50: Abuela.

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POVGabs.

-¿Acaso quieres pelea?- Le dije mirándolo ceñuda por no dejarme agarrar de sus papas fritas.

-Te comiste toda una orden de papas, ¿como es que aún te cabe más en ese pequeño estómago?- Me preguntó riéndose y si no me gustara tanto aquella papa, se la habría lanzado a la cara.

-¿A quién llamas pequeño?- Le dije agarrándome el estómago y apretándolo hasta que dos de mis lonjas formaron una especie de boca. Escuche la maravillosa risa de Steve y no supe cómo era posible que a los chicos les agradaban las chicas poco femeninas como yo.

Debía de faltarle un tornillo.

-De acuerdo, temo que esa cosa me coma. Aquí tienes.- Me tendió su orden de papas fritas y las tome gustosas devorándolas casi al instante. El me observó comer como un puerco hasta que me encontré lamiendo la sal de mis dedos cuando ya no quedó ninguna. -Si que sabes comer.- Alzó sus cejas mirándome como una ganadora del Oscar.

-Es un don.- Le dije agarrando mi bebida y tomando lo último que quedaba.

Miró el reloj en su mano y volvió la vista hacia mi.

-Tengo que irme, te dejaré en tu casa.- Se levantó de la mesa y yo también lo hice, entrelazo mi mano con la suya y caminamos juntos hasta la salida donde se encontraba su auto.

Me gustaba pasar tiempo con el. Se reía de mis idioteces y me seguía el juego en cada cosa que salía de mi boca, que la mayoría del tiempo no tenían coherencia.

Era un chico refrescante y muy sexy. Tenía el cabello negro y los ojos castaños, su piel bronceada te daba la impresión de estar hecha por azúcar morena y quería lamer toda esa azúcar.

Subimos a su auto y me dejo frente a mi casa. Era una de las casas más antiguas del barrio y no estaba remodelada, por lo que te daba la impresión de estarse cayendo a pedazos, pero por dentro era aún peor.

-Nos vemos.- Beso mis labios castamente y asentí en su dirección antes de bajar del auto y caminar hasta la puerta. No se fue hasta que estuve adentro y pude oler los puros de mi abuela.

-¡Ya llegue!- Le grite quitándome la sudadera de encima y dejándola en el sofá que tenía mantas arrugadas.

No quería no saber con quién había estado la abuela ahí. Era sorprendente como una anciana de setenta y seis años aún podía tener la energía de tener sexo con otros ancianos.

¿Por que mejor no jugaban al bingo? ¿Por que no se comportaba como una abuela normal y me hacía lindos suéteres de estambre? ¿O preparaba galletas gigantes?

Al no verla por ningún sitio, camine hasta el refrigerador y lo abrí viendo solo medicamentos, algunos caducados y una de sus dentaduras. Y un especie de bote con un líquido verde, muy extraño.

Suspiré cerrando la puerta, cerré los ojos y la volví a abrir esperando que milagrosamente apareciera un enorme pavo ahí dentro, pero no pasó.

Resignada, cerré el refrigerador y me detuve en medio de la casa. Solo era de un piso.

Odiaba que mi abuela guardara todo como si fuera especial. Me sorprendía que no guardará cada cabello que se le caía al cepillarse.

Ella tenía incluso fotos de cuando era bebe, claro que estaban todas amarillentas y estaban rotas de alguna parte. Pero era un poco escalofriante que usara mi habitación para poner todas esas cosas ahí. Todos los ancianos tenían esa manía de no deshacerse de nada.

Ese fue el error que cometió mi abuelo, no quiso aceptar que su carcacha estaba apunto de morir y de todas formas se subió a ella, y por su puesto que ese estúpido auto se quedó varado en medio de la carretera y un trailer no pudo frenar a tiempo. Lamentablemente mi abuelo se había llevado a mis padres con el ese día y adiós a ambos.

Alas y sangre (Editando)Where stories live. Discover now