1. Acepto que no soy una persona del todo honorable

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—Hagamos un buen trato, Elena —Nathan me mira confiando en que esta vez sí aceptaré—. Casualmente me desperté con ánimo de ceder un poco —miente—. Te daré una moneda de oro por tu caballo.

—Regalo no está a la venta.

Yo no estoy a la venta.

Nathan insiste en llegar a un acuerdo conmigo y, sin importarle mi indiferencia, continua interponiéndose en mi camino. Es repugnante. Es un gordo abusivo y sucio que apesta a sangre y estiércol. Por eso ninguna mujer se deja cortejar por él, a pesar de que, bendita su suerte, tiene una carnicería, y, por lo mismo, claro está, tiene dinero. ¡Pero tiene treinta años y sigue soltero! Nathan necesita una mujer desesperada. Y, seamos francos, a él no le interesa mi caballo. Él no necesita mi caballo. Pero cada vez que nos topamos intenta comprármelo porque, de otro modo, no habría ningún tema de conversación entre nosotros.

Imbécil.

—Una moneda de oro y dos de bronce.

Es mucho dinero, pero un caballo pura sangre vale más en tiempos de guerra. Dejo al cerdo hablando solo y continuo mi camino. Pero sé que intentará abordarme de nuevo. Me sigue a todos lados. Es lo mismo desde hace tres meses.

—¿Por qué insiste tanto? —pregunta Kire, mirando sobre su hombro a Nathan.

Nos apresuramos para que al cerdo le sea imposible alcanzarnos.

—No es por el caballo.

La plaza de la moneda es una suma de diversos comercios: almacenes, boticas, panaderías, expendedurías y buhonerías, especialmente de comestibles y animales de granja. Pero los viernes y sábados es más como un campo de guerra.Guerra. Guerra. Guerra. No es mi culpa que últimamente sólo piense en guerra.

Ningún comerciante me pone atención, mejor para mí, peor para ellos, porque a simple vista no parezco una persona que maneje mucho dinero. Casi siempre luzco harapienta, y mi piel y mi cabello son del color de la tierra.

Para ellos no soy más que una campesina pobre.

—¡Lleve de aquí lo mejor a buen precio, buena señora! —siempre intentan convencer a la burguesía de vender su alma al demonio.

Todo un circo. Por todos lados hay clientes ingenuos y comerciantes astutos, y ladrones todavía más astutos que estos últimos.

Kire y yo entramos a la panadería de Eusebio Boch. No pasa mucho tiempo cuando un joven pilloes sorprendidorobando unos bollos. Rápido y, aprovechando el barullo, también escondo dos en mi macuto. Al mismo tiempo, Kire, la valiente Kire, heroicamente consigue arrebatar parte de la mercancía al ladrón, pese a que, lamentablemente, este huye.

Eusebio Boch recompensa a Kire permitiéndole conservar el bollo. —No es la primera vez que ese pequeño delincuente me roba —se queja—. Hace dos semanas aprovechó el escándalo que armó un caballo galopante y escapó con un saco de harina.

—Ya no hay temor al Padre —convengo yo indignada.

La mirada de Kire me acusa de cínica, pero no me importa, soy la única que continua escuchando atenta al viejo Eusebio.

¿Por qué debería sentir remordimiento? Es cierto que Eusebio Boch no tiene una casa en la Gran isla, pero es dueño de una granja y de esta panadería. Si él no siente vergüenza por subir el precio del pan, a pesar de que la mayoría de nosotros no puedepagarlo, que se joda.

Kire sale de la panadería, yo le sigo minutos después. Tengo frio, pero el olor a pan recién horneado me distrae. Tengo hambre. No obstante, no puedo saborear aquí losbollos que escondí en mi macuto, porque evidentemente los robé; y, si soy estúpida, me arriesgo a ser descubierta.

Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora