverencia—. ¿Tu madre te pidió que vinieras? —Baron asiente. Gio se vuelve a mí—. Anoche, después de recibir la carta de Isobel, corrí a casa de Mina para pedir consejos.

¿Y te aconsejó dejarme prisionera aquí?  Estoy enfadada. 

Baron coloca una mano sobre mi hombro. —Elena, soy la mano derecha del príncipe Gavrel en la Guardia real. Si necesitas algo. Lo que sea. Puedes buscarme y pedirlo. Y si estás de acuerdo, también vendré a visitarte.

—Gracias, Excelencia —hago una reverencia. Baron la recibe restándose importancia.

Me pregunto si puedo confiar en él. Además, ¿cómo debo tratar al sobrino de la reina? ¿Señor, Alteza, Excelencia?

—Nada de señor o Excelencia. Para ti soy Baron —dice, adivinando lo que me preocupa respecto a él—. Te veo luego, ¿de acuerdo?

No puedo evitar sonrojarme un poco por tanta atención de su parte. Gio nota eso.

Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora