Capítulo 7

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"Dalias"


"A veces las cosas buenas se destruyen

así mejores cosas pueden unirse."

(Marilyn Monroe)





Sydney bebe por la pajilla su malteada de fresa mientras me escucha relatar algunas cosas básicas sobre mi vida. Ella pareció bastante sorprendida cuando dije que yo provenía de Mullingar y ella admitió avergonzada que jamás había escuchado hablar de ese lugar. Menciona que recuerda algunas cosas vagas sobre Irlanda por algunas clases de historia que tomó cuando estaba en la escuela, pero que en general ella no fue buena en esa materia y lamenta no haberlo hecho porque podría fingir ser toda una intelectual que sabe de la cultura de mi país natal.

—...y yo podría haberme quedado por siempre en Irlanda de no haber hecho mi audición. —termino, alcanzando un bollo relleno de queso crema de la cesta del centro de la mesa.

No es hasta que doy una mordida, que me doy cuenta de las palabras que han salido de mi boca. Había sido bastante cuidadoso en no mencionar quien soy en realidad. Ay no.

Me gustaría decir que yo encontré las palabras correctas para iniciar una conversación con Sydney en el momento en que salimos de la floristería para dirigirnos a pie –por petición de la rubia– al lugar que ella jura es su lugar preferido para comer. Es bastante sencillo y su platillo favorito son los bollos rellenos de jamón y queso crema mientras bebe una malteada de vainilla. Hoy, lamentablemente no encontró más que malteada de fresa. Y fue ahí donde pude iniciar una conversación que ha consistido de mí hablando todo el tiempo mientras ella almuerza.

—Deberás disculpar mi ignorancia en tu fascinante mundo del golf, pero... ¿hacen audiciones? ¿Hay cazatalentos de golf? —sus ojos verdes se fijan en mí, bastante abiertos, sus cejas están en lo alto y cuando se da cuenta de que ha hablado con la boca llena de comida, se cubre el rostro.

Me río. —Sydney, eres todo un caso. Y sí, hay una especie de "cazatalentos" como en cualquier deporte. —menos mal he podido encontrar una salida a mi metida de pata.

—Soy una patosa en los deportes, así que he decidido alejarme. Yo- yo realmente no recuerdo si participé en algún equipo deportivo en toda mi historia escolar. —masculla por lo bajo, su vista se fija en el borde de la mesa y después suelta un suspiro. —Niall, te he ganado un poco de confianza a pesar de que son casi inexistentes las ocasiones en que nos hemos reunido y- —suelta un nuevo suspiro, eleva su vista hacia mí y siento que ella puede ver mi interior con esa mirada tan profunda que me regala. —Yo a veces intento tomar recuerdos, pero no puedo, hasta las cosas más básicas o vanas, a veces mi nombre o mi fecha de nacimiento, a veces el lugar donde vivo, donde trabajo... y es tan frustrante, maldición, es horrible. —su voz se rompe, sus ojos se cristalizan pero no despega la vista de mis ojos azules en ningún momento.

Y yo, yo de repente soy un cobarde que no puede soportarlo más. Un nudo se instala en mi garganta, me duele incluso respirar el ver a Sydney tan agobiada al contarme lo que parece guardar en secreto para el mundo. Desvío la vista a sus manos temblorosas, Sydney se da cuenta de qué estoy mirando y se aferra al vaso con todas sus fuerzas que tengo miedo que el cristal explote entre sus dedos.

—Sé lo que estás pensando ahora mismo, "ésta chica es una lunática, maldito sea el día en que decidí hablarle". —Su voz casi se rompe en su oración, inspira profundamente ante mi falta de respuesta y después se ríe amargamente.

—No, Sydney, no es nada de eso. Sencillamente no encontré palabras, no es como si pudiera meter una broma que resultaría de mal gusto porque lo que estabas diciéndome es algo que es serio. —miro de nuevo a su rostro, ella no ha dejado de verme a pesar de sus ojos cristalizados por las lágrimas que no deja escapar. —Estaba escuchándote, sin juzgar ni nada, lo juro. —medio sonrío hacia ella. —No eres una lunática... no todo el tiempo.

—Idiota. —suelta una risa, deja el vaso y retira con sus manos las lágrimas en sus ojos. —Gracias, Niall.

—No hay de qué. —respondo encogiéndome de hombros. — ¿Has hablado con alguien más de esto? Quizás un médico podría ayudarte y determinar qué es lo ocurre para evitar que siga ocurriendo.

—Nunca. Eres la primera persona a la que le digo esto, más que nada por lo que ocurrió el otro día... yo, joder, estaba tan avergonzada después del extraño episodio que tuve cuando apareciste en la floristería. No pude hacer que las piezas encajaran hasta después de tres días. Simplemente no te reconocí y me espantó que dijeras mi nombre y se sintiera tan... familiar. —ella explica y finalmente deja de mirarme un segundo.

Ambos permanecemos en silencio. De nuevo, porque sé que es lo correcto y no tengo idea de que comentar para que ella no se sienta avergonzada o mal al respecto.

Comienzo a comer otro bollo de la cesta y bebo de mi malteada de fresa que apenas he tocado.

—El chico que vive en mi casa, Adam, él me ha llevado con algunos médicos durante un tiempo. Nunca me dice cuál es el diagnostico, yo no hablo con los médicos en las consultas, me siento... avergonzada. Porque... ¿Qué clase de persona olvida cosas así de la nada de un momento a otro como yo? Quiero decir, tengo 24 años. ¡Es una locura! —su voz es más tranquila ahora y trata de hablar como si todo fuera una cosa a la que debería restársele importancia, en contraste, yo me siento preocupado por todo lo que ahora está diciéndome.

—Deberías hacerlo, ellos podrían ayudar. Yo conozco a alguien que podría-

Sydney inmediatamente sacude la cabeza y mira a mí con desesperación.

—No. —se escucha asustada y no comprendo porque. Cierra sus ojos y comienza a musitar palabras que no puedo escuchar con claridad; es como una plegaria. Es algo que se supone yo no debería escuchar. Elimino todos los pensamientos en mi mente, centrándome en los palabras que salen de su boca. —Mi nombre es Sydney Anne Taylor, tengo 24 años, nací el 23 de noviembre de- maldición. No, no otra vez. Dalias, piensa en dalias. Las dalias son- son provenientes de México, su follaje desaparece en invierno, son- no, no, no. —comienza a repetir "no", hasta que se queda en completo silencio, aun sin abrir sus ojos.

Pronto me doy cuenta que está abrazándose con fuerza a sí misma mientras susurra lo que parece un mantra para no perder la cordura. Estoy asustado hasta la mierda, no sé cómo reaccionar y tampoco sé que es lo que he hecho.

Elevo mi mano para pedir la cuenta y después de pagar me acerco a ella, en cuclillas me pongo a su lado y pongo mi mano sobre su hombro.

—Sydney, ¿quieres que te lleve a casa? —pregunto, sus ojos se abren inmediatamente y se fijan en mí.

—Perdón, perdón, perdón. —repite temblorosamente. —No quería que vieras esto, Niall, perdóname.

De repente Sydney parece uno de los jarrones de cristal más hermosos y frágiles que podría encontrar en el mundo. Quiero estrecharla entre mis brazos con fuerza mientras beso la parte superior de su cabeza y le aseguro que todo va a estar bien.

Tomo su mano y la aprieto con fuerza, pero al mismo tiempo de una manera cuidadosa, esperando que ella sienta que estoy dándole todo mi apoyo. Me pongo de pie e intento darle un abrazo a pesar de que ella sigue sentada. Es el abrazo más raro e incómodo del mundo, pero se siente bien. Me inclino y coloco un beso sobre su cabello, tal como deseaba hacerlo desde el principio. Su cabello y toda ella huele a lavanda. Me pregunto si es el efecto de estar rodeada de todo tipo de flores durante el día o si es alguna loción o si son sales de baño. No me importa, parece ser el aroma adecuado de Sydney.

—Todo va a estar bien, aquí estoy, no voy a irme a ningún lado hasta que estés bien.

Late for Love | niall horanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora