25: La perdiste.

56 5 0
                                    

Allen.

Flexione el brazo poniéndolo detrás de mi cabeza buscando una postura más cómoda. Sólo estaba en mi cama en silencio disfrutando los segundos que tenía de tranquilidad, unos miserables segundos sin que esa mocosa me molestara.

Esa estúpida e ingenua niña me habia arrebatado lo que con largos años, al fin había conseguido; tranquilidad.

Escuché las risas de Sam y Anna en la planta baja haciendo que me molestará por no poder disfrutar bien. Sabía que no debía de venir a casa cuando al fin tenía algo de paz.

¿Por qué tenía que traerme tantos problemas?

Si tan solo pudiese ignorarla desde el primer día que la ví en ese pasillo, me habría ahorrado tantos jodidos problemas.

Pero no, tuve que ayudarla con su problema mental por que la niña estaba perdiendo la cabeza.

Yo la había perdido desde que ví sus largas y proporcionadas piernas. Esos ojos curiosos que no me dejaban en paz nunca.

Arranque la almohada debajo de mi arrojándola a la otra punta de la habitación pero no fue suficiente para descargar mi enojo.

Esa chica tenía algo, estaba malditamente seguro de eso y mi plan era descubrirlo, pero ella había cambiado los papeles acosandome como un paparazzi. ¿Desde cuando estuve cerca de que alguien descubrierá lo que soy?

Y sus pensamientos. Sus malditos pensamientos que estaban en mi jodida cabeza a toda hora hasta que me daba un respiró cuando se iba a dormir. Veía frente a mis ojos desde yo sin camisa, desde nosotros dos tocandonos, besándonos y otras cosas que no sabía que una niña cómo ella podía imaginar.

No podía culparla, también tenía ese tipo de pensamientos cuando estaba cerca suyo.

Pero mi pregunta era; ¿como lo hacía? ¿Como podía ver lo que ella veía? ¿Como podía ver lo que imaginaba y escuchar lo que pensaba? Porque no era yo. Era ella.

Siempre lo estaba haciendo, confundiendo me tanto que me enfurecía. A toda hora estaba dentro de mi maldita cabeza y no sabía cómo detenerlo.

Escuchaba como me describía el lugar donde estaba y yo era suficientemente idiota como para salvar su trasero. Un lindo trasero.

Me encendia como un fuego artificial en fiestas patrias.

No era responsabilidad mía hacer caso a sus susurros, pero era como si pegara sus dulces y delicados labios a mi oído, que me era imposible no obedecer.

También me era imposible no saber donde estaba, ya que conocía cada maldito rincón de este mísero mundo. Aunque eso se debía a mis tantos años habitando aquí, conociendo y cuando al fin había regresado a lo que consideraba un hogar, tenía que estar esa niña metida entre mis cejas.

Me levanté de la cama encontrándome de repente muy inquieto.

Conocía esa sensación.

Me quede quieto esperándolo, mis oídos se taparon privandome de algún sonido, mis pensamientos ya no tenían lugar en mi mente porque era ocupada por alguien más.

Era ella.

Estaba asustada, en el bosque. Su pulso corría velozmente por la desesperación.

Caminé hasta la silla donde colgaba mi chaqueta de cuero, la tome y me la puse saliendo de la habitación a gran velocidad que veía todo a mi alrededor como una mancha.

Las primeras veces que hice eso terminé vomitando.

Me detuve abruptamente cuando mi hermana se interpuso en mi camino sonriendo.

Alas y sangre (Editando)Where stories live. Discover now