Capítulo 10

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"Sydney Anne"



"Nunca ames a alguien que te trate como si fueras ordinario."

(Oscar Wilde)



—Hijo, es como la quinta vez que te veo por aquí y hoy estás sumamente sospechoso. ¿Puedo ayudarte en algo? —una mujer pequeña y regordeta, con cabello corto y blanco me llama. Me estremezco, porque de verdad me ha asustado. Pongo toda mi atención en ella, lo cual solo consta de mí girándome para ver hacia atrás. Estoy impidiendo la salida de su propia casa.

Yo antes juré que esta casa estaba toda abandonada, hoy ella me ha demostrado lo contrario.

—Lo siento, lo siento- yo solo estaba- —ni siquiera termino, me pongo de pie y sacudo el polvo que se ha pegado a mis pantalones.

—Esperas a alguien, ya lo sé. Y puedo apostar a que lo haces todos los días, a la misma hora. —ella habla antes de que yo pueda terminar de explicarme. —No te rindas, pareces alguien muy agradable... y también como uno de esos chiquillos cuyas fotos mi nieta tiene pegadas en las paredes de su habitación. —la mujer sacude la cabeza en desaprobación, pasa a mi lado y camina lejos de mí a lo largo de la calle. Miro en su dirección y después a su hogar, me pregunto si ella está siempre sola en casa o si es de esas mujeres mayores que se la viven en clubes para personas de su edad, termino por encogerme de hombros y vuelvo a sentarme en el pequeño escalón en que estaba antes.

Quinta vez. —Seguramente.

Jugueteo con mi teléfono, moviéndome entre las aplicaciones y leyendo mensajes viejos que debería borrar para liberar espacio. De reojo noto un par de botas oscuras colocarse frente a mí, frunzo el ceño y elevo la vista, entrecerrando los ojos para reconocer al rostro de la o el dueño de ellas. Parecen botas de chica.

—Me gustaría poder fingir que no te he visto y pasar de largo porque estoy sumamente avergonzada contigo, pero no he podido porque algo pica en mi conciencia de tan solo pensar en ese acto tan cobarde y, pareces algo solo. Además, puedo decir que no esperas a Chloé ni a Edén, aunque no podría decir si eres del tipo de chicos que son amigos de Brandon, a él no le gusta el golf. —Sydney dice suavemente y sonrío ante sus últimas palabras.

—No sé quiénes son esas personas. —me arrastro a la derecha, guardo el teléfono en mi bolsillo y palmeo el pequeño espacio vacío. La mitad de mi trasero está en el aire. — ¿He escuchado mal o de verdad querías huir de mí?

— ¿Estás siguiéndome? —la rubia pregunta, una vez que se sienta en el espacio que he dejado para ella.

Trago y evado la pregunta, porque es más que obvio. No la estoy siguiendo, no... ¿o sí?

—Hola Sydney. —se ríe suavemente y sacude la cabeza, el cabello sale de su flojo moño alto.

—Hola Niall.

¿He mencionado antes que mi pecho se hincha gracias a una agradable y desconocida sensación cuando ella menciona mi nombre de esa manera tan linda que le caracteriza? ¿No?, pues lo hace. Y es la cosa más cursi y ridícula que me ha pasado en mucho tiempo –o a lo mejor nunca me pasó, porque no lo recuerdo– y una vez que pienso en ello, pero no me importa porque me siento feliz.

Ella carraspea y se acomoda, después limpia sus manos en sus jeans. — ¿Sabes? Hay espacios en blanco, esas terribles lagunas mentales que tanto odio, y estoy tan agradecida en que haya una sola cosa que no puedo olvidar ni sacar de mi mente en estos días.

Giro mi cabeza para ver su rostro mientras habla, Sydney en cambio solo mira a sus jeans y con sus uñas comienza a rasgar suavemente algunos patrones sin sentido. Ella está nerviosa, pero no del tipo que la llevaría a un episodio o como sea que los médicos llamen a su situación. ¿Eso es bueno, no?

— ¿Y qué es eso? —pregunto, incitándola a hablar.

—Tu rostro. —inmediatamente miro su rostro en busca de alguna reacción al confesar. La hay; sus mejillas se colorean de un rosa intenso. —El azul de tus ojos, tu costumbre de llevar teñido el cabello cuando podría jurar que serías igual de atractivo si llevaras el tono natural que te corresponde, la manera en que tus ojos se achican cuando sonríes, tu sonrisa. No dejas de sonreír en ningún momento cuando estoy a tu lado. Me haces sentir... bien, por primera vez me siento cómoda al lado de alguien que sabe de mi condición.

Sydney está mirándome ahora, sus verdes orbes encima de mi rostro para analizar cada movimiento, cada reacción que le demuestre lo que sus palabras han causado. Internamente, estoy eufórico por sus palabras, en el exterior... bueno, siento mis palmas sudorosas.

—No me mires de esa manera. —pide, terminando un corto momento de silencio. Prolonga la 'a' en la última palabra y veo en sus ojos lo asustada que está por lo que puede ser mi próximo movimiento.

—Eres preciosa, Sydney. —murmuro con voz profunda y una pequeña sonrisa asomándose en mis labios. Me hubiera encantado que algún delgado mechón de su cabello estuviera sobre su rostro para ponerlo detrás de su oreja y después besarla. Ella sonríe y recarga su cabeza sobre mi hombro, soltando un suspiro.

—No sé qué hice en el pasado, no sé qué hice el mes pasado y no sé qué estoy haciendo ahora para merecer a una persona que esté sobre mí de la manera en que lo estás haciendo tú estos últimos días. Edén dice que te ha visto varios días pasar por la floristería, te ve titubear sobre entrar o no y al final pasas de largo. Ella insiste que es por mí, pero me he negado a creerlo, principalmente porque hay días en que lucho con mi mente por encontrar el nombre del apuesto hombre que me trata bien.

Guardo silencio, alcanzo con mi mano una de las de ella y la entrelazo con la mía. Sus dedos están fríos al contacto con los míos. Si ella supiera que había fantaseado con hacerlo, me trataría de loco.

—Sydney Anne Taylor, preocúpate de verdad porque no van a ser las únicas veces que voy a estar contigo. —esa fue la cosa más loca que probablemente pude haber dicho. Ella se ríe.

—No digas mi nombre completo Niall Ja- —detiene sus palabras y levanta su cabeza para mirarme con sus ojos bien abiertos. Me señala segundos después, sonriendo. —Niall James Horan. Estuve a punto de decir Julian, pero he logrado detenerme. —confiesa y llega mi turno de reír. Admito que hubo un milisegundo en que la preocupación me inundó. Y admiro la habilidad que tiene de darle un giro a la conversación de la manera en que lo hace. Un segundo estamos hablando de algo y al siguiente minuto ya es otra cosa la que tiene toda nuestra atención. — ¿Podrías decirme la hora, Niall?

Justo de eso estoy hablando. —Son las cinco con treinta y seis. ¿Por qué?

—Porque Edén no deja de mirar en nuestra dirección. —indica y elevo la vista hacia la floristería. En el cristal noto a la misma mujer que acudió a la ayuda de Sydney la primera vez que fui testigo de uno de sus episodios. La rubia a mi lado deja ir mi mano para saludar a la mujer, la otra sonríe y eleva sus brazos en el aire mostrando una chaqueta y un pequeño bolso, que supongo deben pertenecer a Sydney.

—Creo que ella te está dando lo que te resta de tiempo libre. —murmuro, sintiéndome avergonzado porque no sé cuánto tiempo ella ha estado observándonos.

—Y ella lo que realmente está buscando con eso es que me marche contigo a no sé dónde. —añade, poniéndose de pie y sacudiendo la suciedad del polvo de sus jeans.

—Entonces me agrada ella. —me pongo de pie, cuidamos a que la calle esté libre para cruzarla y llegar al establecimiento. Sydney ni siquiera alcanza a tomar la puerta para abrirla cuando Edén lo ha hecho.

—Llévala lejos un rato, hijo. Ella lo merece. —son las primeras palabras que salen de la boca de la que al parecer es la dueña de la floristería. —Y tú, disfruta. Nos vemos mañana a las nueve.

—Vamos, no podemos desobedecer las órdenes de tu jefa. —inclino mi cabeza, para indicar que debemos caminar. Ella parece secretamente aliviada porque no tiene que subirse a mi auto.

Late for Love | niall horanWhere stories live. Discover now