Cuento del magistrado: Prólogo

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Prólogo al cuento del Magistrado[144].

¡Qué desgraciado es ser pobre o ser humillado por la sed, hambre o frío, y avergonzarse de pedir limosna! Y si no se pide, la misma carencia, a pesar del cuidado en ocultarlas, descubre las escondidas heridas: indigencia, robo, mendicidad y pedir prestado.

Criticáis a Cristo y os lamentáis amargamente de que distribuyera equivocadamente los bienes terrenos. Acusáis a vuestro vecino de forma pecaminosa porque decís que tiene de todo y vosotros apenas nada. «¡Por Dios! —exclamáis—, va a ser condenado». Sentirá los efectos del fuego por no haber auxiliado a los menesterosos.

Escuchad el proverbio de los sabios: «Es mejor morir que ser indigente[145]. A causa de su pobreza, el vecino será despreciado[146]». Despídete de la consideración si eres pobre.

Considera también esta frase de los sabios: «Los días de los hombres menesterosos son malvados[147]». Procura, pues, no llegar a esta situación.

Si eres pobre, tu hermano te odia. Tus amigos se escabullen. ¡Qué desgracia! ¡Oh ricos mercaderes! ¡Llenos de riquezas! ¡Nobles y prudentes gentes! ¡Sois afortunados! Vuestras bolsas no están repletas de dobles ases, sino con un cinco-seis que os convierte en ganadores[148]. La Navidad os dará pretexto para bailar.

Escudriñáis tierra y mar para incrementar vuestras ganancias. Como hombres sagaces, sois sabedores de las diversas situaciones políticas de los vecinos. Facilitáis noticias acerca de la paz y la guerra. Si no fuese por un mercader, ahora no tendría cuento que contar. Recuerdo el que me refirió hace mucho tiempo. Decía así:

(Continúa en la siguiente parte)

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