Cuento del caballero III

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Supongo que me vais a reprochar el que omitiera describir la suntuosa magnificencia con que Teseo se puso a erigir las lizas reales. Me atrevo a decir que no hubo terreno más suntuosamente adornado en todo el mundo. Con murallas de piedra rodeadas por fuera con un foso, el circuito tenía una milla de radio. Era de forma circular, como una brújula, con gradas hasta la altura de setenta pies, de forma que un hombre sentado en cualquier fila no obstruyera la vista de su vecino. Un portal de mármol blanco se levantaba en el extremo oriental; otro similar se erguía en el extremo opuesto, hacia Occidente. A decir verdad, no había edificio como aquél, considerando el corto tiempo empleado en erigirlo. Pues en el país no hubo artesano conocedor de la geometría o de la aritmética, ningún pintor o escultor a quien Teseo no le pagase manutención y salario para la construcción y el adorno del terreno de lucha. Encima de la puerta oriental instaló un altar y un templo para el culto a Venus, diosa del amor, donde realizar los ritos y sacrificios.

Sobre la puerta occidental levantó otro igual dedicado a Marte, que costó casi una carretada de oro. También encargó una maravillosa capilla, dedicada a la casta Diana, que daba gusto contemplar; la hizo construir en alabastro blanco y coral rojo en una torrecilla encima de la muralla septentrional.

Casi me olvidaba describir los espléndidos bajorrelieves, cuadros, formas, rostros y figuras que se hallaban en estos tres templos. En primer lugar, veíais —realizadas en los muros dentro del templo de Venus— conmovedoras representaciones del insomnio, de los suspiros que parten el alma, de las lágrimas sagradas y de los sentidos anhelos que los esclavos del Amor sufren en su vida; los juramentos que enlazan sus votos: Placer, Esperanza, Deseo, Osadía, Belleza, Juventud, Alegría, Riquezas, Filtros amorosos y Fuerza, Mentiras, Halagos, Despilfarro, Intrigas; los Celos llevando una guirnalda de margaritas amarillas[76] con un cucú posado en su mano; Fiestas, Música, Canciones, Bailes, Gozo y Diversión. Todos los fenómenos del amor que he enumerado o estoy a punto de enumerar estaban pintados por este orden sobre los muros, aparte de muchos más de los que puedo mencionar.

Por cierto que toda la montaña de Citerión[77], en donde Venus tiene su trono principal, figuraba en los frescos con todos sus jardines y su alegría. No se olvidaron de la Pereza, la portera, ni del hermoso Narciso[78] de los tiempos pretéritos; la insensatez del rey Salomón[79]; la enorme fuerza de Hércules, las brujerías de Medea y Circe[80], el fiero valor de Turnus[81] y el opulento Creso[82] en la desgracia y cargado de cadenas. La moraleja era que ni la sabiduría, la riqueza, la belleza, la astucia, la fuerza ni el valor pueden compararse con Venus, que puede gobernar el mundo como le plazca, pues toda esta gente quedó atrapada en su cepo hasta que en su agonía gritaron de nuevo. Uno o dos ejemplos servirán, aunque podría contar un millar más.

Había una espléndida estatua de Venus desnuda, flotando sobre un mar sin orillas. Desde el ombligo hacia abajo quedaba oculta por verdes olas que brillaban como el cristal. Sostenía una cítara con la mano derecha. Unas palomas aleteaban encima de una hermosa guirnalda de rosas frescas y olorosas que llevaba en la cabeza. Cupido, su hijo, se hallaba de pie ante ella, alado y ciego (como se le representa frecuentemente), portando un arco con agudas y relucientes flechas.

Podría muy bien proseguir describiendo los frescos de los muros del templo dedicado a Marte. Estaban pintados en toda su longitud y anchura, como ocurre en el interior del deprimente edificio conocido como el gran templo de Marte en Tracia (una región fría y helada en donde Marte tiene su principal palacio).

El primer fresco era un bosque deshabitado por cualquier hombre o bestia: un bosque de añosos árboles nudosos, desprovistos de hojas y carcomidos; de astillados y feos escalabornes a través de los cuales corría el retumbante ruido del viento, como si una galerna estuviese quebrando cada rama. A medio camino de una colina, en la mitad de la pendiente, debajo de una loma, se levantaba el templo de Marte Armi potente[83] construido totalmente de acero bruñido. Tenía una entrada larga, estrecha y tenebrosa, de la que surgía una furiosa ráfaga de viento que hacía temblar todo el portal. Un leve resplandor invernal penetraba por las puertas, pues no había ventanas en los muros para dar luz.

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