Siguen las alegres palabras entre el anfitrión, el marino y la priora

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—Bien dicho, Hostia[309] —exclamó el anfitrión—. ¡Vida larga de traficante marino tengas! ¡Que Dios conceda mil carretadas de años malos! ¡Compañeros! ¡Cuidado con estas tretas! ¡Este monje colocó un mono en la capucha del mercader! ¡Y en la sala de su esposa también!

¡Por San Agustín! ¡No deis cobijo a monjes en vuestra casa! Pero dejemos esto y busquemos otro narrador entre este grupo. Y con estas palabras y con modales de doncella dijo:

—Señora priora, con vuestro permiso, con tal de no enojarnos, considero que ahora os toca contarnos un cuento, si queréis. ¿Queréis cumplir vuestra obligación?

La priora contestó:

Acepto gustosa. Lo intentaré.

Los cuentos de CanterburyUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum